Santiago Posteguillo, fotografiado en Roma
Santiago Posteguillo, fotografiado en Roma - ABC

Trajano contra la corrupción

Santiago Posteguillo culmina su trilogía del César hispano con «La legión perdida»

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Cada monumento romano podría ser un capítulo de la trilogía que Santiago Posteguillo ha dedicado a Trajano. De la Cloaca Máxima y los gladiadores del Coliseo en «Los asesinos del emperador» al «Circo Máximo» de los cristianos perseguidos y las guerras dacias para culminar en «La legión perdida»: la campaña de Oriente del 116 d. C. que había de dejar expedita la Ruta de la Seda fue el último sueño del César hispano. Un sueño, o una pesadilla: el fantasma de la derrota de Craso en Carrhae, norte de Mesopotamia. Año 53 a. C: de las siete legiones que intentaron cruzar el Éufrates para vencer a los partos y extender así el Imperio, sólo quedó un centenar de soldados errabundos: la legión perdida.

Posteguillo pone en los labios de la emperatriz Dominica Longina aquel fatal designio. El Emperador que parecía invencible fue derrotado por el fantasma de la legión perdida. «El sueño de que el mundo desde Hispania y Britania hasta la India fuera romano no se hizo realidad». Acompañados del autor valenciano, nunca las piedras fueron tan elocuentes. Coliseo, Foro, Panteón y la Columna Trajana donde fueron a reposar las cenizas a la muerte del Emperador, acaecida el 9 o 10 de agosto del 117 d. C. en Selinus (la actual Gazipasa del sur de Turquía). Víctima de un ictus, Trajano fue incinerado y sus cenizas se depositaron en la base de la columna que conmemoraba sus victorias. A la caída del Imperio, algún saqueador se hizo con la urna… Es posible, apunta Posteguillo, que las cenizas de Trajano «fueran diseminadas por el viento por las ruinas de su gran foro en el centro de Roma, que parece el lugar oportuno para los últimos restos de Trajano».

Cinco años antes del adiós, el César de Itálica ultimaba con el arquitecto Apolodoro de Damasco los grandes proyectos de la capital del Imperio: el foro del emperador, la basílica Ulpia, la columna Trajana que conmemoraba la victoria sobre los dacios, las bibliotecas que dirigía Suetonio y, en la playa de Ostia, el Portus Traiani Felicis.

«La legión perdida» es una lección sobre el eterno retorno de las maldiciones históricas. Hitler quiso invadir Rusia y fue vencido por el General Invierno al igual que Napoleón un siglo y medio antes. Lo mismo sucede con Craso y Lucio Quieto, la mano derecha de Trajano. En aquel mes de julio del 115 d. C. las legiones romanas atraviesan Carrhae, el siniestro valle donde se produjo el «craso error» en el 53 a. C. Alternando planos narrativos, Posteguillo va del presente al pasado: de la legión perdida a las legiones que temen perecer, de nuevo, en manos de los partos: «La estrategia era buena, pero Adriano falló en la retaguardia», subraya Posteguillo. La campaña de Trajano fue criticada de forma acerba por su sobrino, un Adriano que no se parece nada al de Marguerite Yourcenar. Posteguillo dibuja la figura del conspirador que acabará consumando un golpe de Estado.

De carácter voluble y caprichoso, Adriano era tan capaz de sacar los ojos a un esclavo como de maltratar a su esposa Vibia Sabina, ordenar la ejecución de Apolodoro o expulsar de la corte al historiador Suetonio. El autor de «La legión perdida» no niega que Adriano fuera culto y amante de la poesía «pero no estoy seguro de que me sintiera cómodo en su corte a no ser que estuviera dispuesto a darle siempre la razón en todo momento». Cuando se proyecta la expansión oriental, Trajano y Adriano plantean dos visiones muy diferentes sobre lo que ha de ser el Imperio: «Trajano pensaba que la mejor defensa era un ben ataque y Adriano consideraba que Roma no podía abarcar tanto…». Es difícil saber quién tenía razón, apunta Posteguillo: «Trajano pensaba siempre a lo grande, Adriano con prudencia o con egoísmo o, quizá, con ambas ideas a la vez».

La otra gran aportación de la novela de Posteguillo es su carácter especular. Con la expansión del Imperio hacia el Oriente como motor narrativo, el autor nos lleva más allá del Imperio romano y refleja las civilizaciones parta, el imperio kushan del norte de la India y el gran Imperio Han de la China. El protagonismo de esas cuatro culturas le permite superar el eurocentrismo: «Pensamos que el Imperio romano era el centro del mundo, pero la historia de esas épocas era mucho más grande y más compleja de lo que se cree».

Por esos confines orientales vagó la legión perdida que comandaba Druso allá por el 36 a. C. Tras el desastre de Carrhae, exlica Posteguillo, un centenar y medio de soldados combatieron contra los hunos, fueron mercenarios bajo el lunático de Zhizhi y lucharon en la brutal batalla de Kangchú: «La legión perdida fue un puñado de héroes. Pero héroes sin patria».

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