Una descarga de voltios

La obra, tan ambiciosa, sería estremecedora si, como diría Unamuno, el compás no hubiera matado el ritmo

Ernesto Alterio y Juan Vinuesa, en «Shock (El Cóndor y el Puma)» ABC
Diego Doncel

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Después del shock de la crisis de 2008 el teatro ha creado una intensa reflexión social y política sobre nuestro tiempo. Pero, a la vez, ha dado cuenta de otra crisis: la de la ficción literaria pura frente a una realidad que resulta extraordinariamente más potente y significativa. «Shock (El cóndor y el puma)» plantea, en efecto, tanto un teatro de conciencia política como un teatro documento, tres horas en las que Andrés Lima y Alberto Boronat nos cogen la cabeza y nos la sumergen en la bañera helada de uno de los relatos más infames de nuestra historia reciente, ese relato de terror con un panteón de nombres propios como Ewen Cameron, Milton Friedman, Augusto Pinochet o Jorge E. Videla. También con políticas y geopolíticas de terror como la que Estados Unidos puso en marcha en el Cono Sur mediante las dictaduras militares, un terrible laboratorio social, económico y de purga ideológica a partir del cual se produjo una mutación en el capitalismo y en la concepción de la democracia. Estructurada en cuatro obras breves, con un escenario convertido en una especie de campo de fútbol (el mismo que los militares chilenos convirtieron en un campo de concentración y el mismo en el que los militares argentinos celebraban el mundial de 78), aquí se desarrolla todo el espectáculo de las desapariciones, los crímenes, las conspiraciones, las torturas, basándose en documentos de servicios secretos, de organizaciones civiles o en el testimonio de las víctimas. La obra, tan ambiciosa, sería estremecedora si, como diría Unamuno, el compás no hubiera matado el ritmo, es decir, si su excesiva extensión y la profusa documentación histórica, dicha a través de largos parlamentos, no hubieran amortiguado la descarga emocional.

Las transiciones entre cada una de las piezas están perfectamente logradas y convierten todo el espectáculo en un enorme friso histórico, en una tragedia atravesada por lo cómico, lo absurdo, lo irónico y lo satírico. Me gustaría destacar «Augusto y Margaret», la escena escrita por Juan Mayorga, precisamente porque, en ella, esa caracterización y ese diálogo, ese habla degradada, expresan con unos pocos trazos una moral que hiela.

El trabajo interpretativo está a la altura de esa ambición, sobre todo si nos fijamos en un Ernesto Alterio que hace un derroche de recursos en cada uno de sus personajes, incluso cuando da vida a un enloquecido y prescindible Mario Kempes. Gran elenco, sin duda, para una función exigente donde la iluminación de Pedro Yagüe crea escenas de enorme fuerza.

«Shock» es una descarga de voltios, la hoja de ruta por la que la democracia a veces medita cómo no ser democracia.

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