Charles Aznavour, el último romántico de la canción francesa

El cantante francés, fallecido a los 94 años, llevó la fidelidad al escenario hasta sus últimas consecuencias

Aznavour, el pasado mes de abril, durante su actuación en el Liceu Efe

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En abril de este mismo año, poco antes de cruzar una nueva barrera y plantarse en los 94, Charles Aznavour apareció cojeando en el escenario del Gran Teatre del Liceu de Barcelona y arrastrando un pinzamiento muscular. «Hoy tenía dos opciones: no cantar o morir el escenario», dijo al poco de emerger entre los focos. «Para ustedes sería algo para recordar: ‘le vimos morir en directo’», añadió con sorna mientras hurgaba en las entrañas «Les émigrants» en busca de esa voz frágil y quebradiza en cuyos surcos anidaba la historia de la chanson francesa.

Al final, entre no cantar o morir en el escenario, Aznavour optó por una tercera opción: recostar su menudo cuerpo en un taburete y seguir alimentando una leyenda que si algo consiguió durante décadas fue espantar a manotazos cualquier amago de jubilación. Y eso que en 1999, cuando aún le quedaban una decena de discos por publicar, algún promotor avispado ya empezó a anunciar sus conciertos con el jugoso reclamo de conciertos de despedida. ¿Despedirse Aznavour? Ni hablar.

«La jubilación es la antesala de la muerte» , aseguraba categórico en 2014, recién estrenada su sexta década de carrera, minutos antes de actuar por el primera vez en el Liceu de Barcelona . «Mirar hacia atrás no lleva a ninguna parte, es algo vano», añadía un par de años más tarde. A esas alturas, Aznavour ya había empezado a regalar los discos de oro que adornaban las paredes de su casa en la Provenza francesa y, pese a los achaques y el sonotone, intentaba mantener su rutina de una canción al día. O sino eso, por lo menos unos pocos versos. O unas líneas como las que empezó escribiendo para Edith Piaf, plataforma de lanzamiento que le acabaría propulsando al estrellato.

«Hay que entrenar ese músculo que es el cerebro», defendía siempre que tenía ocasión un compositor que veía en el trabajo a destajo una manera de compensar su prematuro abandono escolar. Así que si en sus canciones Aznavour desbordaba bohemia y romanticismo, en cuanto entraba en su despacho se convertía en un trabajador infatigable al que las canciones se le escapaban a puñados… Ahí están «Emmenez-moi», «Que c’est triste Venise», «For me formidable» y «Comme ils disent». Y también «La mamma» y «Désormais». Y, cómo no, esa «She» que Elvis Costello convirtió en monumento de belleza arrebatada. Canciones que escribió a millares aunque en realidad todas fueran siempre la misma. «Hace falta tener talento para que le gente se de cuenta», bromeaba.

Y así, entre canción y canción y casi con las botas puestas -tenía una nueva gira por Francia a la vuelta de la esquina-, Aznavour no sólo ha llevado hasta las últimas consecuencias su fidelidad al escenario, sino que lo ha hecho mejorando las marcas que en su día fijaron otros veteranos de largo recorrido como Henri Salvador, Juliette Gréco o su adorado maestro Charles Trenet. Un completísimo panteón de la canción francesa al que Aznavour, con un plus de veteranía y otro tanto de longevidad, se aupa ahora convertido en el último representante de una especie en extinción: el último romántico de la chanson cálida y reconfortante.

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