El fenómeno Kunde en el Festival Castell de Peralada

Depués de las actuaciones de las sopranos Pretty Yende, Ainhoa Arteta y Julia Lezhneva, la semana dedicada a los conciertos y recitales líricos en el Festival Castell de Peralada contó con la actuación del tenor norteamericano

El tenor norteamericano Gregory Kunde ABC

PABLO MELÉNDEZ-HADDAD

Depués de las actuaciones de las sopranos Pretty Yende , Ainhoa Arteta y Julia Lezhneva , la semana dedicada a los conciertos y recitales líricos en el Festival Castell de Peralada tuvo en la actuación del tenor norteamericano Gregory Kunde otro de sus puntos álgidos. El sexagenario cantante demostró la amplitud de su repertorio con un programa que saltaba del «bel canto» romántico de Bellini y Rossini al «verismo» de Leoncavallo , pasando por el Verdi camerístico y de madurez, todo un fenómeno en su cuerda al poder abordar repertorios tan dispares en cuanto a exigencias.

La verdad es que la acústica de la Iglesia del Carme de Peralada le ayudó a proyectar su generoso vozarrón y a maquillar la zona grave que es la más débil de su amplia tesitura. También le ayudó, y mucho, el excelente José Ramón Martín , verdadero experto en el acompañamiento vocal que sentó cátedra en su feliz debut en el evento ampurdanés.

Pero Kunde no le debe nada a ningún maestro, ya que a él le sobra el talento reflejado en unos agudos firmes y luminosos, potentes y seguros, en un fraseo siempre expresivo y en un sentido del canto dramático y teatral a toda prueba, cargando de sentido cada palabra. A pesar de su adecuación, por color de voz y trayectoria, al canto belcantista, en esta ocasión su coloratura no corrió lo suficiente y sus agilidades parecieron dificultosas. Por ello es el canto heroico el que más se ajusta a su actual momento vocal, tal y como demostró con un Polline de lujo y un Guillaume Tell tan expresivo como poderoso, aunque sin la «cabaletta».

Segunda parte

Las canciones de Verdi que abrieron la segunda parte sonaron algo veladas y tensas al intentar cantarlas a media voz, ya que solo estaba cómodo ante una emisión poderosa, amplia, generosa: era entonces cuando aparecía el esmalte y el brillo vocal que lo caracteriza en toda su plenitud, aquello que lo transforma en uno de los mejores en su cuerda. Eso pudo disfrutarse, a pesar de los muchos detalles -«fiato» corto, repiraciones nerviosas, sobreagudos justos- sobre todo en las arias de «Un ballo in maschera» (Verdi) y «La Bohème» ( Puccini ), pero sobre todo en un impecable «Vesti la giubba», de «Pagliacci» (Leoncavallo), con la que cerró el programa y en la que puso toda la carne en el asador, dándolo todo, y, como es lógico suponer, impresionando a su público, al que regaló una canción de Louis Armstrong y la muy sobada «My Way».

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