Roger Daltrey y Pete Towbshend en el concierto de The Who en Glastonbury
Roger Daltrey y Pete Towbshend en el concierto de The Who en Glastonbury - EFE

The Who dicen hola y adiós a sus nietos en Glastonbury

Kanye West, que derrotó a sus detractores, se llevó la mayor cuota de atención mediática

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Acabó un año más la romería multitudinaria del mayor festival de rock de Europa, Glastonbury, que data de 1972 y congrega en la colina de Pilton, en Somerset, al Oeste de Inglaterra, a una tribu variopinta de más de 170.000 personas. El glamour de las discípulas anónimas de la veterana Kate Moss, con sus botas Hunter y sus vestidos cortos que saludan al tímido verano inglés, convive con las bacanales de barro marca de la cita, con los despistados, los novatillos y los canosos que se aventuran a una penúltima acampada y al suplicio de unos baños hediondos. De fondo, por supuesto, la mejor música y también, claro, los pasotes de espirituosos varios.

Glastonbury nació hippy, pero hoy es un inmenso negocio ecléctico, tanto en su paisanaje como sobre las tablas.

De la pléyade de artistas que desfilaron por los diversos escenarios, quien ha acabado acaparando más notoriedad ha sido Kanye West. El rapero llegó en helicóptero al barrizal, como hacen allí los ilustres, y acompañado por su señora, Kim Kardashian, extraña celebridad planetaria, merced a un trasero rebotudo de proporciones inusuales y que espera un nuevo vástago del artista. A priori, West desagradaba a la grey de Glastonbury, con 134.000 firmas pidiendo en las semanas previas que no se le contratase, por no ajustarse al canon del rock clásico. Un absurdo purista, pues ya en 2008 actuó Jay Z con éxito en la misma colina.

El pequeño rapero de Atlanta, de 1,73, gasta esa fanfarronería ganadora y provocadora que es seña de muchos púgiles de color ante sus combates. Tiene de que presumir: 21 Grammy y once millones de discos vendidos sin salir de Estados Unidos. Pero no solo hubo bla, bla, bla. Kanye también se creció en el ring de Glastonbury cuando llegó la hora de retratarse. Tapó la boca a sus detractores con una actuación triunfal el sábado, durante una hora y 40 minutos. Lo hizo a pelo. Solo, un pigmeo chuleta en un inmenso escenario, protegido por juegos de luces y pirotecnias fastuosas y acompañado simplemente por su micro, un repertorio lleno de hitos y un lejano DJ. Crecido, en pleno dominio de su oficio, retó a los 175.000 parroquianos que lo escuchaban con esta frase: «Puede que en 20, 30 o 40 años no podáis decirlo, pero ahora estáis viendo a la mayor estrella de rock viva del planeta».

Al día siguiente, en la noche del domingo, le contestaba otro bajito, un señor rubio, un poco contrahecho y aún musculoso, de 71 años bien llevados y gafas de sol para vista corta: «Bueno, creo que el rey del rock sigue siendo Elvis, ¿no?». Roger Daltrey, el cantante de The Who, reivindicaba con esa frase irónica los galones de los clásicos. La elección para cerrar Glastonbury 2015 de The Who, que celebran sus 50 años de historia, fue un homenaje un poco melancólico al legendario rock inglés de los 60 y 70, que da sus últimas boqueadas sobre las tablas en una versión vintage, pero todavía resultona.

The Who, que se han hecho de oro el pasado invierno y primavera con una gira de despedida por Estados Unidos en estadios llenos, aseguran que cuelgan las botas, que ya no habrá esfuerzos así otra vez, aunque sí conciertos puntuales. En su semana de telón se han pegado dos baños de masas: el viernes ante 70.000 personas en Hyde Park y el domingo, ante las 177.000 de Glastonbury. Allí dijeron hola y adiós a los que podrían ser sus nietos, muchos chavales que jamás los habían visto, pero que por su reacción parece que enganchaban con la energía crepuscular y altamente profesionalizada de los abuelos.

«Tenemos un trabajo sencillo. Hemos venido para haceros felices y dejaros un poco sordos», dijo a la multitud el guitarrista y compositor del grupo, Pete Townshend, a modo de saludo (él mismo está medio sordo, por lustros de abusos con el volumen de los amplificadores). Cumplió la promesa, a pesar de que él mismo se quejó durante la actuación de problemas de sonido, que lamentó con sonoros tacos y juramentos (de mozo aliviaba su cólera interna destrozando las guitarras, pero en un caballero de 70 años, que viven en una preciosa mansión campestre que es patrimonio nacional, habría quedado impostado).

The Who alteraron su orden habitual de directo y en lugar de abrir con la recurrente «I can’t explain» eligieron «Who are you?», recuperada para las nuevas generaciones como sintonía de CSI. Luego dejaron correr en plan juke-box un cancionero ya infalible, que se vio beneficiado de que Roger Daltrey, cuya garganta es una pequeña bomba de relojería, se encuentra bien de voz (es decir: no desafina y rasca demasiado). El resto lo puso lo de siempre: Pete Townshend sigue siendo uno de los mejores guitarras rítmicos del mundo. En sus días de gloria, cuando reinventaron el directo del rock con una energía desconocida, The Who eran cuatro. Hoy suman ocho músicos en el escenario para reproducir un eco –apreciable- de aquel volcán de antaño. En las pantallas, viejas fotos de los héroes caídos en el carrusel de los excesos, ya pura nostalgia, mostraban al loco Keith Moon y al imperturbable John Entwistle.

Kanye West es el presente. The Who son morriña eficaz y respetable. Pero cuando West alcance los 70 años es dudoso que alguien pague por verlo en el barro de Glastonbury. Entonces The Who serán clásicos y West, olvidado pop cosmético.

(PD: la BBC emitió en directo todos los principales conciertos desde la apertura de Florence and the Machine, lo que invita a comparaciones enojosas con el papel de la música en nuestra televisión pública).

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