«El gran mercado del mundo»: un auto sacramental que es mucho más que un sermón

Xavier Albertí dirige la primera producción de la temporada de la Compañía Nacional de Teatro Clásico

Silvia Marsó y Roberto Alonso, en un momento de la función MAY CIRCUS
Julio Bravo

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En su obra «El dulce nombra de Jesús», Lope de Vega definía así los autos sacramentales: «Y ¿qué son autos?- Comedias / a honor y gloria del pan / que tan devota celebra / esta coronada Villa / por su alabanza sea / confusión de la herejía / y gloria de la fe nuestra / todas historias divinas». Calderón de la Barca fue más allá cuando se refirió a este género como «Sermones / puestos en verso, en idea / representable cuestiones / de la sacra Teología, / que no alcanzan mis razones / a explicar ni comprender / y el regocijo dispone / en aplauso de este día».

Y precisamente con un auto sacramental del propio Calderón de la Barca, « El gran mercado del mundo », ha abierto su temporada -la última programada por Helena Pimenta - la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Se trata de una coproducción con el Teatre Nacional de Catalunya, cuyo responsable, Xavier Albertí , es el propio director del montaje. El reparto lo componen Cristina Arias, Alejandro Bordanove, Antoni Comas, Elvira Cuadrupani, Jordi Doménech, Rubén de Eguía, Roberto G. Alonso, Oriol Genís, Lara Grube, Silvia Marsó, Jorge Merino, Mont Plans, Aina Sánchez y David Soto Giganto.

No son los autos sacramentales un género demasiado frecuentado hoy en día. Xavier Albertí reconoce que «no se hace y cuando se ha hecho se ha puesto el énfasis en intentar recuperar la majestuosidad escenográfica más que en los contenidos ideológicos». El director reconoce que los autos sacramentales de Calderón -«un autor al que adoro», confiesa- han supuesto para él una sorpresa. «Creo que no están bien asentados en la tradición de la recepción contemporánea del teatro de Calderón; les pesa mucho aún el estigma de ser sermones de palabras».

Para Albertí, sin embargo, «los autos sacramentales son una de las puertas de entrada del teatro popular del siglo XVII , y especialmente su contaminación con el teatro italiano de la época». Los autos, explica, se representaban en una única función el dia del Corpus Christi, y eran junto al teatro de corral y el teatro palatino, una de las tres patas del hecho teatral en la España del siglo XVII». Se dirigían, añade, a un público muy heterogéneo, y contienen -«que es uno de los hechos que me fascinó»- «una cantidad de homenajes a la Commedia dell’arte italiana y a sus personajes; y al mismo tiempo un interesantísimo debate teológico mucho más libre y antidogmático de lo que esperaba».

Su puesta en escena ha buscado «una sintaxis contemporánea para hacer consciente al espectador de hoy, al tiempo que celebrar ese patrimonio cultural, un poco liberado de los pesos de la excesiva tensión teológica , lo que abre una puerta a la recuperación de una de las grandes teatralidades del siglo XVII». No ha sido demasiado difícil , asegura, traerla a nuestra época. «Calderón posibilita un viaje a través de esa figura híbrida del buen genio y del mal genio que es la encarnación del ser humano en su tiempo, en el que le invita a dar sentido a su peripecia en este mundo. El espectador que venga a vernos a la Comedia se encontrará no con un sermón, sino con un viaje profundo donde la palabra teología puede ser perfectamente sustituida por la palabra filosofía ». Y es que Calderón, concluye, le parece «milagroso. Alguien que conoce el alma humana, los mecanismos del poder político, del poder religioso -ambos de una manera extraordinaria- y al mismo tiempo le entrega a sus conciudadanos herramientas de lectura profunda y no confortable para cuestionarse todo ello».

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