El cantante de The Strokes, en el Primavera Sound
El cantante de The Strokes, en el Primavera Sound - efe
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The Strokes, indolencia al por mayor para despedir el Primavera Sound

Los neoyorquinos cerraron con una desganada actuación un festival por el que pasaron anoche Tori Amos, Swans y Underworld, entre otros

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Vale, quizá estaba escupiéndose en la mano. O, quién sabe, echando un vistazo a los acordes que llevaba apuntados en la mano, pero el movimiento que captaron las pantallas -imposible ver el escenario con todo el gentío apelotonado frente al escenario Primavera- no dejaba lugar a demasiadas interpretaciones: llegó «Hard To Explain», uno de los himnos bandera de The Strokes y, a media canción, el bajista Nikolai Fraiture se llevó la mano a la boca como para disimular un bostezo. Sí, un bostezo. Perdón: ¡Un bostezo! Un gesto minúsculo que, sin embargo, resumía a la perfección lo que fue el concierto de los neoyorquinos en la última madrugada del Primavera Sound. A saber: indolencia al por mayor, muchas más ganas entre el público que en el escenario y esa actitud tan demodé de querer hacer notar al público que lo mismo podrían estar colapsando el escenario principal del Fòrum que mirando las musarañas en el local de ensayo.

Salieron tarde, con el cantante Julian Casablancas luciendo camiseta del F.C. Barcelona, y en ningún momento se esforzaron por hacer algo más que lo que les exigía en piloto automático. Al final, cuando soltaron «Reptilia», «Last Nite» y «Take Ir Or Leave It», sí que se intuyó una chispa, un destello de energía poderosa, pero no fue más que un espejismo. Basta recordar los conciertos de The Replacements y Patti Smith, por poner dos ejemplos de veteranos con pegada que han pasado este año por el Primavera Sound, para convenir que además de canciones hay que ponerle también un poco de ganas. Pero nada. The Strokes siguen pensando que sus canciones son más que suficientes. Y no. Nada de eso. Mucho menos cuando Casablancas se iba quedando sin voz mientras sonaban «The Modern Age» e «Is This It» y el repertorio se enredaba en naderías de rock de fogueo como «Taken For A Fool» y «One Way Trigger». Al final, lo más intenso que se pudo ver fue la conga improvisada que parte del público montó cuando acabó el concierto y sonó el «Don't Worry Be Happy» de Bobby McFerryn. ¿The Strokes? Bah, no os preocupéis. Sed felices.

El caso es que las ganas de ver a los neoyorquinos eran inversamente proporcionales a las ganas que los neoyorquinos tenían de ver al público, algo que afectó, de manera colateral, a Interpol, que se fueron quedando sin espectadores a medida que se acercaba la hora crítica. Tampoco es que los Paul Banks sean una invitación al jolgorio -sonaron demasiado fúnebres para esas horas y esos lares-, pero latigazos como «Slow Hands» y «All The Rage Back Home» quizá merecían más atención.

Atención como la que sí que tuvo horas antes Tori Amos,que debutó en España tras años de espera con un recital hecho a la medida de sus fans -pasó de puntillas por «Unrepentant Geraldines» y ofreció una panorámica de toda su carrera- coronado por esa voz mágica y magnética acompañada solo por un piano y con el refuerzo ocasional de sintetizador y bases electrónicas. Un alarde de pop inconformista y extrañamente acogedor que abrió una noche, la última de un festival por el que han desfilado 175.000 personas, recordaba también por cómo Swans montaron campamento base en el Auditori y ahí se quedaron, dos horas de éxtasis y claustrofobia, retorciendo su ruido expansivo en sesión continua. También por el exótico contraste de ver a la gente celebrando los goles de Messi y compañía mientras, a pocos metros, los Einstürzende Neubauten de Blixa Bargeld reinventaban la revolución industrial entre espasmos eléctricos y sacudidas mecánicas. Un poco más allá, los británicos Sleaford Mods causaban estragos con su martillo pilón de electrónica punk y escupitajos líricos mientras más de uno oteaba a la distancia la pantalla gigante que coronaba la zona de restauración.

Con la madrugada llegó también el baile, aunque en su versión más histórica y, según se mire, también clásica. Porque se fueron los Strokes y llegaron Underworld con el veinte aniversario de «dubnobasswithmyheadman» y ganas, muchas ganas, de poner el Fòrum del revés. A esas horas, la misión era relativamente fácil, aunque Karl Hyde y Darren Price, sustituto éste último de Rick Smith, se dieron un festín de trance histórico, house trotón y elegancia escénica para acompañar al público a uno de sus últimos picos de euforia.

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