Peste, incendios, amantes, decapitaciones regias… y Samuel Pepys para contarlo

El Museo Marítimo de Greenwich, en Londres, celebra a la figura que escribió el testimonio más singular de la época

LONDRES Actualizado: Guardar
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Una afamada maldición china reza: «Ojalá vivas tiempos interesantes». Samuel Pepys (1633-1703) sería entonces un auténtico maldito, porque no se perdió una. Vio rodar la cabeza de Carlos I tras el hachazo del verdugo y navegó en el barco que en la restauración monárquica trajo a Inglaterra desde el exilio Holandés a su sucesor, Carlos II. Salió ileso de la gran peste de Londres de 1665 y contempló desde una barca en medio del Támesis el incendio que devastó la City al año siguiente. Se carteó con Newton -hasta existe un problema estadístico resuelto por el genio que lleva su nombre- y presidió la Royal Society, incluso reconociendo que muchas veces no se coscaba de lo que allí se hablaba.

Conoció la gloria y la cárcel. Pero lo bueno es que parte de su vida la contó al milímetro: un diario de un millón de palabras escritas en comprimida taquigrafía, que no fue descifrada hasta el siglo XIX. Pepys y su mundo son homenajeados en «Plaga, fuego y revolución», una muy recomendable exposición en el Museo Marítimo de Greenwich, en Londres.

Samuel Pepys
Samuel Pepys - National Maritime Museum Londres

«Desde la superficie del Támesis, de cara al viento, se sentía uno casi quemado por las chispas», anota en su diario secreto al final del verano de 1666. Está contemplando desde el río el Gran Incendio de Londres, que en cuatro días de furia entre el 2 y el 5 de septiembre destruyó cuatro quintas partes de la City. Solo murieron siete personas, pero se perdieron el 80% de los hogares.

El final de la exposición recoge el flirteo de Pepys con la ciencia. Coleccionaba microscopios y telescopios y dirigió la Royal Society con buena mano, aun siendo un lego en la materia. Pero afición no le falta. Cuando cae en sus manos un libro sobre el mundo microscópico escribe en su diario: «Es la obra más ingeniosa que he conocido en mi vida».

Tras el derrocamiento de su valedor Jacobo II por la Revolución Gloriosa, Pepys pierde el favor de la corte y hasta visita la cárcel. Pero logra rehabilitar su buen nombre y se retira a los 56 años, próspero y con prestigio, para disfrutar plenamente de sus aficiones (mermado ya el ímpetu fisiológico de la lujuria, mayormente los libros). No tuvo hijos, pues se cree que la operación biliar de su mocedad lo dejó estéril, y legó sus papeles y fortuna a un sobrino.

Los «pepystas» recordamos con una sonrisa a este Jep Gambardella del XVII, admirados por su capacidad para saber apreciar los evanescentes y vanos deleites de la vida: «He ido a la iglesia, vestido de luto, muy elegante y con una nueva peluca. Ha hecho un gran efecto». Bendito Samuel Pepys, que con su laúd, un vaso de vino y una moza cariñosa era el tío más feliz del planisferio. Y encima nos lo contó.

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