TEATRO

El lugar del teatro en tiempos convulsos

Nacho Sánchez y Emma Vilarasau, en una escena de la obra Sergio Parra

Diego Doncel

Noche de gala en el Teatro Español, de estreno y de expectación por ver este mano a mano entre García Lorca y Alberto Conejero con Lluís Pasqual como maestro de ceremonias. En el centro esa «Comedia sin título» que Lorca escribió como un manifiesto del nuevo teatro y que aquel fusilamiento cruel convirtió en ese bello testamento, trágico y moral en el que el poeta de Granada reivindica una palabra hecha vida. El teatro frente a las ficciones ideológicas, las pistolas cainitas y el aburguesamiento de los discursos. Un testamento inconcluso que Alberto Conejero ha querido continuar añadiéndole los dos actos que Lorca dejó esbozados, en esa convivencia de escrituras de la que resulta «El sueño de la vida». No es extraño porque las razones que llevaron a Lorca a escribir esta obra, y a Conejero a dialogar con ella, continúan siendo de una vigencia rabiosa: todo parece escrito ahora mismo.

Lorca sueña con un teatro revolucionario porque es consciente de que las ideas estéticas conllevan una concepción social, política y una idea del hombre. A finales de 1935 y principios del 36, Lorca era un revolucionario estético porque temía por igual a las tres Españas negras: la del teatro burgués, las de las ideas retrógradas del militarismo y la del delirio del populacho ultrapolitizado. En el nuevo siglo, Alberto Conejero recoge la antorcha y se enfrenta a las crisis y a las negruras de este tiempo dando rienda a la imaginación y a la tragedia.

En el montaje, Lluís Pasqual aporta toda su sabiduría y su enorme talento. Sobre todo para clarificar y para elegir lo sustancial del discurso de ambos autores. De esta forma, «El sueño de la vida» vuelve a establecer de forma tan impactante como bella ese vuelo de Ícaro de la vanguardia: abrir sus muros al mundo y quedar reducido a la ceniza de la historia. Y ese vuelo de Ícaro de la historia: la revolución de las pistolas acaba en una hilera de cadáveres. El montaje, sobre todo en su primer y tercer acto, es tan potente como perturbador, haciendo del patio de butacas el escenario, del sueño de la muerte del Autor un perplejo ajuste de cuentas consigo mismo. Pasqual es grande porque hace de este auto un homenaje al teatro como motor de lo que somos.

La interpretación de Nacho Sánchez y Emma Vilarasau es portentosa. El planto final de Vilarasau tras la muerte de Lorenzo, desnuda en el escenario, es absolutamente conmovedor.

Con humor, con música, con poesía, con amor una obra apasionante, la revelación clara, audaz y violenta de nuestra historia.

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