Adele, en concierto
Adele, en concierto - REUTERS

Adele se corona en Barcelona como diva de proximidad

La cantante británica enamora al Palau Sant Jordi con su voz y con un recital íntimo y cercano

BARCELONA Actualizado: Guardar
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En los últimos años, casi todas las estrellas del pop que han desembarcado en el Palau Sant Jordi le han buscado las cosquillas echando mano de coreografías gimnásticas, fastuosos montajes de luz y color y, en fin, toneladas de voluptuosidad al servicio del pop. Espectáculos totales para encumbrar a cantantes como Beyoncé, Rihanna, Lady Gaga o Katy Perry y tumbar al público por un inapelable K.O técnico. Anoche, sin embargo, Barcelona no tuvo más remedio que rendirse al discreto encanto de Adele, paradigma de artista capaz de enamorar con su voz y su simpatía.

[El concierto de Adele en Barcelona, canción a canción]

En vez de eso, la británica propone emociones pulcras, sencillez nada impostada y canciones arregladas entre susurros, armas con las que quedó claro que también se puede conquistar la montaña de Montjuïc.

Es más: como si no hubiese hecho otra cosa en su vida que pasear por recintos abarrotados, Adele se reivindicó como parlanchina y deslenguada diva de proximidad parloteando con el público, subiendo a fans al escenario y, en fin, haciendo ver como si todo eso de la fama no fuese con ella.

Justo cuando el reloj marcaba las nueve sonó ese teclado apesadumbrado que ha conquistado las radios de medios planeta y empezó el griterío. Y después el silencio. Y después otra vez el griterío. Abrió, cómo no, con «Hello» mientras una gigantesca pantalla mostraba un primerísimo primer plano de su ojo. Hola desde el otro lado y hola también desde un escenario rodeado por 16.000 personas -casi todas sentadas, en una disposición muy acorde con el ánimo del concierto-, algo así como 15.300 más que la última vez que actuó en Barcelona. Fue un arranque de estribillo exaltado y comunión popular que la cantante interpretó emergiendo desde un escenario secundario situado en el centro de la pista y recorriendo la pista hasta el escenario principal.

Con su voz como hilo conductor y el piano acariciando los claroscuros del pop con vistas al soul, la de Tottenham rebobinó hasta sus comienzos para exhibir poderío vocal con «Hometown Glory» mientras las pantallas proyectaban imágenes del extrarradio londinense mezcladas con planos aéreos de la Sagrada Familia, Montjuïc, La Pedrera y el Park Güell. Acto seguido se arrimó al pop satinado de los ochenta con «One And Only» y la banda, discreta pero certera y escondida hasta es momento tras un telón-pantalla, empezó a ganar protagonismo. A esas alturas, la británica ya había ido saludando tímidamente a los espectadores con la mano, pero fue entonces cuando llegaron las primeras palabras y también las primeras bromas. «¿Podéis hablar un poquito de inglés? Menos mal, porque yo soy malísima con el castellano», dijo antes de entretenerse en preguntar al público quién estaba allí por un regalo de Navidades, quién por uno de cumpleaños o quién acababa de cumplir 28 años, como ella. «Si habéis venido a bailar, estáis en el espectáculo equivocado», añadió antes de subirle las revoluciones al concierto con «Rumour Has It» y amagar con un par de movimientos de cadera que acompañaron el arranque de «Water Under The Bridge», un sutil altiplano de pop-soul panorámico y a todo color que brilló como lo hacía la propia cantante cada vez que los focos enfocaban las lentejuelas de su vestido.

Una Adele más contemporánea

La Adele más contemporánea, alejada de esos patrones clásicos que exhiben el resto de sus composiciones y enmarcada por injertos rítmicos mutantes, hizo acto de presencia con la escurridiza «I Miss You», tras la que subió al escenario a una chica del público sólo porque le había gustado su camiseta -selfie de rigor y aplausos del público- y, cada vez más suelta. explicó la terrible resaca de sangría que sufrió tras su última visita a Barcelona. La oscarizada «Skyfall» encarriló la noche hacia un tramo acústico coronado por «Million Years Ago»: recogimiento instrumental y espejismo de intimidad mientras sacaba a relucir su vozarrón con «Don’t You Remember» y « Send My Love To You (To Your New Lover)».

Con cada vez más charlas, comentarios y risas entre canción y canción, la británica tomó un desvío para arrimarse al Dylan crepuscular de «Make You Feel My Love» y, tras «Sweetest Devotion», exhibió otro de los ases en la manga de esta gira: cuatro pantallas translúcidas que envolvían el escenario secundario y desde las que, convertida en una suerte de holograma multidimensional, empezó a despedirse con «Chasing Pavements», se fotografío con el público que había a su alrededor y provocó una oleada de desmayos con «Someone Like You». La impactante cascada de agua de la rotunda «Set Fire To The Rain» remató la jugada y, ya en los bises, «All I Ask», «When We Were Young» y «Rolling In The Deep» coronaron a la británica como diva impermeable a los dictados de la industria. Una voz al servicio del público. Ni más ni menos.

[El concierto de Adele en Barcelona, canción a canción]

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