CRÍTICA DE TEATRO

«Cuando caiga la nieve»: huellas cruzadas

La Sala Cuarta Pared presenta la obra de Javier Vicedo Alós, con dirección de Julio Provencio

Una escena de «Cuando caiga la nieve» Cuarta Pared

Juan Ignacio García Garzón

Las huellas de las personas se entrecruzan en una madeja de trazos invisibles que parecen esperar a alguien que se atreva a devanar hilo a hilo historias dormidas en ese nido enmarañado. Javier Vicedo Alós (Castellón, 1985) tira del copioso ovillo de vidas acumuladas en el pandemónium de una gran ciudad y trenza con cuatro hebras diferentes un tapiz que convoca las raras concomitancias de varios personajes solitarios cuyos rastros combinados dibujan un paisaje plural de desolación, incertidumbre y expiación.

El autor, galardonado con el Premio Calderón de la Barca por su obra «Summer Evening», cultiva una poética reflexiva, despojada y un tanto distante, elaborada con sutiles pinceladas evocadoras de carácter descriptivo. En « Cuando caiga la nieve » utiliza el ahora habitual recurso de la narraturgia para desarrollar la obra por los aplicados raíles acumulativos de una sucesión de monólogos en los que los personajes completan con sus historias una historia que las contiene a todas. Como en esas obras corales, cinematográficas o narrativas, en las que un objeto que va cambiando de propietario sirve de pretexto para pergeñar rápidos perfiles de personajes y hasta de épocas, el robo de una urna funeraria con las cenizas de un hombre en una calle de Madrid es el motivo que anima un argumento en el que las relaciones familiares son una referencia esencial, con su carga de dependencias afectivas y afectos voraces. Un joven que recuerda cómo su madre le llevaba al campo para ver el vuelo solidario de las aves migratorias ( Fernando Delgado-Hierro ), la mujer que en un descuido perdió la urna con las cenizas de su padre ( Chupi Llorente ), el desclasado que trabaja como «hombre sin cabeza» en la plaza de Oriente para recabar unas monedas de los turistas ( José Luis Alcobendas ) y el emigrante colombiano que trabaja como limpiador a cuyas manos llega la urna por una vía insospechada ( Fabián Augusto Gómez ) son los cuatro hilos de una historia que, narrada por cuatro voces solistas, apunta más ideas que las que concreta y es rehén de su formalismo.

Julio Provencio , al que supongo se debe también el delicado y hermoso espacio escénico cuyo autor no se especifica en el programa (un amplio rectángulo de plumas blancas que son memoria alusiva de la nieve), dirige la función con contenida intensidad bien ajustada a la especificidad casi estática del texto. Por su parte, los actores logran impregnar de vida sus discursos.

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