Miguel Poveda: «No quiero renunciar a otras influencias, me mutilaría»

El cantaor celebra treinta años de carrera con «El tiempo pasa volando», disco de oro

Miguel Poveda, con su disco de oro por «El tiempo pasa volando» Ernesto Agudo
Julio Bravo

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Treinta años, «toda una vida», lleva Miguel Poveda (1973) de carrera artística. «Bueno, casi treinta y uno; se cumplirán en noviembre», corrige. La ocasión no podía desaprovecharse, y el cantaor barcelonés quiso celebrarlo con un disco, significativamente titulado «El tiempo pasa volando», que le ha valido un disco de oro y que se le entregó ayer en Madrid. Ahora toca abrazar al público en una gira cuya próxima cita es, precisamente, su ciudad natal;#mañana actuará en el Real Club de Polo de Barcelona. Madrid ha de esperar hasta el 23 de diciembre, fecha en la que estará en el Wizink Center.

Cuando uno toma conciencia de lo que suponen tres décadas de carrera, ¿qué es lo que piensa?

Cuando cumplí veintisiete años ya pensé que tenía que celebrar los treinta de manera especial y enseguida apareció Federico; mi idea era hacer una trilogía, mostrar en ella mi raíz flamenca e ir al tiempo a esos artistas con los que yo trasteaba al principio. Quería volver a mi barrio de Badalona, a mi piso, a mis cintas de casete y a mis discos de vinilo, en los que cabían Manzanita, los Chichos, Bambino, Lole y Manuel... Finalmente me centré durante tres años en Lorca, y me obsesioné;#me perdí dentro de Federico. Pero no podía terminar el año sin hacer un disco de cante tradicional, y que en octubre me metí en el estudio, en casa de Bolita, el productor, para grabar un disco en directo, muy vivo, con todos los músicos a la vez. Y así nació «30 años en la música».

Y a la hora de hacer un disco, ¿en el estudio se puede lograr el mismo ambiente que en un concierto?

Es complicado. Los temas festeros son más sencillos;#lo peor es cuando estás solo, pero yo apagaba las luces; trataba de no pensar que estaba en un estudio de grabación y mostrar el alma.

¿Vive el flamenco tiempos de confusión?

No creo, todo el mundo sabe lo que es flamenco tradicional y puede distinguir quién tiene elementos flamencos pero no se sitúa dentro de él. Rosalía, por ejemplo, tiene en su coctelera cantidad de ingredientes: influencias de la música urbana, de la música americana, y de su pasión por la música flamenca. Ha metido en la coctelera todo eso; es muy buena artista, es muy guapa y tiene algo propio, que solo tiene ella. A mí me parece maravilloso, pero hoy día la gente ya sabe distinguir entre La Macanita y Rosalía; no las va a meter en el mismo saco.

Pero el flamenco no es un traje que se pone uno por la mañana.

Para mí no, desde luego.

¿Usted se siente flamenco haga lo que haga, incluso cuando no canta flamenco?

Hay cosas que intento no aflamencarlas, trato de meterme en su universo. Pero inevitablemente salen tu sonido, tu personalidad y tu influencia flamenca. Y cuando aparece, te dices: ¿Y por qué lo vas a esconder, si forma parte de ti? El flamenco va contigo allá donde tú vayas.

Para un artista de hoy es imposible no «contaminarse» con otras músicas, con otras culturas...

Claro. Yo he crecido en medio de una gran diversidad musical. Mi padre ponía a Pink Floyd, a Alan Parsons, a Mike Oldfield, a Police, a Queen... Y mi madre ponía a Adamo, a Bambino, a Los Chunguitos, a Marifé de Triana, a Lole y Manuel... Crecí así, en un barrio de Cataluña en el que todos éramos hijos de emigrantes. No quiero renunciar a otras influencias que tengo para ser más puro. Me censuraría a mí mismo, me mutilaría. He convivido con músicos de muchas disciplinas:#y necesito esta otra parcela para compartir, para viajar por el mundo, para crecer como ser humano también. Ahora, cuando vuelvo al flamenco vuelvo a casa.

¿Y se siente diferente cuando hace un recital de flamenco por derecho a otro tipo de música?

Cuando hago flamenco estoy sentado, en mi universo, únicamente con los elementos del sentimiento; de la tragedia, de la pena, de la alegría, de la melancolía. Y viajo por esos sentimientos desde un lugar más recogido. Cuando abarco otras músicas me siento otro tipo de artista; las canciones me permiten estar de pie, mirar a la gente de otra manera. Es otro papel, más hacia fuera, y que también me gusta.

¿Y el cine? Hace mucho también que lo dejó.

No puse de mi parte para seguir. Me ofrecieron más cosas, sobre todo cortos. Cuando gané en la Unión y logré mi sueño de poder hacer mis conciertos y mis recitales y no volver a la fábrica o al tablao, me llamó Bigas Luna para hacer «La teta y la luna»; me tuvo tres meses encerrado en una roulotte y levantándome todos los días a las cuatro de la mañana para rodar cuatro secuencias. Y yo me dije: esto no tiene nada que ver conmigo; ni yo soy actor ni siento esta profesión. Nos venían además a ver al rodaje todos los días Jordi Mollá y Javier Bardem, y yo me sentía como un pingüino en África, fuera de lugar. Cuando terminé salí como un toro a cantar, eso sí era lo mío. En el cine sería un intruso.

Ha hablado del tablao. ¿Para un flamenco es imprescindible pasar por él?

Para mí sí. A día de hoy, agradezco mi paso por las peñas flamencas, por los festivales –donde no era fácil porque te podían sacar a cantar a las siete de la mañana, cuando ya estabas más que harto y la gente cansada– y por los tablaos. No es sencillo cantar todas las noches sin micrófono y al servicio de un bailaor o una bailaora... Haber pasado por ahí me ha curtido; yo lo noto. No es imprescindible, pero sí muy importante pasar por ahí.

Hace años era frecuente asimilar el flamenco con la indisciplina, pero las cosas han cambiado.

La disciplina es fundamental para darle al arte el respeto que se merece. El flamenco es una música muy grande, de una profundidad y un valor artístico grandes. Tenemos que luchar por estar a la altura de su categoría. Si queremos que le den al flamenco el lugar que le corresponde tenemos que poner de nuestra parte, y ahí entran en juego la disciplina y el compromiso. Ser artista profesional no se demuestra solo en el escenario. Nos ha costado mucho que nos tomen en serio.

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