Nathan Hill: «La presión por tener éxito acaba con la buena escritura»

El último gran descubrimiento de la literatura estadounidense pasó por España para presentar «El Nix», que cuenta con el aval de John Irving

El escritor estadounidense Nathan Hill, fotografiado en Barcelona poco antes de la entrevista INÉS BAUCELLS
Inés Martín Rodrigo

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Hace diez años, Nathan Hill (Cedar Rapids, Iowa, 1978) llegó a Nueva York con la maleta cargada de ilusiones. Iba a cumplir, por fin, su sueño: convertirse en escritor . Pero, en mitad de una mudanza, le abrieron el coche y le robaron el ordenador, con todo lo que, hasta entonces, había escrito en su vida. Durante un año, casi no pudo hablar de ello. Sólo logró procesar el dolor cuando se dio cuenta de que era eso para lo que estaba destinado y, por tanto, volvería a hacerlo. Volvería a escribir, sin descanso, hasta lograr la novela que buscaba. Ese libro, «El Nix» (Salamandra), tardó una década en llegar, pero cambió la vida de su autor, y de todos sus lectores. El guiño nominal a las leyendas nórdicas es sólo una excusa para contar, bajo el influjo de los grandes narradores americanos, una historia maternofilial, con flashbacks al pasado más reciente de Estados Unidos, en la que nada es lo que parece.

Después de diez años de trabajo, ¿cómo logró desprenderse de la historia de «El Nix» y empezar a escribir de nuevo?

Mi atención cambia rápidamente. Terminé la novela e incluso antes de que apareciera ya estaba trabajando en algo nuevo.

¿Una nueva novela?

Sí.

¿Sobre qué trata?

Prefiero no decirlo. En mi cabeza es perfecto, pero cuanto hablo de ello parece horrible. Poco después de que el libro saliese, llegaron los resultados de las elecciones y fue un shock. Eso te hace cambiar y pensar.

Lógico, es imposible que algo así no capte tu atención, como creador y a nivel personal.

Pero también tienes que mantener cierta distancia. Los primeros años en los que trabajé en «El Nix» coincidieron con el segundo Gobierno de George W. Bush. No me gustaba, me enfurecía que le hubiesen reelegido y escribí sobre eso. Siete años después, leí el material y parecía antiguo. Si escribes sobre hechos actuales en un libro, envejece muy rápido y no será relevante un año después. Intento evitar eso. Cuando empecé a escribir «El Nix» tenía 26 años y cuando terminé tenía 36.

Era una persona diferente.

Exacto. Nos gusta pensar que somos sólidos, que tenemos una personalidad consistente, pero no así. Es algo que nos decimos para sentirnos mejor. Tienes que escribir evitando el ciclo informativo, el drama diario en Twitter. Tienes que escribir sobre la gente, sobre lo que significa vivir, y ahora vivir es una crisis constante.

¿Y qué descubrió sobre la literatura en ese largo proceso?

Cuando acabé el instituto, le dije a mi familia que iba a ser escritor… Pero luego resultó que tenía que hacerlo de verdad.

El sueño se volvió real.

Sí. Ser buen escritor conlleva mucha presión, y esa presión puede acabar con la buena escritura. Intentaba tener éxito, escribía las historias que pensaba que les podían gustar a los editores, a las revistas, y mi escritura era terrible. Me rechazaron en todas partes. Cuando dejé de preocuparme por eso, decidí mudarme a Nueva York y centrarme en escribir.

¿Es la literatura un modo de ejercer la empatía con los lectores?

Sí, lo es. No hay mejor invento para saber lo que se siente dentro del cerebro de otra persona. El resto de artes son abstractas, como la música, o externas, como el teatro o el cine. Pero cuando lees un libro, estás realmente dentro del otro. Cuando era pequeño, nos mudábamos cada dos años y tenía que hacer nuevos amigos todo el tiempo. Me sentía solo y los libros estaban allí para aliviar esa soledad. Los libros siempre fueron mi refugio.

Y, una vez que se convirtió en escritor, ¿fue la literatura un alivio?

¿Alivio de qué?

¿Del sufrimiento que conlleva estar vivo? (reímos)

Esa es una frase muy europea (ríe).

¿Por qué? ¿En EE.UU. no es posible escuchar algo así?

En Estados Unidos somos falsamente optimistas (ríe). El ejemplo perfecto son las familias del medio oeste: nunca hablan de sus problemas, por muy grandes que sean; los ignoran, hasta que todo explota. Pero volviendo al alivio… Sólo sé que cuando no escribo, es muy doloroso. La escritura es la manera que tengo de entender el mundo y de entenderme a mí mismo. Espero que me haga ser mejor marido, mejor hermano, mejor amigo… Es muy valioso, es mi terapia

Hablemos del tema por excelencia: la gran novela americana.

Oh, sí (ríe).

Según Marlon James, no existe, porque «es imposible que una sola novela pueda captar la complejidad y totalidad de la experiencia americana».

Estoy de acuerdo con él. Hay un problema inherente a ese concepto, y es que ha sido un club exclusivo durante mucho tiempo.

¿Y qué piensa cuando se incluye su novela en esa categoría?

Me siento agradecido, porque estoy al lado de muchos escritores a los que respeto y que me encantan, como Don DeLillo o Jonathan Franzen. Pero no creo que exista la gran novela americana.

Hablando de grandes nombres, quiero que me cuente su «historia» con John Irving. ¿Cómo le conoció?

Por casualidad. Mi mujer y yo íbamos a ir de vacaciones a Oslo. Le conocí en una cena, a través de mi editora. Ni siquiera le dije que era escritor. Mi editora se lo dijo al final de la cena. Nos los pasamos muy bien juntos. Leyó el libro y estaba maravillado. Me invitó a Toronto, me entrevistó en el escenario y fue muy intimidante. Fue fantástico.

¿Qué relación mantienen ahora?

Nos escribimos e-mails cuando me siento confuso y cuando necesito consejo hablo con él. Ha sido fantástico y me ha apoyado mucho. Llegué a las novelas del siglo XIX a través de él. Tengo muchas influencias extrañas. Me gustan los posmodernistas, John Barth, o la siguiente generación, como Foster-Wallace. También me gusta Virginia Woolf, parece que estás dentro de la mente de alguien cuando la lees. Mis influencias vienen de muchas cosas y lugares.

Ahora que ha mencionado a Foster Wallace, no sé si conoce las acusaciones de abusos contra él.

Oh, Dios mío, ¿de verdad?

Se supo varios días después del asunto de Junot Díaz.

Es decepcionante. El 40% de la gente a la que acosan deja su trabajo y el 20% deja el sector en el que está. Si piensas en cuántas mujeres, grandes escritoras, hemos perdido por eso... Es descorazonador pensar cuántos posibles grandes libros se han perdido. Es muy bueno que todo esto se haga público.

Pensábamos que era algo exclusivo del cine y, de repente, es como si hubiéramos descubierto que en la industria editorial también se da.

Por supuesto que se da. Cuando era un joven escritor en Nueva York, sabía con qué editores no debía estar a solas en una habitación. Todo el mundo lo contaba. Tuve un profesor de escritura que me quería darme clases gratis, sólo quería ayudarme;más tarde, descubrí que presionó a una escritora para tener sexo a cambio de lo mismo.

Hay quien considera que ciertas acusaciones tienen fines espurios.

El patriarcado existe desde hace 15.000 años, y esto ocurre desde hace unos meses. He hablado con hombres que tienen mucho miedo, que les preocupa que si son torpes lleguen a acusarles de acoso sexual. No comparto eso. Hay una diferencia entre ser torpe románticamente y ser un gilipollas.

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