Los Pixies, en una imagen de finales de años ochenta
Los Pixies, en una imagen de finales de años ochenta

Yo la Tengo y los Pixies reivindican el clasicismo del «indie» americano

Se reeditan «Painful» y «Doolittle», sus obras maestras, con abundante material inédito

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Veinticinco años cumplió el pasado abril el «Doolittle» de los Pixies, cuatro más que el «Painful» de Yo La Tengo. Las fechas no terminan de cuadrar, pero la proximidad de las fiestas de Navidad, tiempo de regalos bien presentados y mejor envueltos, hace coincidir en el mercado las ediciones mejoradas y aumentadas de dos álbumes que alcanzaron la categoría de clásicos nada más publicarse. Fue Kurt Cobain quien reconoció que al escribir «Smells Like Teen Spirit» (1991), himno de tantas y tan variadas cosas, trataba de imitar el «Debaser» de los Pixies, la misma pieza que un año después inspiró a Bob Mould -asegura que de forma inconsciente- el «A Good Idea» (1992) que firmó como Sugar. Más humildes, Yo La Tengo se conformaron con imitarse a ellos mismos, y en esas siguen.

Lo suyo no era tan pegadizo.

No alcanzan las reediciones de «Painful» y «Doolittle» las dimensiones enciclopédicas que adquieren los trabajos documentales con que Billy Corgan suele revisar el catálogo de sus Smashing Pumpkins, al que el pasado septiembre sumó una monumental revisión de «Adore» compuesta por siete discos. No hay tanto donde escarbar en los archivos de Yo La Tengo y, aún menos, de los Pixies, cuya repentina disolución llevó a rebuscar por los archivos de emisoras de radio y estudios de grabación cualquier rastro sonoro de su actividad, oportunamente publicada y de sobra conocida. Por hache o por be, los extras que completan ambas reediciones son manejables y discretos, lo que no les resta valor histórico: pese a su aparente humildad, la cara B de estos dos discos cuenta muchas y grandes cosas sobre el pasado de dos de las bandas que, quizá junto a Pavement, mejor representan el «indie» norteamericano de los años noventa.

El plan: darlo todo

Es «Extra Painful», como ha sido rebautizado el disco de Yo La Tengo, el que más pistas arroja sobre el proceso de fabricación del pop alternativo de aquella época. No hay remezclas, ni experimentos, ni descartes, en un disco que ahora se completa con simples maquetas y grabaciones en directo de las canciones titulares. Yo La Tengo iban al grano. No parecían pensar en una posteridad para la que algunos suelen dejar enterrado, por si acaso, un catálogo paralelo y clandestino. Nada selectivos, dieron todo lo que tenían. Nada que ocultar, ni que guardar. Tres cuartos de los mismo sucede con los Pixies, que tampoco planificaron la construcción de su obra maestra a través de la eliminación de materiales de desecho. Lo único que quedaba por escuchar son los toscos borradores de lo que ya grabaron.

La diferencia entre el material que aportan estos dos álbumes conmemorativos es notable. Yo La Tengo ofrece un amplio surtido de tomas en directo para comprobar su virtuosismo y versatilidad instrumental y vocal sobre las tablas, el mejor sitio para disfrutarlos, y su capacidad para reinterpretar unas canciones que, como revela una tensa y ralentizada versión de casi veinte minutos de «Big Day Coming», no han dejado de modificar en las últimas décadas. Los Pixies, por su parte, dejan de propina una buena colección de maquetas en las que se pueden apreciar notables cambios de ritmo, forma e incluso letra -hay un «Debaser» alternativo, en el que ni siquiera aparecen las referencias andaluzas de Buñuel- y en las que la violencia definitiva de «Doolittle» aún no había tocado techo.

El vagido

En ambos casos, y sin la apreciable farfolla de pruebas y errores que los rodea, los dos discos toleran más que bien el paso de los años y, bien vestidos de batalla, refuerzan su condición de clásicos, en este caso del «indie», subgénero que en la frontera de los años ochenta y noventa se desentendió del mercado, un lugar en el que desde la Nueva Ola habían vertido sus hallazgos creativos los grupos alternativos, para hacerse voluntariamente marginal y darse cierta importancia. De ahí en adelante, la marca y la etiqueta del «indie» no ha dejado de amparar imposturas cada vez menos tolerables, pero aquella primera vez daba gloria oírla.

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