Gustavo Gimeno: «La impaciencia me lleva a estudiar más... Y a crecer»

El joven director de orquesta valenciano acaba de concluir una gira por España con la Filarmónica de Luxemburgo

Gustavo Gimeno, el viernes en Madrid Ignacio Gil
Julio Bravo

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Sonríe ilusionado Gustavo Gimeno (Valencia, 1976) cuando cuenta que, tras el último concierto, en Oviedo (ayer sábado), de la gira española con la Filarmónica de Luxemburgo, de la que es director titular, va a poder descansar unos días en su casa, en Amsterdam. Allí vive... Mejor dicho, allí tiene su residencia, porque, reconoce, pasa más noches fuera que en ella. Estados Unidos, Suecia, Holanda, Austria, Francia y Luxemburgo son sus destinos los próximos meses. Es lo que tiene ser uno de los directores de orquesta más reclamados de la actualidad.

¿Qué tal el balance de la gira?

Muy satisfecho. Me gusta ver a los músicos tocando con una sonrisa. España es hoy un destino habitual para cualquier orquesta, y la gente disfruta aquí, yo incluido. Aunque crecí en Valencia, llevo muchos años fuera, y regresar es una gran alegría para mi.

¿Desde cuándo vive fuera?

Me fui a estudiar a Amsterdam con 18 años, y tengo 42. Veinticuatro años.

¿Cómo ve desde fuera la situación en España? No tanto la política, sino la cultural.

Sinceramente, cansa seguir la actualidad política, porque parece una telenovela en la que no hay evolución. En el campo de la música, recuerdo bien que en mi adolescencia, cuando estaba en la Jonde, todos los que estudiábamos en el extranjero nos conocíamos; éramos muy pocos, igual que los que tenían puestos relevantes en orquestas extranjeras. Y ahora yo me encuentro constantemente con españoles en orquestas internacionales. Obviamente ha habido un «boom» extraordinario desde los ochenta o noventa hasta aquí. Hemos perdido muchos complejos. Cuando yo fui a Amsterdam yo fui completamente intimidado. Hoy no ocurre. Aunque a nivel institucional es más complicado, porque veo que la cultura sigue dependiendo de la política, y esto no es nada positivo. En Holanda o Luxemburgo no existe, y eso es mucho más positivo.

Usted empezó como percusionista; el salto a la dirección de orquesta parece, aunque no tiene por qué serlo, menos natural que desde el violín o el piano.

Es menos habitual. Y la percusión se ve como algo «exótico» en una orquesta. Llama más la atención, pero Simon Rattle, por ejemplo, fue percusionista también.

Pero un percusionista estudia tanto como un violinista...

Tenemos más tiempo de estudiar la partitura durante los ensayos y los conciertos, porque tenemos mucho menos trabajo...

¿Y usted tenía desde el principio la idea de ser director?

En absoluto. Me interesaba... Yo no he tenido grandes metas ni he sido ambicioso. Tener un puesto de trabajo y vivir de la música era todo a lo que aspiraba. Estudié dirección de orquesta para entender mejor mi profesión, no con la intención de ser director.

¿Qué características especiales debe tener un director de orquesta?

Curiosidad, sin duda. Interés de cubrir repertorio, de cubrir etapas. Hambre por una parte, paciencia por otra. Pero yo estoy en el proceso, no tengo la llave. Observo a los grandes y son características que veo en ellos. Y aceptar que el camino no va a ser fácil, claro.

El suyo va muy rápido...

Muy rápido si se cuentan los cinco años que llevo dedicado totalmente a la dirección. Pero yo llevo estudiando desde los siete años, he sido miembro de una orquesta importante once años, y antes trabajando en distintos ámbitos o dirigiendo orquestas amateurs. Últimamente se ha acelerado, y soy un afortunado, porque he tenido grandes oportunidades que no todo el mundo tiene.

Decía rápido porque no es habitual con su edad haber dirigido a grandes orquestas como usted ha hecho.

En la música, como en otros ámbitos, ha habido una época en que se primaba la juventud, era un valor en sí mismo. Ahora ya ha pasado, creo.

¿Se renuncia a muchas cosas por esa vida de nómada?

Seguro. Pero no lo pienso. Al revés, me siento afortunado. Eché muchas horas de estudio cuando era un niño, pero no recuerdo haber renunciado a nada en mi infancia;#lo hacía con motivación y con entusiasmo. No me he perdido nada;#al contrario, he tenido una vida rica, aunque es verdad que duermo muchas menos noches en casa que cualquier persona. Pero por contra conozco ciudades, conozco gente, hago música fantástica... Soy feliz.

Existe el tópico del director de orquesta rodeado de fusas y semifusas, pero también es una persona que puede irse de cañas.

Sí y no. Es verdad que estamos rodeados de partituras, es una manera de vida. Pero eso no quita que cuando concluye la jornada, uno necesite tomarse unas cañas o irse al cine o a un restaurante. Uno necesita momentos de desconexión;#a veces, si estoy tres semanas seguidas dirigiendo en diversas ciudades, llego a preguntarme qué sentido tiene. Si te metes en exceso, puedes perder el rumbo.

¿Y en casa pone música para distraerse?

No. La pongo para trabajar; si estoy estudiando la Cuarta Sinfonía de Bruckner pongo las grabaciones de otros directores para ver cómo han resuelto una transición o un tempo. Pero no termino la jornada y escucho música. Lo que sí me gusta, cuando puedo, es escuchar en concierto recitales de piano solo. Es lo más cercano al silencio. Es disfrutar la música de otra manera. Si voy a un concierto de orquesta lo analizo de manera inconsciente, no lo disfruto.

¿No toca nunca?

No. Me parece otra vida, está instalado en el pasado. Es como vivir en Valencia, es lejano.

¿Usted empezó como un juego? Parecería que la percusión es lo último que se plantea tocar un músico.

En mi caso fue el primero. Mi padre, también músico, me dijo qué instrumento quería tocar (porque no tuve la opción de elegir si quería estudiar música). Y yo dije que la percusión. Eso o nada. Tenía yo seis años, no sé por qué lo dije. Y lo aceptó porque vio que era la única manera de que yo estudiara música.

¿Hay alguien que haya influido de manera especial en su carrera?

Claudio Abbado. Fue con quien pasé más tiempo y de manera más intensa. Fue muy generoso, me abrió su casa, era casi familia durante el año que estuve con él. Estaba todo el tiempo en una nube, me parecía increíble poder estar con alguien a quien había admirado tanto. Un regalo increíble de la vida.

¿Y hay alguna obra que tenga en el cajón esperando que llegue el momento de abordarla?

Muchas. Pero no en el cajón, en la mente. No las abro porque pienso que hay que cubrir etapas antes de hacerlas. Yo en el fondo soy impaciente; cuando abro una partitura me gustaría aprendérmela en dos días. Y mientras lo estoy haciendo me doy cuenta de que no tiene sentido. Pero esa impaciencia es la que me lleva a estudiar más. Y a crecer.

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