Vivian Gornick: «Vivimos un momento de histeria social, de venganza»

La escritora estadounidense, icono y referente del movimiento feminista, visitó España por primera vez en sesenta años para presentar su obra

La escritora estadounidense Vivian Gornick, fotografiada en Madrid durante la entrevista ERNESTO AGUDO
Inés Martín Rodrigo

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La última vez que Vivian Gornick (El Bronx, Nueva York, 1935) pisó suelo español, las calles de nuestro país aún estaban teñidas del blanco y negro de la dictadura. La escritora estadounidense visitó Barcelona a finales de los 60. Pese a los años transcurridos, tiene vívidos recuerdos de los militares transitando por las vías mientras ella, una joven estudiante de veintipocos, trataba de asimilar todo lo que veía, aquel «estado policial», sin poder creerlo.

Al poco tiempo, regresó a su país y su historia, como la nuestra, continuó. Mientras España luchaba por abrirse al color de la libertad, ella se trasladó a Manhattan , se casó (dos veces), se divorció (otras tantas), se incorporó a las «filas» del movimiento feminista y empezó a narrar. Pero pronto se dio cuenta de que lo suyo no eran las novelas que todos los escritores de su generación soñaban con escribir. Ella perseguía un propósito mucho mayor, y más difícil: ser testigo fiel, objetivo, de su propia vida.

Convertida en autora de referencia, y reverenciada, gracias a dos obras fundamentales, «Apegos feroces» y «La mujer singular y la ciudad» (ambas publicadas en España por Sexto Piso), Gornick volvió hace unos días a nuestro país para participar en el festival Primera Persona y recoger el premio Euskadi de Plata.

¿Por qué sostiene que las feministas son mujeres singulares? ¿En qué sentido?

Cuando yo era pequeña, si una mujer estaba sola y no se convertía en madre y esposa, se consideraba innatural. Por eso, a lo largo de los años, nos han llamado diferentes cosas: mujeres liberadas, mujeres libres, nuevas mujeres... Cada 40 o 50 años, cuando los derechos de las mujeres vuelven a reivindicarse, nos llaman una cosa diferente. Prefiero singulares. Algún día nos llamarán mujeres singulares.

En ese sentido, después de tantos años de conciencia feminista, ¿ha logrado eliminar la brecha que existe entre la teoría y la práctica?

Bueno, eso es lo que hace el cambio social, pero es algo que no termina nunca. Esa brecha no se eliminará durante su vida, y menos durante la mía. Pero irá disminuyendo. Formamos parte de un cambio social lento. Cuando era joven, pensábamos que hacíamos una revolución…

¿Y no la estaban haciendo?

La estábamos haciendo, en el sentido de un cambio de la conciencia social. En una revolución, esperas que se produzca un cambio político, pero no es instantáneo. Tardé al menos cuarenta años en ver que es muy, muy lento. Hablamos de un cambio en los hábitos emocionales, y se tarda miles de años en conseguirlo, en rehacernos como seres humanos, de dentro afuera. En eso consiste el feminismo. Como la lucha del racismo: que los blancos vean a los negros como ellos. Va a ser interminable. Y es lo que pasa con las mujeres y los hombres: debemos vernos reflejados en el otro como seres humanos. Los hombres deberían vernos como criaturas humanas, no como instrumentos.

Pero usted sabe, como yo, que eso no es tan sencillo.

¡Por supuesto! En esas estamos. Su vida es mejor gracias a la mía.

Lo sé, soy muy consciente.

Tengo una sobrina, que es una mujer muy fuerte, que me dice: «Tía, me diste mi vida». Y me encanta. Cuando yo era pequeña, todavía había mujeres vivas que habían luchado por el derecho al voto. En Estados Unidos, las mujeres consiguieron lograron el voto en 1920. Yo no apreciaba lo que habían vivido o cuánto habían mejorado mi vida. Estaba en la universidad y todas pensábamos que teníamos todos los derechos que necesitábamos, hasta que crecimos y vimos que no los teníamos.

Y que podemos perder esos derechos muy rápido.

Porque la cultura no ha cambiado lo suficiente.

¿Qué piensa de esta nueva oleada de feminismo que parece inundarlo todo?

Es fantástico, maravilloso. Estoy muy contenta de ver hasta qué punto las mujeres han entrado en el mundo y viven unas vidas en las que esperan experimentarse a sí mismas plenamente.

En el «La mujer singular y la ciudad» asegura que cuando el conflicto se vuelve público, la política prospera y el arte entra en declive.

Parece que sí. En este momento, el arte está en declive y la política está en ascenso. Y es así desde hace tiempo. Hay periodos de gran malestar político en los que el arte florece, pero en nuestra época la política está más viva y es más creativa que el arte.

En ese mismo libro dice que su «tema» es la vida no vivida.

Uso el término con ironía. Es la vida que imaginamos que podríamos haber vivido. Es una postura psicológica. La mayoría de la gente siente que vive una vida equivocada, no se ven como realmente son. Es una ilusión.

Bueno, no es fácil vivir nuestra vida según la vemos, pero usted lo logró.

Fue un trabajo duro.

Y un sacrificio también, imagino.

Ningún sacrificio.

¿No?

Tonterías. Nadie sacrifica nada. Esa palabra no está en mi vocabulario.

¿Por qué?

Porque siempre hacemos lo que queremos. Si me dijesen que me sacrifiqué por el feminismo, sería ridículo, porque es lo que quería. El problema es que no nos conocemos lo suficiente para saber qué queremos. Todo encaja: la ignorancia psicológica en la que vivimos y la ignorancia de la sociedad al impedir que las mujeres sean ellas mismas.

¿Piensa que la literatura es todavía un mundo de hombres?

No.

¿Ya no?

No. Hay mucho más reconocimiento a muchos niveles de la literatura que incluyen a más mujeres que antes. Es mucho más inclusivo.

¿Y qué piensa de las acusaciones de agresiones sexuales hechas contra Junot Díaz y David Foster Wallace?

Vivimos un momento de histeria social. El enfado de las mujeres con los hombres por la depredación sexual es legítimo, pero está en caída libre. Cada día, alguien nombra a otro hombre. Todo el mundo está siendo destruido de un día para otro. Hace 25 años, cuando Anita Hill abrió la boca, no pasó nada, pero ahora todo el mundo está siendo despedido. ¿Cómo hay que interpretar eso? Es un momento de histeria social, pero es indicativo de lo lejos que han llegado los derechos de las mujeres. Todo es una gran locura, incluidas estas acusaciones, que son ciertas, pero es terrible ver cómo la gente pierde su trabajo y su reputación. Me siento muy mal. Que estas revelaciones reciban tanta atención habla bien y mal. Es una venganza. Es una política de venganza, y odio eso. Pero tengo que apoyar la causa.

Evidentemente.

Podría sentarme y contar toda la depredación sexual que he vivido. Cuando tenía 18 años, todas las mujeres que conozco lo sufrían. Todos los hombres te ponían la mano en un despacho cuando no querías. Queremos ver un cambio. Queremos ver una cultura en la que nadie se sienta libre de hacer eso. Todos los movimientos sociales a favor de la justicia están llenos de imperfecciones, de impurezas. Todos los movimientos son legítimos y luego atraen a todo tipo de gente por todo tipo de razones. Pero el aspecto fundamental sigue siendo legítimo. Cada día, abres «The New York Times» y hay uno, y otro, y otro al que se acusa. Toda esa gente será sacrificada, pero al final será bueno bueno para nosotras.

Volviendo a la literatura, le gusta describir lo que hace como «narrativa personal».

Uso el término para eliminar la separación entre la ficción y la no ficción. Significa que estoy contando una historia basada en mi vida. Mi responsabilidad es dar forma a una experiencia, no transcribir. No estoy confesando, no hago terapia en la página.

¿Siempre estuvo segura de que era una escritora de no ficción?

No. Crecí pensando que sería novelista, porque toda mi generación quería escribir la gran novela americana. Durante años, pensé que «Apegos feroces» sería una novela. Solía contar esas historias cuando era joven y todo el mundo me decía que eran una novela. Un día me di cuenta de que aquello era una autobiografía, y fui consciente de que mi imaginación sólo trabajaría cuando me usase a mí directamente.

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