El mensaje de Calderón que no cesa

Una escena de «La vida es sueño» CNTC

Diego Doncel

Helena Pimenta se despide brillantemente de la dirección del CNTC con la misma obra con la que comenzó su andadura en 2012: « La vida es sueño ». Pimenta vuelve a utilizar, como entonces, las mismas armas que nos gusta descubrir en el teatro de Calderón: la imaginación, la potencia conceptual y el riesgo escénico. Y nos ofrece de nuevo una obra que mira a lo esencial: el hombre movido por unas fuerzas interiores, el esfuerzo y la aspiración a la libertad frente a las supersticiones y los abusos de poder. Ese mirar lo esencial está presente en la escenografía y por supuesto en la adaptación de Juan Mayorga , una adaptación que vuelve a conseguir dar claridad y profundidad, aunque se haya tenido que prescindir de algunos momentos importantes de la obra.

Como entonces, también ahora Helena Pimenta vuelve a representar a Calderón desde la intensidad, sabiendo que el verso, el ritmo y el espacio forman parte de una aventura de sentimiento y pensamiento, de una reflexión sobre el destino, es decir, sobre el valor para conquistar y construir un destino por encima de predestinaciones, crueldades e irracionalidades. No es extraño, por eso, que haya querido arroparse con los intérpretes más jóvenes de la Compañía, dejar para ellos este mensaje encima de las tablas.

El escenario está constituido por una cortina de plástico traslúcido iluminada por una luz blanca, los andamios de los focos sirven para representar los riscos de la montaña donde está confinado Segismundo o, también, las altas torres ocupadas por los guardias. Un espacio, por tanto, que proyecta esa tensión entre lo real y lo fantasmal, entre lo real y su sombra, un espacio mutante que es cárcel y liberación, creado por esos pocos elementos pero potenciado por la iluminación envolvente de Gómez Cornejo .

En el plano interpretativo cabe destacar la ambición, las ganas por estar a la altura del texto y del montaje. Calderón era un poeta, «La vida es sueño» es un inmenso poema escénico, por eso tal vez el verso de Calderón necesita un fraseo menos estridente, más íntimo, incluso cuando se convierte en grito o en queja. Un detalle mínimo para un elenco que da siempre la altura, que posee la fuerza y la eficacia para transmitir, para conmover.

Calderón siempre es una conmoción, la del alma del hombre preguntándose por sus límites y saliendo a la intemperie de las metafísicas. Calderón en sí mismo es una mente teatral que construye las metáforas, los símbolos de nuestra fragilidad y nuestra dignidad. Helena Pimenta recoge todo esto en un espectáculo deslumbrante, intenso, claro y con un mensaje para estos tiempos. Pimenta y Calderón, un idilio que no cesa.

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