Declan Donnellan convierte «Pericles», de Shakespeare, en una lección de imaginación

La compañia Cheek-by-jowl presenta la obra en el ciclo Una mirada al mundo del Centro Dramático Nacional

Camille Cayol y Christophe Grégoire, en «Pericles» Patrick Baldwin

Juan Ignacio García Garzón

« Pericles, príncipe de Tiro » es una de las obras de Shakespeare menos habituales sobre los escenarios, seguramente por su naturaleza vertiginosa, cambiante, desigual y complicada, con atmósfera de novela bizantina. Escrita entre 1607 y 1608, con el Bardo en plenitud de sus recursos, los especialistas suelen atribuir los dos primeros actos a la mano de un colaborador, George Wilkins , actor y sujeto algo tenebroso, pues se especula con que también fuera proxeneta e incluso panadero, lo que tiene su miga. En su montaje, Declan Donnellan le hace sitio y coloca su nombre después del de don William en el rubro de la autoría.

La trama es una ensalada de combates, navegaciones, amores, tormentas, deidades, incesto, piratas, burdeles, pérdidas, traiciones, reencuentros, maldad y pureza puesta a prueba, con el protagonista convertido en juguete de los rigores de un destino casi tan azaroso como el de Ulises. Donnellan es un maestro que en cada apuesta da una lección de imaginación , rigor, aparente sencillez formal y expresividad. En esta ocasión se las apaña para encapsular todas estas peripecias en los delirios de un hombre que se encuentra en coma en un hospital, de manera que la acción transcurre en una habitación, con su cama, sus aparejos clínicos, una puerta batiente por la que entran y salen el personal sanitario y los familiares, y un espacio con sillas para los visitantes. No hay trajes de época, espadas, barcos y otros objetos que evoquen el trasfondo clásico de la historia. Siete actores, todos excelentes , le bastan para asumir la veintena larga de personajes. ¡Y qué bien está contado y resuelto todo!

La puesta en escena saca partido a los sucesos tremebundos e impregna el espectáculo de humor, ternura y emoción. Pericles ( Christophe Grégoire ), su resucitada esposa Taisa ( Camille Cayol ) y su hija Marina ( Valentine Catzéflis ) se reencuentran igual que la mujer y la hija del agonizante se abrazan a él al final de esta función tan redonda.

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