El director de orquesta Josep Vicent
El director de orquesta Josep Vicent - efe
entrevista

Josep Vicent: «Los españoles tenemos que querernos más y defender lo nuestro»

Desde su atalaya cosmopolita, el director de orquesta Josep Vicent pone en valor el patrimonio musical español y reclama más optimismo

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En Londres, los «sloanitas» son la clase selecta, o un poco pera, que habita en los alrededores de la plaza de Sloane Square, en Chelsea. A un paso está el Cadogan Hall, sala de conciertos de fuste, que tiene como residente a la Royal Philharmonic Orchestra. Es un edificio extraño, de querencia bizantina, que se levantó en 1907. Sus tripas son un submarino. Tras varios sube y baja se llega al camerino del valenciano Josep Vicent, de 44 años, pelo revuelto, de negro y playeras, con más pinta de bajista de The Cure que de director de orquesta. En una hora va a grabar un disco en el Cadogan. Ayer estaba en Madrid, con un Falla en el Real, y la semana anterior trabajó con Michael Nyman en Abbey Road, el estudio de The Beatles. Formato entusiasta, desborda vitalidad.

-Veo que no le falta trabajo aquí en Londres. ¿Cómo es que no les valió para la Sinfónica de Baleares?

-A veces en mi profesión ocurren cosas que no entendemos ni nosotros. Fue un asunto de intereses diferentes. Yo creo que la cultura juega un papel fundamental en la sociedad, pero por desgracia a veces cumple otras funciones. Probablemente se equivocaron al elegir el motivo del relevo, porque alegaron que querían internacionalizar más la orquesta, cuando mi agenda en los meses siguientes estaba por todos los continentes.

-¿Fue un tema de dinero o de gustos?

-Va más allá. El dinero depende de qué se quiere hacer con él. Esta conversación… No sé si es el momento. Justo me acabo de curar y me ha costado. Fueron dos años muy especiales.

-¿Dónde se topó con Michael Nyman?

-Se lo tengo que agradecer a tu tierra, me invitó la Sinfónica de Galicia a hacer un concierto de Navidad. Iba Nyman con una de sus obras más polémica, él al piano y con la orquesta, que dirigí yo. Le pareció muy efectivo el trabajo, algo que los británicos valoran mucho, y a partir de ahí he grabado todas sus sinfonías hasta hoy.

-Estará el hombre hasta las orejas del «El Piano»...

-Sí, está muy harto. De hecho está haciendo un esfuerzo hasta excesivo por escribir música sinfónica, porque se quiere alejar de esa imagen. Lo que admiro de él es que es fiel a su manera de ver las cosas. Tiene un lenguaje propio.

Defender lo nuestro

-¿Es España un país poco musical?

-No. Es profundamente musical. Su influencia histórica es indiscutible.

-Bueno, al final solo tiene cinco compositores recordados: Cabezón, Tomás Luis de Victoria, Falla, Granados y Albéniz…

-Porque no sabemos defender lo nuestro. Hay muchos más nombres. Hay muchos compositores modernos, jóvenes españoles con un lenguaje renovador de enorme belleza. Hay tantos…

-Algún ejemplo…

«Los gestores de la cultura, si están convencidos de la belleza de algo, deben darlo a conocer»

-Muchos. Digamos… David del Puerto. Ese tío es un nombre indiscutible. César Cano, otro. A los españoles nos falta querernos más y defender lo nuestro. Acabamos de hacer el «Retablo de maese Pedro» de Falla en el Real. Cuando lo hicimos en 2009, estuvimos mirando un índice de representaciones de óperas y no se había hecho en ningún lugar del mundo entre el 2004 y 2009. ¡Me quedé alucinado! Es una obra imprescindible. Si en vez de ser de Manuel de Falla fuese de un señor alemán estaría en todos los teatros del mundo. No es por falta de calidad.

-¿Ocurre también con intérpretes y directores?

-Sí. Es muy cansino ver que las programaciones insisten e insisten en los mismos cinco nombres de toda la vida.

-Bueno, igual porque son los que gustan a la gente.

-No. Son los que conoces.

-Ya. Pero si tú no tienes mucho dinero y quieres ir la ópera un día, prefieres que te programen lo que sabes que te va a gustar, tu «Rigoletto», tu «Don Giovanni», tu «Turandot»…. alguno de esos 50 títulos infalibles que agradan a todos, y que no te hagan un Mortier, experimentación con dinero público que intimida al respetable.

-Ahora está de moda ponerse en la piel de usuario y sí, él tiene derecho a elegir y acudir a lo que quiera. Pero nosotros que nos dedicamos a la cultura, y sobre todo los gestores de la cultura, tenemos la obligación, sobre todo si estamos convencidos de la belleza de algo, de dárselo a conocer. De decir: «Oiga, ¿sabía usted que un señor de Granada escribió esta ópera maravillosa?» Escúchela. ¿Sabía usted que había un compositor que se llamaba Martín Soler que se programaba más que Mozart? ¿Por qué no se ha sabido nada de él durante doscientos años y en cambio había anuncios de Mozart hasta en las botellas de Agua de Vichy?

-¿Qué falla entonces?

-Lo dicho: falta amor propio. Tenemos cantantes españoles absolutamente excepcionales, directores, chelistas, pianistas… Pero hay mucho márketing. A mí no me han invitado a dirigir aquí hasta que alguien les ha dicho tres o cuatro veces que interesa. Esta semana me ha llamado uno y me ha dicho: «Oye, me han preguntado de Macedonia si eres bueno». Y le he dicho: pues dile la verdad, no me pongas en un compromiso, ja ja ja. Pero hasta que alguien se lo cree, es imposible.

-Los liberales dicen que no tiene sentido seguir costeando la música con dinero público en países europeos que además tienen fuertes necesidades sociales. ¿De acuerdo?

«La cultura tiene un componente de regeneración social»

-Yo estoy de acuerdo en lo siguiente a eso, en que lo que hay que hacer es tener mucha responsabilidad en dónde y cómo se utiliza el dinero para la cultura, sin olvidarnos de la función que cumple. No es solo un pasatiempo. Tiene un papel de regeneración social. Hace que la gente se sienta digna, le da inspiración. El panadero hará el pan mejor al día siguiente. He dirigido en el desierto, en sitios muy duros, ante gente que no tiene nada. Llega la música y se sienten Dios, creen que van a superar las dificultades. Esa es la función de la cultura. El ser humano no vive solo de una barrita de pan y un agua.

La política que todo lo vicia

-¿A dónde quiere llegar en su carrera?

-Empecé muy joven. Llevo toda la vida y las dificultades a veces casan. Me siento muy afortunado. Pero soy un hombre muy de mi tierra y sinceramente me habría gustado hacer más allí… Me habría gustado que mi país fuese más valiente, que asumiese su fuerza cultural, su diversidad, su energía creativa, su capacidad de trabajo. En España no hacemos nada de uso de nuestras posibilidades. Me gustaría ver unas programaciones más renovadoras, mirar más a medio plazo. Está todo demasiado viciado por la política.

-Pero visto con distancia, ¿no le parece que España es un país demasiado pesimista consigo mismo?

-Estoy absolutamente de acuerdo. Parece que nos interese que la gente tenga ese estado de ánimo. ¿Pero por qué? Hay gente con problemas, sí. Pues lo que tenemos que hacer es tener un ánimo positivo y echar un cabo, cada uno en lo suyo.

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