Crónicas de la intimidad

Una escena de «C’est la vie» Joseph Banderet

DIEGO DONCEL

Acaba de pasar por Madrid Mohamed El Khatib, uno de los jóvenes dramaturgos que, desde el Teatro de la Villa de París –en el que ha participado con Wajdi Mouawad–, cuenta ya con una importante proyección internacional. Ha venido con esas dos obras («Finir en beauté» y «C´est la vie») que le han situado en un lugar de honor de ese nuevo teatro francés donde los elementos reales, biográficos o documentales han sustituido a los propiamente ficticios. El Khatib realiza sus obras sobre un espacio desnudo, coloca a los espectadores a su alrededor en bancos o sillas y hace aparecer el relato como el que confiesa una verdad íntima, profundamente vital y verdadera. La noción de verdad es muy importante aquí, la verdad personal y biográfica, la verdad más terrible que se esconde en la palabra pérdida y en la palabra muerte.

En «Finir en beauté» nos habla de la muerte de su madre, y es, finalmente, una crónica de su intimidad en esa intemperie que crea la medicina, el duelo, el entierro y el día después de todo esto. La representación echa mano de todos los objetos en los que se sustenta esa intimidad: fotos, vídeos, un pasaporte, una agenda de teléfono... Como se dice: la memoria se refugia en los objetos. Es una obra bella y desolada, un cuento donde la sobriedad, la cotidianidad solo nombran los escombros que quedan después de una experiencia de esta magnitud.

«C´est la vie» da un paso más. En ella Daniel Kenigsberg y Fanny Catel hablan de la muerte de sus hijos. La intemperie aquí se hace insoportable, las palabras no aciertan a dar expresión a tanto dolor. Todo queda suspendido en esa desnudez escénica, en esa voz que se pregunta cómo escribir, cómo vivir después de este Auschwitz personal.

El Khatib lleva el teatro a un momento de esencialidad máxima, a un diálogo fascinante con la realidad. Quiere la representación exacta de la experiencia, prefiere el susurro a la retórica, desestabiliza nuestra percepción con un hiperrealismo descarnado. Es el cronista de los momentos oscuros de nuestra intimidad. Sorprende como un Duchamp elevando lo cotidiano a la categoría de gran arte.

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