John, George, Paul y Ringo, fotografiados en el estudio durante la grabación del disco
John, George, Paul y Ringo, fotografiados en el estudio durante la grabación del disco - ABC

«Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band»: el día que los Beatles llevaron el arte al pop

Una lujosa reedición conmemora el 50 aniversario de uno de los discos capitales de la música popular

BARCELONA Actualizado: Guardar
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En cuanto se acabaron las giras,empezó la diversión. Desaparecieron el griterío, los botines de tacón cubano y los peinados como de bol de cereales y aparecieron los mostachos, los uniformes eduardianos de colores imposibles y las canciones en technicolor. Se esfumaron los Beatles y, alehop, aparecieron los Beatles 2.0, versión corregida y aumentada de una banda que ya no se conformaba con haber hecho historia: ahora también quería reescribirla para elevar lo que algunos veían como un fenómeno sociológico a la categoría de big bang creativo de proporciones faraónicas.

Así que, después de salir trasquilados de sus actuaciones en Estados Unidos y Filipinas y hartos de oír poco más que un zumbido inconexo sobre el escenario, dejaron de desgañitarse en directo el 29 de agosto de 1966 y, en apenas tres meses, ya habían convertido los estudios Abbey Road

en su patio de recreo. ¿Una revolución, dices? Pues ahí tienes el croar enloquecido de «Good Morning Good Morning», el festín de arpas y clavicordios de «Fixing a Hole» y «She’s Leaving Home», el pop tridimensional de «Lucy In The Sky With Diamonds», el music hall juguetón de «When I’m Sixty Four», la chaladura hindú de «Within You Without You»... ¿Para qué salir de gira si ya tenían todos los juguetes en casa?

En realidad, los de Liverpool ya habían empezado a despeinar el pop en 1966 con «Revolver», pero fue «Sgt. Pepper’s Lonely Heart’s Club Band», publicado el 1 de junio de 1967, el disco que lo cambió todo. Sí, todo. No sólo aceleró la madurez del pop y apuntaló el rock como expresión artística de primer orden, sino que ahondó en el espíritu de la contracultura, anudó bien fuerte la psicodelia y colocó los raíles por los que se desplazaría la música popular durante las siguientes décadas.

Al final, ni siquiera necesitaron hacer demasiado hincapié en esa cortada conceptual que Paul McCartney ideó para anunciar que la Banda de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta había reemplazado a los Beatles: les bastó con las canciones y, sobre todo, con una concepción radical del pop como obra de arte. «Sgt. Pepper pareció capturar el sentimiento de aquel año y también permitió a mucha gente tener un punto de partida para su trabajo», celebra ahora Ringo Starr desde uno de los textos que acompañarán a la nueva versión, restaurada y ampliada, del octavo disco de los británicos.

Una golosina repleta de tomas falsas y mezclas alternativas disponible en varios formatos -desde una edición estándar con el disco remasterizado a una versión super deluxe con DVD, Blu-ray, cuatro cedés, pósters y tarjetas- que, además de celebrar por todo lo alto el 50 aniversario del disco, subraya su condición de icono popular y tótem artístico. «Es una locura pensar que 50 años después estamos echando la mirada atrás a este proyecto con tanto cariño y un poco asombrados de cómo cuatro tipos, un productor genial y su equipo de ingenieros pudieran hacer una pieza de arte duradera tan impresionante», relata Paul McCartney en el texto introductorio.

La vida de Brian

La culpa, una vez más, la tuvo Brian Wilson: en cuanto los Beatles escucharon el «Pet Sounds» de los Beach Boys y McCartney decidió que «God Only Knows» era la mejor canción jamás escrita, la única alternativa que tenían los británicos era intentar superar aquella catedral de pop melancólico y otoñal. Con esa idea en la cabeza entraron en el estudio el 24 de noviembre de 1966 y, seis meses y 700 horas de grabación después, ya tenían listas trece canciones que desbordaban cualquier dique de contención del pop. Una superproducción orquestada en tan solo cuatro pistas -para entendernos: el «Born To Run» de Springsteen, grabado en 1974, utilizó 32- y rematada por el aplastante crescendo orquestal de «A Day In A Life», con una orquesta de cuarenta músicos multiplicada hasta el infinito.

Tan convencidos debían estar de que aquello sería una obra maestra que desgajaron «Penny Lane» y, sobre todo, «Strawberry Fields Forever», canción que Lennon había empezado a escribir mientras rodaba en Almería «Cómo gané la guerra», y les dieron autonomía propia publicándolas como single tres meses antes de la edición del disco. Es más: en cuanto Brian Wilson escuchó «Strawberry Fields Forever» supo que había perdido la partida y empezó a perder la chaveta durante las sesiones de grabación del fallido e inconcluso «Smile».

En un alarde de clarividencia, el crítico del «New York Times» Richard Goldstein calificó el disco de «pastiche de brillo y disonancia» y «deslumbrante pero en última instancia fraudulento», unas palabras que no han hecho más que diluirse tras medio siglo de ventas deslumbrantes -32 millones de copias y subiendo-, aplauso unánime y puesto más o menos fijo en cualquier podio de lo mejor del siglo XX.

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