Rihanna durante una de las actuaciones de la gira de presentación de «Anti»
Rihanna durante una de las actuaciones de la gira de presentación de «Anti» - ABC

Rihanna, sin frenos y a lo loco en el Palau Sant Jordi

La cantante se exhibió en Barcelona con un concierto austero en lo visual y apabullante en lo musical

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Apareció tarde, como siempre, con tres cuartos de hora de retraso que ya nadie recuperará pero que todo el mundo olvidó en cuanto se arrimó al micrófono y empezó no por el principio sino por el medio, con dos turbobaladas como «Stay» y «Love The Way You Lie». Dos canciones que pusieron a prueba las gargantas y, ya puestos, esculpieron en ébano su perfil de diva versátil y carismática capaz de brincar de los algodones del pop al frenesí dancehall en un satiamén.

Ahí estaba Rihanna, sí, pero para verla no había que mirar al escenario del Palau Sant Jordi, sino al centro de la pista, donde una plataforma la elevaba por encima de la multitud a la espera de que una pasarela acristalada la llevase en volandas hasta el escenario principal.

Aún no se veía ni a un sólo músico, pero tampoco hacía falta: ahí estaba ella, contoneándose en las alturas al ritmo de «Woo» y «Sex With Me» y reclamando una atención que, faltaría más, nadie le negó. Apenas habían pasado diez minutos, pero la cantante caribeña ya había noqueado al público dejando claro que aquello sería una noche de ritmo frenético.

Sobriedad y conteción

Una nueva vuelta de tuerca a una de las personalidades más arrebatadoras del pop que, con el empuje de «Anti», ese disco con el que ha hecho trizas el dial de lo convencional para sintonizar con la cara menos evidente de los ritmos urbanos, se tradujo en un concierto apabullante en lo musical y extremadamente sobrio en lo visual. Con el libro de estilo del pop de estadios en la mano, el regreso de Rihanna a Barcelona fue minimalista en lo formal y recatado en lo carnal. Nada que ver, en cualquier caso, con sus dos anteriores visitas a la ciudad, donde la lujuria campaba a sus anchas y el escenario era una continua fuente de distracción.

Anoche, con el escenario repleto de colores blancos y tonos ocres y un elegante diseño de luces, Rihanna desplazó el foco de atención para dejar que fuera la música, esos estribillos impetuosos y rebozados en un sonido aplastante, la que marcara el rumbo de la noche. Acompañada por media docena de músicos y otros tantos bailarines como recién salidos de una glamurosa distopía chic, la caribeña pasó como vendaval por su repertorio, arrasó los pespuntes sintéticos de «Pour It Up» y «Numb», transformó la impetuosa «Umbrella» en un gigantesco karaoke, se fundió con los vapores jamaicanos y el dancehall adhesivo de «Rude Boy» y estrechó lazos con Drake «Take Care». Todo a tal velocidad y con un ritmo tan descollante que más de uno se despertará hoy como si alguien hubiese estado hurgándole en la oreja con un picahielos.

Una exhibición de carisma y una apuesta más o menos insólita en las grandes ligas del pop con la que, a riesgo de desfigurar buena parte de su cancionero, Rihanna viene a confirmar que los duelos de divas y los pases de lencería se le quedan ya pequeños. ¿Cómo explicar si no ese impetuoso tramo con la electrónica percutora de «Needed Me», su versión del «Same Old Mistakes» de Tame Impala retorciendo la psicodelia, y «Diamonds» abriendo de par en par las puertas del himno pop con dedicatoria a las víctimas del atentado de Niza incluida? Al final, la noche tomó un cauce algo más normal, empezó a chorrear espuma encima del escenario y «Four Five Seconds» y «Kiss It Better» templaron los ánimos, pero a esas alturas ya había quedado bastante claro que otro tipo de diva, sin frenos y arrolladora, también es posible.

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