Soledad Puértolas: «Vengo de una generación de madres silenciosas»

En «Música de ópera», la escritora y académica transita de la guerra civil a los años sesenta a través de una saga familiar

Soledad Puértolas, ayer en Barcelona Efe

Sergi Doria

Dos años después de los relatos de «Chicos y chicas», Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947), retorna a la novela con «Música de ópera» (Anagrama): tres generaciones de una familia, desde la guerra civil a los años sesenta en una ciudad de provincias muy parecida a Zaragoza. Secretos, revelaciones, enamoramientos, desamores, suicidios… Un material propio de folletín decimonónico o de serial televisivo, que Puértolas tañe con ironía y una forma personal de revivir la contienda del 36: «Cuando me topaba con la guerra civil, no sabía cómo abordarla. Mi versión está hecha de murmullos, silencios y tabúes. Los acontecimientos se filtran en las vivencias de mis personajes».

En esa información «incompleta» reside, a su parecer, la magia de la literatura: «Al rescatar tu visión, que es tu verdad, abonas la complejidad, frente al simplismo de las lecturas políticas». A su juicio, «hay que mirar al pasado sin consignas y, sobre todo, sin pretender demostrar nada, al reconocer que no lo sabemos todo evitamos las posiciones cainitas».

Al situarse en una tradición literaria, la escritora y académica prefiere Baroja a Clarín. «Lo que no cuentas, has de dejarlo en la imaginación del lector, a diferencia de “La Regenta”, donde se cuenta absolutamente todo. Para mí, Baroja fue el más moderno de nuestros escritores… Era capaz de transmitir lo que no contaba de forma explícita», subraya.

Doña Elvira, una viuda enriquecida e incapaz de conducir la empresa que le dejó su difunto marido, comparte con la autora la extrañeza ante la realidad. La sublevación franquista le sorprenderá en medio de un largo viaje por Europa con parada en la musical ciudad de Salzburgo donde escucha «Fidelio» bajo la batuta de Toscanini. Al retornar a su espaciosa casa burguesa, conocerá la soledad: un hijo se ha alistado en el bando nacional; el otro, tras una estancia en Barcelona, ha cruzado la frontera francesa.

Acompañada por la «música de ópera» de la gramola y la melancolía pianística de Chopin, la vieja dama se desentendrá de los asuntos terrenales y escribirá cartas a una amiga muerta con la intención de preservar en esos manuscritos el mundo clausurado al que no quiere dejar de pertenecer. De esa Zaragoza que no se nombra, pero que se intuye en cada pasaje, Puértolas ha recobrado atmósferas que recogió en su díptico autobiográfico «Recuerdos de otra persona» y «Con mi madre». La Historia, en clave femenina: «Vengo de una generación de madres silenciosas», advierte.

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