Nino Haratischwili: «Convertir la historia nacional en arma arrojadiza solo sirve para quebrar la sociedad»

La escritora más buscada en la última feria del libro de Fráncfort publica en España «La octava vida», una novela río que refleja las huellas del totalitarismo soviético sobre el alma georgiana

La escritora georgiana Nino Haratischwili ABC

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La imprevista pregunta que asalta a la entrevistadora, cuando por primera vez se topa con esta escritora nacida en 1983, de baja estatura y mirada tímida, en la que parecen agazaparse todavía juguetones rescoldos de niñez, es de dónde puede haber sacado todo ese profundo conocimiento del alma humana y sus intrincados recovecos. Tanto en las mil páginas de «La octava vida» (Alfaguara) como en las ochocientas de «El gato y el general», que la ha convertido en la mujer más buscada de la Feria del Libro de Fráncfort, Nino Haratischwili somete a sus personajes al sin fin de situaciones límite, tan reales como la historia reciente de Europa , con el aparente objetivo de ir anotando sus más íntimas reacciones y constatar las huellas que el totalitarismo deja impresas en los individuos durante generaciones.

«Seguramente, lo que más me gusta de escribir es entrar en ese diálogo con las almas», responde con naturalidad. «Crecí en Georgia en unos años marcados por la pérdida de valores, una grave crisis económica y mucha violencia. Una guerra civil, mucha gente alrededor que tenía que redefinirse a sí misma mientras caía la Unión Soviética , cierta anarquía, muchas zonas libres pero también muchas zonas en la sombra. En medio de todo aquello, yo viví una infancia relativamente normal. Pero al escribir buceo en toda esa maraña de reacciones con afán de explorador».

En la monumental «La octava vida» , calificada por la crítica alemana como «narración épica» y «tolstoiana», Haratischwili narra desde dentro el nacimiento, desarrollo y muerte de la Unión Soviética a través de la agitada crónica de seis generaciones de una misma familia y las huellas que el totalitarismo deja en cada uno de sus miembros. «Al principio, solo tenía tres personajes en la cabeza. Quería contar la historia de una familia durante el final de la era soviética, la época que viví en primera persona en Tiflis, pero enseguida entendí que necesitaba remontarme al menos un siglo para que esa historia pudiese ser comprendida. Porque todos nosotros, seguramente, somos descifrables solo en conexión con nuestras anteriores generaciones», reflexiona.

El realismo detallista con el que reconstruye el tiempo vivido por sus personajes mana de la propia experiencia. «Se interrumpió el suministro de gas y electricidad. Por turnos, los niños nos encargábamos de llevar algo de leña para encender un brasero que calentase la clase. No solo yo, cualquiera de mi generación recuerda aquel frío y aquella oscuridad», minimiza. Aún así, asegura que «no son libros autobiográficos , sino que me sirvo de la realidad para tomar el material con el que trabajo». En cada uno de los dos libros citados ha invertido cuatro años de trabajo, la mayor parte de documentación. Archivos, hemeroteca, testigos directos. «Escribo esos libros porque yo misma quiero saber más de la historia de mi país . He descubierto hechos terribles en ese proceso. La escena en que se induce el parto prematuro a Kitty para matar al bebé, por ejemplo, está inspirada en un documento interno del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKWD) en el que constan estos “procesos” a mujeres consideradas parásitos de la sociedad, era el método para hacerlas no fructíferas», relata.

No publicada en Georgia

«También descubrí la delgada línea que separa la crueldad de las buenas intenciones, esa frontera que a menudo cruzan los personajes rompiendo la categorías morales», dice. Porque, si algo queda claro en sus novelas, es que la historia de un pueblo está preñada en todo momento de sentimientos y emocionalidad que desbordan sin remedio los hechos. Este es seguramente el motivo, aunque el oficial habla de problemas con la traducción, por el que sus libros no han sido todavía publicados en Georgia. «El primero ha llegado este mes, hay gran expectación por el éxito que el libro ha tenido fuera y cierto escepticismo. Doy por hecho que es doloroso para los georgianos y habrá gente que diga que no, que las cosas no fueron así y habrá quien diga que es una interpretación personal. Y tendrán razón, no soy una historiadora, sino una novelista. Pero también habrá muchos que se reencontrarán en esas páginas».

Haratischwili remueve literariamente tumbas de la dictadura comunista mientras en España otros se plantean remover físicamente la de Franco , asunto del que está al tanto por la prensa alemana. «No diría que sea algo positivo confrontar así la propia historia, pero sí es algo necesario para una sociedad. La historia es lo que ha pasado y hay que conocerlo y afrontarlo, nos guste o no, y a ningún pueblo le gusta ese ejercicio. No es fácil, es más sencillo culpar a otros de lo ocurrido, no admitir los errores colectivos, hacer como si las víctimas no hubieran existido», delibera antes de concluir: «Pero lo que no debe ocurrir en ningún caso es que la historia sea utilizada como arma arrojadiza para hacer daño a otros, eso solo sirve para quebrar una sociedad y termina pasando factura».

Totalitarismo, pecado y culpa

En todos sus personajes dejan huella el totalitarismo, el pecado y la culpa. «Puede hablarse de culpa cuando hubo opciones», corrige, «yo prefiero hablar de destino, en el sentido existencial de la palabra, y cómo los personajes humanamente lo gestionan. Después, el haber sobrevivido sin haber cambiado nada, es lo que genera una culpa, un sentimiento que persiste durante generaciones en los países que han sufrido regímenes totalitarios ». No desvelaremos aquí algún elemento mágico del que se sirve para «cristalizar esa conciencia que adquieren las personas que viven en una dictadura, conciencia de que no son ellos quienes deciden sobre su propia vida».

«Me he preguntado en profundidad qué es el destino, qué porcentaje de autodeterminación tenemos, y me gustaría trasladar esa pregunta a los lectores, porque yo no hallo una respuesta definitiva. En esos regímenes es muy limitado. En todos ellos encontramos individuos que luchan por abrir su propio camino, pero en la mayoría, y eso lo puedo percibir todavía en mi generación postsoviética, queda un poso de conformismo, de pensar que no merece la pena el esfuerzo porque no se va a conseguir ningún cambio… es un pensamiento muy soviético: el individuo no cuenta . Y la actitud sobre ese elemento mágico define a los personajes de “La octava vida”: los hay que son capaces de creer en ello y otros que no».

El hecho de que fuera escolarizada en un colegio alemán fue casual, sus padres simpatizaban con una escuela liberal, sin uniforme y cerca de casa, fundada por germanistas. Su bachillerato le permitió después estudiar en la universidad alemana y hoy asegura que «no me planteo escribir en otra lengua que no sea el alemán». Como cualquier escolar de su generación, aprendió ruso y en casa se habló solamente georgiano, «pero una cierta distancia, que no te da la lengua materna, me permite perspectiva y un tipo de juego con las palabras y los conceptos que considero muy valioso». Y «Die Zeit» la ha consagrado como «una de las voces más importantes de la literatura alemana».

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