José Mercé
José Mercé - RAFAEL CARMONA
CAMBIO DE ÉPOCA

El cante en la Bienal: Un ay por los que se fueron y un ole por los que vienen

Mercé será el gran maestro del cante en una programación que abre la puerta a la generación de los setenta: Arcángel, Antonio Reyes, Palomar, Marina Heredia, José Valencia...

SEVILLA Actualizado: Guardar
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Esta Bienal se enfrenta al sino que vaticinó la soleá: «Fui piedra y perdí mi centro / y me arrojaron al mar / y al cabo de mucho tiempo / mi centro vine a encontrar». La muerte prematura de genios como Enrique Morente, El Lebrijano o José Menese, que se habían quedado como grandes faros del cante tras la desaparición de la generación de la Paquera, la Fernanda o Chocolate, entre otros muchos, plantea un escenario desolador que obliga a un cambio generacional quizás demasiado forzado. Las figuras nacidas en los cuarenta o antes que quedan están retiradas -los casos más significativos son Fosforito y Calixto Sánchez- o aparecen ya con muy escasa frecuencia, como ocurre con Diego Clavel, Chiquetete, el Nano, Pepe de Lucía, Juan Villar o el Cabrero, que por decisión personal lleva décadas descartando actuar en la Bienal.

De esta camada, el más activo actualmente es Pansequito, pero llevaba dos ediciones seguidas en cartel y en esta ocasión se ha reservado. Así que la veteranía será cosa de maestros nacidos en los cincuenta: José Mercé, que clausurará el certamen con una antología clásica que grabará en directo junto con Tomatito y Pepe Habichuela, y José de la Tomasa, que le dará el relevo a su hijo Gabriel en Santa Clara y se subirá a la muralla del Alcázar a anunciar por toná el comienzo de este mes de jondura. Los demás pilares de esa época -El Pele y Carmen Linares sobre todo- no estarán. Por lo tanto, ésta es una edición en la que el cante flamenco se juega mucho porque tiene que demostrar si los que vienen empujando por detrás están ya en condiciones de tirar del carro. Ya se sabe que Miguel Poveda, Arcángel o Estrella Morente han asumido ese papel sin complejos y en estos momentos representan el cambio con bastante solvencia, independientemente de gustos y colores. Pero ni Poveda ni Estrella estarán como protagonistas únicos en ningún espectáculo. La Morente participará en la inauguración dentro de una obra, «Lisístrata», concebida con puros fines comerciales. Y el badalonés sigue esperando la coyuntura idónea para regresar a Sevilla.

Se da, en consecuencia, un contexto extraordinario para hacer apuestas y empujar a otros cantaores menos conocidos a nivel general, pero de gran importancia para los aficionados, a los grandes teatros. Es la hora de la generación de los setenta. El caso más significativo en este sentido es el de José Valencia, que iba a ser presentado por el Lebrijano como cantaor consolidado en un espectáculo que el gran genio gitano llegó incluso a diseñar al detalle antes de su muerte. El espectáculo continuará sin el maestro, aunque lo tendrá muy presente, ya que es una revisión de su legendaria obra «De Sevilla a Cádiz», un disco en el que Juan le cambió el paso al cante a finales de los sesenta en compañía de Paco de Lucía y del Niño Ricardo. A José Valencia no le queda otra que hacerse mayor, pero lo hará simbolizando la forma correcta: buscando en el legado de sus antecesores.

En la misma tesitura está el gaditano David Palomar, discípulo de Chano Lobato. Aquí tiene su primera gran cita para dilucidar su futuro. Y también se juegan el salto los dos grandes triunfadores de la anterior Bienal, el jerezano Jesús Méndez y el chiclanero Antonio Reyes. Esta vez irán por separado porque el formato de mano a mano se reserva para otras dos figuras en ciernes: Rancapino Chico y Pedro el Granaíno. Ellos no van a tener horario «prime time», sino sesión nocturna en el Central, algo que les va a impedir obtener la máxima recompensa en caso de triunfo, pero todos los aficionados saben que ahí está una de las citas de esta Bienal. El resto del protagonismo se lo reparten dos mujeres: Esperanza Fernández, que va a explorar las relaciones entre el flamenco y el son junto al pianista cubano Gonzalo Rubalcaba, y la granadina Marina Heredia, que se encerrará en el Lope de Vega con seis guitarristas de mucha enjundia con la intención de acreditarse como primera figura. Y también habrá que estar atentos a Arcángel, que ha huido de los focos para apostar por una idea con la que muy posiblemente se ponga en los puestos de mando del cante: cantar en los tablaos. Ah, y Duquende. El catalán está muy cuajado y aunque sigue teniendo su sello camaronero, está cantando cada vez con más personalidad. Hará una pincelada con Dani de Morón en el Alcázar. Ojito.

Esto es lo que ofrece la Bienal en su programa principal. Un juego al todo o nada en el que las ausencias son, a priori, tan significativas como las presencias. Pero por los rincones del cartel hay otras citas que no tienen tanto boato y, sin embargo, son ineludibles. El ciclo de San Luis de los Franceses es el tapado. Hay tres veteranos de rompe y rasga: Dolores Agujetas, Manuel Moneo y Jaime el Parrón. Y varios jóvenes que vienen a decir un ay por los que se fueron: Rocío Márquez, Laura Vital, Ezequiel Benítez, Manuel Cuevas, Rafael de Utrera y la jovencísima jerezana María Terremoto. A ver cuántos oles se ganan los que vienen.

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