El escritor Max Porter, fotografiado poco después de la entrevista, en Madrid
El escritor Max Porter, fotografiado poco después de la entrevista, en Madrid - ISABEL PERMUY

Max Porter: «El impulso es comportarse de forma paternalista, asumir que los lectores son idiotas, pero no lo son»

El editor de Granta en Reino Unido debuta en la novela con «El duelo es esa cosa con alas», un hermoso canto a la pérdida, a medio camino entre la prosa y la poesía

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«Esa cosa con alas» a la que alude el hermoso título elegido por Max Porter (High Wycombe, Reino Unido, 1981), editor de Granta en Reino Unido, para su primera novela es el cuervo. Ese pajarraco molesto y antipático, carroñero y despiadado, se instala en la casa de una familia justo al morir la madre. El marido, obsesionado con la poesía de Ted Hughes y marcado por la fantasmal presencia de Sylvia Plath, debe afrontar la pérdida de su esposa y seguir criando a sus hijos pequeños. Las tres voces, la del padre, la de los hijos y la del cuervo, van dialogando en su padecer alrededor de la casa, en mitad de la caótica belleza del duelo, hasta conformar un coro armonioso de dolientes que no renuncian a vivir, aunque les haya sido arrebatada la vida.

«El duelo es esa cosa con alas» no es una novela, no es un poemario… Sé que no le gusta categorizar, ponerle una etiqueta pero, entonces, ¿qué es?

Me gusta llamarlo fábula polifónica. Podría decir que es un cuento de hadas con múltiples narradores. Creo en el poder de la novela, en su estado siempre cambiante. La novela es todo aquello a lo que decidas llamar «novela».

¿Se sintió aliviado al terminarlo? Porque, al leerlo, una tiene la sensación de que el proceso de escritura debió ser muy duro…

Sí, experimenté una cierta libertad, que me fue arrebatada de inmediato por la ansiedad y la presión de publicar un libro. En mi vida siempre había estado presente esa colina, a la que sabía que quería subir, y finalmente lo hice; una vez que llegas a la cima, gritas y te liberas de todos esos sentimientos que acumulas. Fue un cierto alivio, sí, casi hasta erótico, como cuando finalmente eyaculas. Siempre he tenido el deseo de crear cosas, pero nunca había sido capaz de terminar ninguna de mis creaciones. La palabra, realmente, es satisfecho.

Desde luego, si algo es el libro es un relato sobre el duelo. Se inspiró en la pérdida de su padre, pero decidió que fuera una mujer, joven, con un marido y madre de dos hijos. ¿Por qué? ¿Por qué no usó su propia experiencia, la primera persona?

En España me preguntan esto, curiosamente.

¿Sólo en España?

Más que en cualquier otro país, sí. Quizás porque aquí hay otra relación entre la ficción y la realidad, y eso me interesa, porque muchos escritores, a los que he leído a lo largo de los años, han intentado contar la historia de su vida, psicológica y emocional. Pero, volviendo a la pregunta, no habría sido tan interesante para mí, porque no es más que una historia triste; no quería analizar mis propios sentimientos ni husmear en la historia de mi padre. Quería analizar de dónde provenía ese sentimiento de tristeza. Creo que decidí que fuera una mujer porque ahora estoy casado y puedo entender el amor que puedes sentir cuando fallece tu esposa.

¿Es la literatura curativa? ¿Tiene la capacidad de aliviar el dolor, tanto de los lectores como de los propios escritores?

Yo como lector busco esa sensación, y por eso soy promiscuo con la literatura. Quiero la exactitud de la poesía, la intensidad de los versos; pero también la ambición, la libertad, incluso la astucia de los libros infantiles; pero también la arquitectura prolongada y sostenida de una novela. En todo escritor hay una intención catártica. Como escritor, saber si lo que escribes será un bálsamo para las almas de los lectores es un poco complicado, pero en sí mismo se conecta con la industria de la felicidad, donde se olvida al lector.

¿Eso fue lo que usted sintió?

Me alegro de no haber escrito con prisas. Hasta cierto punto, he llegado a un punto zen: pasará lo que tenga que pasar y escribirás lo que tengas que escribir, encontrarás el modo de hacerlo… Olvídate de los lectores, escribe para ti, disfruta de tu novela. Quizás soy un poco antiguo, en el sentido de que no quiero convertirme en el típico autor que escribe, escribe y escribe, sólo porque el editor le da dinero. No quería hacerme famoso, ni rico; era una motivación, sin obligaciones, sin presiones, sin un contrato. Quería leer, pensar, escribir...

Es curioso, porque pensé que para arrancar elegiría unos versos de Sylvia Plath y, sin embargo, se decantó por un hermoso poema de Emily Dickinson.

Emily Dickinson es la madre, es la Madre Tierra, la madre de todo. Cualquiera al que le guste la literatura, el lenguaje, el vacío, la fe, la razón, tiene que leer a Emily Dickinson. Hoy por hoy, sigue siendo la más radical, la más increíble. Puedes dedicar tu vida a analizar su obra, y aún así sólo añararías la superficie de lo que quería decirte. Con respecto a Sylvia Plath, ¿conoce el poema «Canción de amor»?

Sí, es maravilloso, y muy duro.

Es, quizás, el poema más Plath de «El cuervo»; es Hughes intentando ser Plath y fracasando. Por eso quise que el padre de mi libro leyera ese poema mientras esparce las cenizas de su mujer; indica lo patético del momento. Me encanta haberme arriesgado, haber sacado a Hughes de la tierra y jugar con él, porque los poetas muertos se lo merecen, él se lo merece, porque es un poeta de esa importancia. En las primeras reseñas del libro que aparecieron en Inglaterra, hubo críticos que dijeron: «Oh, parece que ha decidido jugársela, está intentando escribir la secuela de “El cuervo” y no es Ted Hughes…» Yo sé que no soy Ted Hughes, y esa no era mi intención. El 77% de las críticas hablaban de Hughes y Plath, fue aterrador.

Bueno, ya sabe que así funcionan las críticas.

Sí, lo sé, pero es grotesco, es un fracaso crónico de la oportunidad de hacer una buena crítica. La mejor manera de tomar partido en el eje vertical de lo que vino antes que tú es jugar con ello, analizar las luces que quieres iluminar, como una especie de joya que has encontrado en la arena y juegas con ella entre los dedos. En Inglaterra no se hace eso.

Tampoco en España.

Creo que es un mecanismo propio de la historia, tenemos toda una idea del canon literario...

Pero, ¿qué demonios es el canon? Esa es la gran pregunta. ¿Y quién lo define?

Exacto. Lo definen los hombres en las universidades, normalmente [ríe]. Tus padres te echan a perder; no es que esa sea su intención, pero es lo que pasa. Tenemos todo este conocimiento freudiano del siglo XX, por la fascinación que nos viene dada por nuestros padres. Pero en el mundo literario esto crea una simplicidad peligrosa y equivocada. El siglo XX fue un collage y el proyecto del XXI tiene que ser mucho más que eso, tiene que ser más rico, más completo, cada una de las distintas pelotas con las que juegas tiene que estar llena de contenido.

Me acabo de acordar de una frase de Robert Walser: «Si las mujeres dirigieran el mundo, todo iría mejor».

Ojalá viviéramos en una época de mujeres... Lo curioso es que las personas que más me han influido en mi vida siempre han sido mujeres, el 90% de las lecturas más reveladoras para mí han sido escritas por mujeres y también la mayoría de libros interesantes que he publicado. Quizás, por azar, soy parte de un proyecto en el mundo literario que es #leermujeres [ríe].

Su novela se ha publicado en España gracias a una pequeña editorial, Rata, de reciente aparición y que está haciendo cosas muy interesantes. ¿Cree que publicar un libro como el suyo es una decisión editorial arriesgada, con los tiempos que corren?

LLevo todo un año sorprendido. Consideré que iba a ser un libro difícil, que como mucho vendería mil copias, a gente como nosotros, gente a la que le gustan los formatos híbridos, pero hemos vendido más de 100.000 sólo en Reino Unido y va a ser traducido a 26 idiomas.

¿26?

Sí, aún no sé cómo asumir todo esto. Para empezar, estoy muy contento, me he comprado un coche y voy a poder llevar a mis hijos de vacaciones [ríe]. Pero empiezo a ver, como editor, que se puede aprender mucho de esto: la gente responde ante un libro corto, bien diseñado, con un precio razonable, escrito con sinceridad, aunque sea raro o experimental, si hay calidad, emoción, verdad. Tenemos que aceptar que los lectores son muy avanzados, que pueden ir donde tú quieras; no es una distinción de géneros, de literatura, con L mayúscula, o experimental. Yo sé que nosotros, como editores, tenemos que tener claras las etiquetas, pero los lectores no tienen etiquetas, van donde tú quieras que vayan.

Quizás debamos confiar un poco más en los lectores.

El impulso es comportarse de forma paternalista, asumir que son idiotas. Es como cuando se habla de ficción para mujeres: pongamos portadas de colorines y brillantes, porque es lo que les gusta… Eso sí que es prepotente. Nos basamos en conceptos muy simplistas. Por eso me siento afortunado, considero que lo que ha pasado con mi libro es un golpe de suerte. Algunos libros se convierten en cosas que la gente recomienda, y eso es algo que no tiene precio. Me dieron un adelanto muy pequeño por este libro.

¿Puedo preguntarle la cifra?

Unas 15.000 libras [unos 17.880 euros], que es básicamente lo que se les suele pagar a los poetas. Hay autores que reciben como adelanto un millón de libras [1,2 millones de euros], porque sus libros se van a convertir en obras clave, que absorben toda su energía. A veces, ese tipo de presión arruina la vida del escritor. Casi prefiero que publiquen diez libros como este al año, que se conviertan en semillas que darán frutos.

Ken Follett me dijo: «Hay autores que obtienen los premios, yo me llevo el Rolls Royce».

Me parece justo [ríe]. La gente no lee lo suficiente, necesitamos empezar a recalcular nuestras expectativas o educar a la gente, explicar el valor que aporta un libro, cómo es mucho más importante que una taza de café.

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