Los ruteros disfrutaron la visita a la ría hasta que aparecieron los mosquitos
Los ruteros disfrutaron la visita a la ría hasta que aparecieron los mosquitos - ÁNGEL COLINA

Ruta QuetzalManglares, fragatas, flamencos... y mosquitos

Los ruteros visitan la Reserva de la Biosfera de la Ría Celestún

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Más de una veintena de lanchas se mueven por la Ría Celestún como serpientes inquietas, deslizándose de un lado a otro, botando al cruzar la estela de una previa. En grupos de siete, los expedicionarios visitan esta Reserva de la Biosfera, ubicada en la desembocadura de la cuenca de agua subterránea más importante de Yucatán.

En este lugar se han contado 300 especies de aves, tanto de bosque (carpinteros o colibríes) como aves acuáticas (fragatas, garzas, patos, etc.) que se han contado en este lugar, uno de los principales sitios para el descanso, la alimentación y reproducción de muchas de especies migratorias.

El ruido de los motores se mezcla con las canciones de las chicas que viajan en la lancha «Odalis».

Pasan del «Hola, don Pepito. Hola, don José» a los villancicos sin ningún problema. Poco después, la expedición tiene la oportunidad de ver fragatas y flamencos y las cámaras se ponen a funcionar.

Los flamencos son ejemplares jóvenes, de unos cuatro o cinco años, con un color rosa más suave del que está en el imaginario colectivo, y hasta que tengan siete años permanecerán en Celestún. Entonces, ya adultos, emigrarán a Río Lagartos para anidar y regresarán para alimentarse.

La mejor época para verlos es entre noviembre y diciembre, época en la que pueden llegar a juntarse entre 20.000 y 25.000 ejemplares. «Todo es rosa», dice Rafael, patrón de una de las lanchas.

Esta ría, de 18 kilómetros de longitud, es una de las reservas con mayor riqueza de ecosistemas interdependientes, pues cuenta con manglares, dunas, petenes, selva baja y pastizales. Otro de los motivos que la convierten en una parada frecuente de turistas nacionales y extranjeros. Además de las visitas de día, como la que realizan los expedicionarios, la reserva también ofrece travesías nocturnas para observar cocodrilos.

Un cormorán permanece apoyado en un poste de madera, ajeno a la expectación que suscita. Algunos ruteros pasan tan cerca de él que casi, casi, casi parece que pueden tocarlo.

Las lanchas continúan su viaje. En la proa de la «King Fisher» cuatro chicas se sientan con las piernas colgando sobre el agua y los brazos apuntando al cielo, disfrutando el trayecto. Cuatro chicos de la «Arili» viajan igual, pero se les ve un poco más comedidos.

Con un giro rápido a la izquierda, los expedicionarios se sumergen en un canal que transcurre entre manglares de seis metros de altura: mangle negro, a la izquierda, de tronco recto; mangle rojo, a la derecha, con raíces visibles. La travesía los lleva a un pequeño pantalán, donde desembarcar para visitar el circuito «Ojo de agua baldiosera». Allí, en una pequeña poza, los chicos se dan un chapuzón.

Con tantos días de calor, cada contacto con el agua es una fiesta. La canción de la Ruta BBVA tarda poco en sonar. Y los mosquitos tardan menos en aparecer. En masa. Nada más salir del agua, los chicos se lanzan a por el repelente. Poco a poco empiezan a aparecer las marcas del festín en sus cuerpos. Mientras se secan y se visten, se oye un «plas» después de otro, en un intento de evitar alguna picadura. De regreso a las lanchas, van haciendo recuento de las que se llevan al campamento, instalado en la playa. Ésta será, seguro, una de las anécdotas del viaje.

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