Lo que dice el silencio

Juan Vinuesa y Zaira Montes marcosGpunto

Diego Doncel

«La geometría del trigo» es un viaje a ese enigma que llamamos identidad. Pero la identidad, para Alberto Conejero, no es algo fijo, en ella tienen tanta importancia las presencias como las ausencias, el presente como el pasado y, por supuesto, el cuestionamiento de todas esas categorías. Un padre muerto con el que nunca se tuvo relación, un viaje desde la Barcelona cosmopolita hasta el sur para asistir a su entierro; un encuentro con lo desconocido, con los silencios y secretos que toda vida guarda. Joan, acompañado de Laia, su pareja, arrastra su crisis sentimental para encontrarse ante preguntas terribles: ¿quién fue mi padre? O lo que es lo mismo: ¿quién soy yo? El paisaje de olivares que esconde minas de plomo oculta también el plomo de los silencios, de las medias verdades, de los relatos proscritos. La vida que no se detiene debajo de la losa de un cementerio, sino que sigue de boca en boca, susurrando.

El bello título de esta obra, tomado de un verso de Antonio Lucas, nos habla de que la geometría de la orfandad es una geometría de fantasmas (Emilia, Antonio, Beatriz y Samuel) y la geometría de un amor homosexual cuya pasión se llevó por delante convenciones, sembró sufrimientos y abrió heridas.

Con un lenguaje bellísimo, Alberto Conejero vuelve a montar sobre el escenario un poema de amor a múltiples voces. Un poema sobre lo que ha sido borrado de la historia familiar, un texto donde, como en Jiménez Lozano, la realidad efectiva de unos hechos se contemplan para levantar de la nada, de la irrisión y de la vergüenza unas vidas que se rompieron y buscan ahora la comprensión.

La escenografía de Alessio Meloni nos sitúa simbólicamente ante un muro agrietado, ante esa rueda de carro que se quedó hundida, ante esos bancos públicos donde se sentaron muchas confidencias. Porque en esta primera experiencia de Alberto Conejero como director, ha querido llevar la poesía a un montaje especialmente visual, a una fluctuación de tiempos que se superponen gracias a unos muy inteligentes movimientos actorales.

El trabajo interpretativo es, por eso, la base de la obra. Aquí no solo se mezclan tiempos, sino lenguas, modos de habla y culturas, el drama rural y la desolación urbana, que cada uno de ellos sabe encarnar. Alberto Conejero ha creado, por eso, una historia potente, de alta dimensión sentimental. Un historia donde el amor puede ser un sentimiento peligroso, pero el lugar donde siempre se recomienza.

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