La sensualidad entre fogones del XVIII en «La cocinera de Castamar»

Erotismo, gastronomía, lances de espada y secretos en la primera novela de Fernando J. Múñez

Fernando J. Múñez durante la presentación Carlos Ruiz

Javier Santamarta

«Trajeron después ánades asadas, que vinieron decoradas sobre panes de trigo tostados con manteca y rociadas con salsa de membrillos. Se mantuvo a la expectativa, pensando que sería difícil superar lo probado. Sin embargo, experimentó un deleite intenso, dulce y provocador, que le hizo emitir un pequeño suspiro. ¡Cómo podía aquella carne desprender una esencia tan exquisita!» Estas líneas llenas de sabor, de aromas de fogones, casi previendo la «petite mort» del comensal, están extraídas de la primera novela del cineasta y escritor Fernando J. Múñez (Madrid, 1972) . Una novela de época más que histórica, que nos llevará a un siglo XVIII en el Madrid de esa recién llegada dinastía de los Borbones, donde las conjuras y las intrigas hacen de forillo de un relato lleno de referentes.

Pese a que el propio autor indica que intentó que «la ambientación no se comiera el libro», es difícil no verse envuelto por el talco de las pelucas, el frufrú de las faldas panier, y los acordes de un clavecín, para meternos de lleno en una historia que inevitablemente nos trae memoria de «Las relaciones peligrosas» de Chordelos de Laclos.

Aquí nos cuentan una historia clásica de un amor imposible entre clases, entre el duque Diego de Castamar y la cocinera Clara Belmonte, rodeados ambos de un elenco de personajes fascinantes que pululan por el palacio señorial que da nombre al libro «La cocinera de Castamar» (Planeta).

Emociones

En un mundo tan piramidal y estratificado como Múñez nos plantea, la clave que halla para dar rienda a la pasión la va a definir dentro de las cuatro paredes de la cocina donde la protagonista está casi recluida (y si quieren saber el porqué me temo que no van a tener más remedio que leer la novela), pues como el autor señala, «la gastronomía puede producir emociones». Emociones repletas de sensualidad y de fogosidad, pues la combinación entre comida y erotismo aparece establecida como una forma de diálogo secreto entre los protagonistas.

La principal, Clara Belmonte, recrea con los platillos que van apareciendo humeantes por las páginas de «La cocinera de Castamar» una suerte de metalenguaje que al lector le subyugará como si estuviera leyendo en 3D, de manera que los jugos gástricos andarán a la par de las emociones que la historia transmite.

Fernando J. Múñez quiere engancharnos con los olores que traspasan del papel al mundo del lector, para andar sorprendiéndonos a medida que vamos leyendo, tanto como él lo iba estando cuando lo iba escribiendo. Si él mismo no se sorprendía (pues como autor de brújula se define), sabía que nadie lo haría cuando nos internáramos por ese doble mundo del «arriba y abajo» que la literatura inglesa tan genialmente siempre nos ha mostrado.

La mujer de la época

Porque este cineasta atrapado en lo que podríamos considerar también como una novela decimonónica clásica, quiere reflejar lo que era el mundo de la mujer en esa época, y lo que él abiertamente denomina «opresión» a la que estaba sometida independientemente de si era de alta o baja cuna.

No obstante, esta novela no pretende ser reivindicativa aunque finalmente lo sea de manera inevitable. También es importante señalar la labor del autor con el cuidado que pone para que no quede personaje representativo de ese olvidado siglo XVIII a lo largo de estas más de 750 páginas, que se leen con deleite, y se terminan con las ganas de servirse un vino oloroso como postre a un punto final de un libro lleno de acción, lances de espada, secretos perturbadores, lujuria irrefrenada, y goces que emanan de una sensualidad entre fogones .

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