Julio Llamazares concluye su odisea por las catedrales de España

Con «Las rosas del sur», el escritor termina un viaje de 17 años que le ha llevado por los 75 templos de nuestro país

El periodista y escritor Julio Llamazares Ignacio Gil
Bruno Pardo Porto

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La primera vez que pisó León, siendo todavía niño, Julio Llamazares se quedó fascinado con su catedral , tan enorme, tan caleidoscópica. Fue con su padre, que le explicó que la mejor forma de ver aquella maravilla era la pila del agua bendita, que reflejaba su belleza. «Dabas con el dedo y se movía todo», recuerda ahora el escritor. Ese gesto infantil, inocente, se convertiría en un enamoramiento para el resto de su vida. También en la única forma de explicar por qué en 2001 comenzó una travesía por las 75 catedrales de España , un proyecto faraónico que se ha materializado en dos tomos de más de 600 páginas, ambos editados por Alfaguara: «Las rosas de piedra» y «Las rosas del sur», que acaba de publicarse.

«Siempre visito las catedrales de los lugares a los que voy. Y un día, no sé por qué, supongo que porque soy un inconsciente, decidí que iba a conocer todas las catedrales y a escribir ese viaje. Lo empecé hace 17 años y lo he terminado ahora», explica Llamazares. En ese periplo ha ido viendo cómo estas «almas de piedra» muestran el inevitable paso del tiempo . «Ahí se ha ido solidificando y acumulando la historia, la espiritualidad, los sentimientos y la aspiración de belleza. Son espejos en los que se refleja muy bien la evolución de la sociedad que las construyó, que las conservó y que las sigue manteniendo», añade.

La catedral de Burgos

Esta segunda parte de su particular odisea arranca en Madrid, la ciudad en la que vive actualmente, y que se aventura a ver con ojos extraños. Primero, la catedral de la Almudena, con sus «grandes volúmenes» , que nunca dejan de sorprenderle, porque siempre se puede viajar en casa. «A veces, los caminos más desconocidos son los que tenemos más cerca», sentencia. Y ese sendero no tarda en plantarle, apenas 30 páginas después, ante la Magistral de Alcalá, que fue quemada durante la Guerra Civil. De alguna manera, insiste, estos edificios obligan a echar la vista atrás y contemplar el pasado que allí permanece presente: los expolios de la Guerra de la Independencia, los bandos de la Guerra Civil («las que se quedaron en zona republicana fueron saqueadas e incendiadas, mientras que las otras no, de ahí su riqueza actual») o el sincretismo español, que tan bien ilustra la Mezquita de Córdoba. «Es que son las cajas negras de este país», zanja el autor.

Sus pies ligeros solo le llevan por la parte sur del mapa, pues el norte ya estaba escrito en «Las rosas de piedra». Es una división que nació por una necesidad material –«era imposible contarlo todo en un único libro»–, pero que también refleja una gran diferencia arquitectónica, pues en términos catedralicios sí que existe eso que se ha dado en llamar «las dos Españas» . «En el norte, la mayor parte de las catedrales son góticas o románicas , porque se hicieron en plena reconquista contra los árabes. En la mitad sur, en cambio, se levantaron sobre mezquitas en la edad moderna, por lo que suelen ser renacentistas o barrocas» , apunta.

Vista aérea de la mezquita catedral de Córdoba

El viaje, lo inesperado

Ese es el terreno en el que se vuelve a mover «el viajero», ese trasunto que el cronista utiliza para poder narrar en tercera persona y tomar cierta distancia, sin saber muy bien por qué. Dice que se vio arrastrado a esa fórmula literaria, que se ha dejado llevar por la intuición y que no siempre está de acuerdo con ese personaje. Sea como fuere, es ese personaje quien marca el ritmo y habla con los paisanos, el que curiosea y no para de preguntar (preguntarse) por todo. No da lecciones, porque esto no es un libro de historia ni un tratado de arquitectura, pero va absorbiendo, como si de una esponja se tratara, sensaciones, apuntes, diálogos y un largo etcétera para transportarnos a todos los lugares que pisa. Por resumir: es el que viaja, verbo importante aquí.

«Yo creo que nunca se ha viajado menos que ahora» , espeta Llamazares. Sí, la gente se mueve, se sube a aviones, visita lugares, toma miles de fotos: hacen turismo, pero no se abren a lo inesperado. «El viaje es una idea propiamente romántica. La idea de viajar por viajar, partir por partir, que decía Rimbaud, llega con el Romanticismo. Hasta entonces casi nadie viajaba si no era por necesidad. Ahora esa idea se ha prostituido . El viaje es un negocio, se ha mercantilizado. La gente viaja, a veces, por motivaciones que no tienen nada que ver con el deseo de desprenderse del hogar», opina. Y es una tendencia, asevera, de la que es difícil escapar. A veces por falta de tiempo. Hay que tenerlo para ciertas odiseas. Diecisiete años, en este caso.

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