La escritora Julia Navarro, con el puente de Brooklyn al fondo
La escritora Julia Navarro, con el puente de Brooklyn al fondo - JUAN FERNÁNDEZ

Julia Navarro: «Ningún gobierno ha hecho nada por la cultura»

La gran dama del best seller español presenta en Nueva York su última novela, «Historia de un canalla», que transcurre, en parte, en la ciudad estadounidense

ENVIADA ESPECIAL A NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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Con «Dispara, yo ya estoy muerto», Julia Navarro (Madrid, 1953) logró vender más de 320.000 ejemplares. Lo hizo en un momento especialmente crítico para la industria (la novela apareció en septiembre de 2013), sumida en un pozo negro y de aguas espesas, azuzadas por la crisis y la piratería. Pero, como a los grandes cronistas (re)convertidos en escritores, a la gran dama del best seller español (con permiso de María Dueñas) no le tiembla el pulso a la hora de sorprender al lector. Si entonces narraba la relación entre una familia judía y una árabe a lo largo y ancho del siglo XX, con paradas en San Pertersburgo y Palestina, en «Historia de un canalla» (Plaza & Janés), su último libro, que esta semana ha llegado a las librerías, traslada la acción a la ciudad que mejor encarna el espíritu del liberalismo: Nueva York.

En sus calles, Thomas Spencer, un lobo sin piel de cordero, despliega sus malas artes para triunfar en el mundo de la publicidad. Y en esas mismas calles, aún palpitantes de literaria inspiración, la escritora ha querido presentar la novela. Con ojos brillantes y la ilusión intacta de quien cuenta la historia que habría querido leer, Julia Navarro recibe a ABC en un entorno ideado por Philippe Starck, a un paso de Central Park y con vistas a la calle 58.

- ¿De dónde surge esta «Historia de un canalla»?

- Todos mis libros siempre tienen elementos de las cosas que me preocupan y este intenta ser un retrato de lo que sucede hoy en día, tanto desde el punto de vista de qué tipo de personas somos como qué tipo de sociedad nos ha tocado. Me impresiona mucho la gente que dice que no se arrepiente de nada y que volvería a hacer lo que ha hecho; quería meterme en la piel de alguien que no se arrepiente de nada, era algo que quería novelar. En los últimos 30 o 40 años han cambiado todos los paradigmas de nuestra sociedad a través de las nuevas tecnologías, vivimos en un mundo absolutamente intercomunicado, en una sociedad en la que la publicidad tiene cada vez más importancia, nos convertimos en consumidores antes que en ciudadanos… El mundo de las agencias de comunicación es un mundo poderoso que mueve parte de los hilos de la propia sociedad y quería hacer ese retrato, porque la gente a veces no es consciente de esa manipulación.

- Se trata, además, de un cambio de registro radical. La novela arranca en los 80 y termina en la época actual.

- Es una novela muy dura y moderna, en la que el lector, desde la primera línea, sabe quién es Thomas Spencer [el protagonista] y qué tipo de canalla es. He intentado meter al lector en la mente de Thomas, hasta el punto de que sabe de él más que el resto de personajes, porque los demás ven a un triunfador, a un chico de una familia acomodada neoyorquina, liberal, que le sale bien todo en la vida… Eso es lo que Thomas proyecta en los demás, que no ven el tipo de canalla que es. Eso es lo que nos sucede a todos en la vida, a veces el conocimiento que tenemos de los demás es muy intuitivo.

- ¿Y cómo logró meterse en la mente de un personaje así?

- Me ha costado mucho construirlo, no ha sido fácil estar con él durante casi tres años.

- Es que no recuerdo que ninguno de sus personajes anteriores sea tan malvado.

- Es que éste es especialmente malvado, porque lo cuenta en primera persona. Es brutal desde el primer momento.

- ¿Él es consciente de su propia maldad?

- Sí, claro que lo es, tiene atisbos de conciencia, sabe lo que hace mal.

- Pero aún así lo hace.

- Tiene ese atisbo de conciencia, pero no se permite que aflore; cuando reflexiona, no está pensando en él, sino en cómo habría sido la vida del resto si él hubiera hecho las cosas de forma diferente. Es un personaje lleno de porqués. Es una persona descolocada porque vive en un mundo homogéneo, pero no es un psicópata, no es una persona carente de sentimientos; ese problema de identidad le convierte en un auténtico malvado. En el fondo es una persona absolutamente débil.

- Es curioso, porque lo que proyecta es fortaleza.

- Claro, porque ese es el mundo de los espejos, lo que somos y lo que proyectamos, los claroscuros. Todos intentamos proyectar algo, pero a lo mejor somos lo contrario de lo que proyectamos.

- Probablemente, intentemos proyectar justo lo contrario de lo que sabemos que somos.

- Efectivamente. Thomas parece un triunfador, seguro, desaprensivo, sin escrúpulos, fuerte y, sin embargo, es un tipo absolutamente débil y resentido; el resentimiento es el motor de su vida, es una huida permanente hacia adelante que le impide rectificar. En el fondo, tiene miedo de vivir y se tiene miedo a sí mismo.

- ¿Acaso no nos pasa eso a todos?

- Sí, es cierto.

- Lo que sucede es que hay quien lo lleva mejor… Sobre todo en ese mundo profesional en el que Thomas se desenvuelve, el de la publicidad; es la selva: o comes o te comen.

- Y en una ciudad absolutamente individualista como es Nueva York.

- ¿Tuvo claro desde el principio que debía desarrollarse, fundamentalmente, en Nueva York?

- Es que no podía ser otra ciudad, porque la explosión de las nuevas tecnologías, de la comunicación, se proyecta desde aquí.

- Todos soñamos con llegar a vivir algún día en Nueva York, sin ser conscientes de que la vida aquí puede ser una auténtica pesadilla.

- Nueva York es una ciudad apasionante, que tiene una personalidad propia, casi es un personaje más de la novela, pero es una ciudad muy dura, de enormes contrastes. Es una sociedad donde la gente está muy sola.

- En ese sentido, la novela no deja de ser una reflexión sobre la naturaleza del mal.

- Claro, y sobre la manipulación de la opinión pública, la banalización de la sociedad, su infantilización. Nos convierten en niños permanentes, a veces nos tratan como menores de edad, incluso en el mundo de la política, sólo hay que ver cómo son las campañas…

- La última campaña electoral en España ha sido muy americana.

- Ha tenido unos tintes muy parecidos a las campañas americanas, esa puesta en escena… Se convierte en un espectáculo, en lugar de ser un debate, una reflexión de ideas y el que mejor vende y actúa tiene muchas posibilidades de quedarse con parte de los telespectadores. Esta última campaña electoral que hemos vivido ha sido como un gran plató de televisión. Ante eso, hace falta más que nunca que seamos capaces de formar a individuos que sepan pensar. Los planes de estudio en nuestro país han ido de mal en peor, cada ministro lo ha hecho peor que el anterior, y ya era difícil; algunos han intentado hacer ingeniería social, otros han considerado que estudiar Historia del Arte era de derechas…

- Bueno, la educación convertida en herramienta política.

- Un auténtico disparate. Las humanidades han sido relegadas, y son lo que nos da los instrumentos para poder manejarnos en la vida. Me parece un auténtico disparate que la Filosofía haya desaparecido de los planes de estudio; la Filosofía te ayuda a pensar, a hacerte preguntas, es un viaje al fondo de la condición del ser humano y resulta que por obra y gracia de unos señores que se sientan a decidir lo que tienen que estudiar nuestros hijos, desaparece. Pero no sólo la Filosofía: la Literatura, la Historia, el Arte… La gente tiene cada vez menos instrumentos para defenderse de esa banalización.

- Y fíjese en los últimos datos: el 40% de la población no lee nunca.

- Porque en los planes de estudio no se contempla la lectura. Si tú no fomentas la lectura desde la infancia, la gente no lee. No ha habido ningún gobierno que haya hecho absolutamente nada por la cultura; al revés, han hecho todo por acabar con la cultura.

- Pero, ¿por qué? ¿Porque no les interesa?

- Porque cuanto menos cultos son los individuos y menos herramientas tienen para ser libres son más manipulables. Esa es la conclusión; si no, no se entiende.

- ¿Y adónde va un país sin cultura?

- Al desastre. No hay ningún respeto, ningún interés, ningún amor por la cultura. Me aterra que se quiera hacer ingeniería social en los planes de estudio de los gobiernos, que se quiera partir de cero, que se quiera construir individuos que no saben de dónde vienen.

- Por no mencionar la piratería.

- La piratería es un gran problema que tiene toda la industria editorial. En otros países está absolutamente resuelto, pero en el nuestro no; y no está resuelto porque ningún gobierno lo ha querido resolver. La primera base es la educación, enseñar que cuando se piratea algo se está robando, pero ningún gobierno se atreve con las operadoras de telefonía en España. Y luego eso de que la cultura tiene que ser gratis... ¡La cultura no puede ser gratis! Los creadores son personas que tienen que vivir.

- La gratuidad de la cultura es una enorme falacia.

- ¡Es que no puede ser! El músico tiene que pagar la factura de la luz, llevar a los niños al colegio, lo mismo que el ingeniero de caminos o el empleado de banca. Yo he estado casi tres años encerrada en mi casa escribiendo, es mi trabajo, y durante esos tres años yo no he tenido ningún ingreso.

- ¿Y qué piensa del problema de las pensiones?

- Es uno de los problemas que hay que resolver. No sólo afecta a los escritores, nos afecta a todos los ciudadanos. A la gente le han ido descontando dinero para que el día de mañana tenga una pensión, es su dinero, tiene derecho a recibirlo y luego a seguir haciendo lo que le de la gana. ¿Qué es eso de que a partir de los 65 años la gente ya no puede hacer nada? ¿Es que tenemos que morirnos? ¿O tenemos que irnos a un banco a que nos dé el sol? ¿Pero qué tipo de sociedad tan deshumanizada estamos construyendo en la que, a partir de los 65, a la gente se la condena a estar en casa delante de la televisión? ¿Pero qué barbaridad es esa? Usted no puede negarse a que los creadores sigan creando.

- Y eso que Hacienda somos todos...

- No, pero está claro que Hacienda no somos todos, ya nos lo han dejado claro. ¿Cómo puede haber tamaña desvergüenza?

- ¿Confía en que ese «desprecio» a la cultura desaparezca en un futuro gobierno, sea del signo que sea?

- Soy bastante escéptica, porque a los gobiernos lo que les gusta es hacerse la foto con un famoso un día, pero les importa tres pepinos los problemas que hay en el mundo de la cultura. La cultura, además, es una gran industria.

- De hecho, la editorial es la única industria cultural netamente española del PIB; representa aproximadamente el 0,7%.

- Y no se lo toman en serio… La llegada de Carme Riera a Cedro ha sido lo mejor que nos podía pasar, porque el problema se ha visualizado. Me parece un escándalo que la gente de 65 años no pueda vivir de su pensión si quiere seguir escribiendo. El talento de alguien que escribe es suyo, propio e intransferible y, además, no es incompatible con el de un joven.

- El gusanillo de periodista no desaparece nunca, ¿no cree?

- No, yo siempre me sentiré periodista. Lo que pasa es que hay un momento que tienes que elegir. Yo tengo la suerte de que he tenido éxito, y eso implica un cambio de vida.

- ¿Y cómo ve lo que está pasando ahora en España?

- Estamos en un momento de cambio, en el que los ciudadanos esperamos que los políticos estén a la altura… Yo tengo mis dudas. La sociedad está demandando unos cambios en la manera de hacer las cosas, pero tengo mis dudas de que sean capaces de entender el mensaje.

- Y no se trata de algo que haya sucedido de repente.

- No. Es evidente que se estaba produciendo un agotamiento, que se necesitaba una reforma, un cambio, y no lo han querido abordar los dos grandes partidos.

- ¿Se acabó la era del bipartidismo en España?

- Pues no lo sé. La sociedad es algo donde todo fluye y en un momento determinado algo deja de servir, pero no significa que no pueda volver a servir en un futuro. En estos momentos, los ciudadanos han votado que nadie tenga el predominio absoluto para hacer lo que le dé la gana y que haya que negociar; la verdad es que cuando los partidos tienen mayorías absolutas tienden a no escuchar a nadie.

- Ni siquiera al ciudadano.

- Al primero al que dejan de escuchar es al ciudadano. Yo, que me he pasado tantísimos años como cronista parlamentaria, a veces tenía la sensación de que no se escuchaban, de que cada uno iba para soltar su rollo. Pero, por favor, ¡escúchense! Tenía la sensación de asistir a un auténtico diálogo de sordos.

- Volviendo a la novela, se la dedica a un grupo de amigas.

- A mis amigas, sí. Es una novela en la que las mujeres tienen un papel importante.

- Y son muy fuertes.

- Lo son.

- Es una reivindicación de que la mujer no sólo tiene mucho que decir en la actual sociedad, sino que lo dice.

- Claro. También es una llamada de atención de lo que significa un maltratador. Detrás de los maltratadores hay seres absolutamente débiles.

- ¿Cree que, hoy en día, las mujeres tenemos las riendas de nuestras vidas?

- Por lo menos lo intentamos. Seguimos viviendo en una sociedad machista; el poder sigue estando en manos masculinas, pero es evidente que cada vez se abren más puertas, somos más autónomas y decidimos qué hacemos y qué no, pero todavía tenemos muchas batallas que dar, por ejemplo la del salario. Sigue siendo asombroso que a igual trabajo no haya igual salario.

- Sin olvidar la famosa conciliación…

- Todavía hay muchas batallas que dar, pero las mujeres ya no somos unas pobrecitas que dependemos de nuestros maridos para nada. Yo me declaro feminista y lo seré mientras haya una mujer que esté en una situación de desigualdad.

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