CRÍTICA DE TEATRO

«El árbol»: una tierra abandonada por los pájaros

La compañía danesa Odín Teatret, que dirige Eugenio Barba, presenta este montaje en el teatro de La Abadía

Una escena de «El árbol» Rina Skeel

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

El Teatro de la Abadía es un territorio adecudamente sacro para acoger los rituales del Odin Teatret , la legendaria compañía radicada en Holstebro (Dinamarca) que fundó en 1964 el italiano Eugenio Barba (Brindisi, 1936), antropólogo teatral y casi gurú de una aplaudida secta escénica en la que la investigación forma parte indisoluble de la representación. Barba, que fue alumno del gran Jerzy Grotowski , se coloca bajo su advocación para subrayar que el Odin practica un riguroso pesimismo del intelecto y un encendido optimismo de la voluntad.

Regresan Barba y el Odin al ámbito abacial madrileño para cerrar con « El árbol » su « Trilogía de los inocentes », concebida como un ciclo temporal que completan « La vida crónica », pesimista indagación sobre el futuro, y « Las grandes ciudades bajo la luna », una mirada inquieta sobre la crispación del presente. La tercera entrega de la trilogía se asoma a un pasado próximo en el que señores de la guerra siembran la muerte y el caos en torturados puntos del globo, tierras abandonadas por los pájaros. Un árbol, ancestralmente vinculado a la vida, es el centro dramático y simbólico de esta propuesta multicultural , que mezcla, como es habitual en los trabajos del grupo, realidades, ritos y mitos de diversas partes del mundo. La interpretan actores procedentes de Bali, Canadá, Chile, Dinamarca, India, Italia y Reino Unido.

El árbol, explica Barba, es el de la Historia, que « crece vigoroso y muerto » en esta fábula atravesada por un temblor de desgarrada poesía. Al comienzo, dos monjes yazidíes plantan un peral en el desierto sirio con la esperanza de que regresen los pájaros desaparecidos. El resto de los personajes gravita en torno a esa suerte de ruina vegetal, viva y agostada a la vez: la hija de un poeta que evoca sus sueños infantiles de volar junto a su padre, una madre nigeriana que transporta en una calabaza la cabeza cercenada de su hija, un señor de la guerra europeo y otro africano con su ejército de niños soldado (inspirados en el serbio Arkan y el liberiano Joshua Milton Blahyi ) confraternizan… Dos narradoras -cantantes e instrumentistas- comentan las escenas de este hermoso, inquietante y a veces enigmático espectáculo que se desarrolla en el interior de una suerte de yunta rectangular con los espectadores sentados en los rodillos que la flanquean. En la penumbra final, los cantos de los pájaros anuncian su regreso. Con el ánimo sobrecogido y en paz, una frase de Chateaubriand que Barba recoge en su notas de trabajo queda prendida en la memoria: «Los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen».

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