La tradición de Sant Jordi impone su insólita normalidad

María Dueñas y Martí Gironell cierran la jornada como los autores más vendidos

La Rambla volvió a llenarse de paseantes en busca de libros y rosas INÉS BAUCELLS

DAVID MORÁN

«No me imaginaba que esto fuera tan maravilloso», exclama Mary Beard mientras un tipo que se presenta como «arqueólogo clásico» rompe la dinámica de ejemplares de «Mujeres y poder» y «SPQR» cambiando de manos y le desliza una copia de su «Classical Art». ¿Maravilloso? No, simplemente Sant Jordi, una fiesta en la que el libro se echa a la calle para estrechar lazos con los lectores y colapsar las calles de tinta, papel y letra impresa. «Es insólito ver una ciudad rindiendo homenaje de esta manera a los libros», certifica el británico Philip Pullman, otro de los «debutantes» a los que el trasiego de gente reclamando firmas y manoseando libros ha pillado por sorpresa.

A primera hora, mientras los escritores se apiñan en el recuperado almuerzo literario, la alcaldesa Colau habla de diada «excepcional» marcada por el 155, los presos «por motivos políticos», la falta de Govern y los atentados de La Rambla, pero si algo ha quedado claro es que Sant Jordi puede con todo. No hay más que asomarse a la calle para comprobarlo o, ya puestos, echar un vistazo al balance de los libreros que, a falta de cuadrar cajas y ofrecer cifras definitivas el próximo viernes, valoran «de forma muy positiva» la participación ciudadana y esperan repetir los 22 millones de euros del año pasado.

Así que, a vueltas con su maravillosa e insólita normalidad y de nuevo en día laborable, Sant Jordi sigue siendo el mejor escenario para que autores y lectores reediten alianzas y exploren nuevas vías de comunicación. «Los lectores vienen con el corazón en la mano», susurra Manuel Vilas mientras persigue con la mirada a un librero que carga con una pila de ejemplares de «Ordesa». «Es un día muy intenso, y eso casa muy bien con alguien tan intenso como yo», añade Alejandro Palomas.

María Dueñas firna ejemplares de «Las hijas del Capitán» EFE

Ninguno de los dos aparecerá horas más tarde en la lista de los más vendidos, podios que encabezan María Dueñas con «Las hijas del capitán» en ficción en castellano y Martí Gironell y «La força d’un destí» en ficción en catalán, pero poco importan los ránkings en una jornada que lo mismo sirven para revelar el alcance de recién llegados como César Brandon, poeta televisivo al que se le multiplican las ventas y las firmas, que para apuntalar fenómenos editoriales de largo recorrido. «No he parado de firmar», constata Fernando Aramburu. ¿Ejemplares de «Autorretrato sin mí?». No. De «Patria». Uno detrás de otro. «Se nota que mucha gente viene ya con el libro leído», señala el autor vasco antes de que su segundo puesto en los libros más vendidos en castellano le quite un poco de razón y demuestre que también quedan muchos con los deberes por hacer.

Ventas al margen, Sant Jordi sigue siendo un tiovivo festivo-literario en el que parejas de baile tan antagónicas como Joan Coscubiela y Santi Vila atienden a los lectores codo con codo, Gabriel Rufián estampa su firma en un relato erótico, Pilar Rahola regaña a los responsables de una caseta por no tener a mano ejemplares en castellano de «S.O.S Cristians», su último trabajo, e Ibáñez aprovecha la hora de la comida para, a falta de tebeos, estampar mortadelos en servilletas de tela. Lo dicho: maravilloso.

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