Graham Swift, fotografiado antes de su encuentro con la prensa en Barcelona
Graham Swift, fotografiado antes de su encuentro con la prensa en Barcelona - EFE

Graham Swift: «Todos los escritores tienen que encontrar su propio lenguaje»

El escritor británico viaja a la Inglaterra de 1924 para novelar «el potencial de llegar a ser» en «El Domingo de las Madres»

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Explica Graham Swift (Londres, 1949) que si le diesen diez libras cada vez que alguien intenta colocar «El Domingo de las Madres» (Anagrama), su última novela, en el mismo saco que «Downton Abbey», hoy sería un tipo inmensamente rico. El problema, añade, es que «El Domingo de las Madres» está a años luz de los desmayos televisivos de la familia Crawley. Tanto en el libro como en la serie aparecen «sirvientes y servidos», sí, pero ahí acaba cualquier posible paralelismo.

«Quizá porque “Downton Abbey” no tiene nada que ver con el mundo real», sentencia Swift, convencido de que acaba de coronar una de sus cumbres creativas más de tres décadas después de que la revista «Granta» le señalase como uno de los jóvenes prodigiosos de las letras británicas.

Puede que no sea ni el más mediático ni el más conocido de esa generación capitaneada por titanes como McEwan, Amis o Ishiguro, pero seguro es uno de los más líricos. «Si en algún momento de mi obra he podido alargar la mano para decirle al lector “aquí está todo concentrado”, es en esta novela», asegura.

Así que las comparaciones con «Downton Abbey» no son más que un mal menor, un molesto peaje que hay que esquivar para adentrarse en «El Domingo de las Madres» y viajar junto a Swift a la Inglaterra de 1924, escenario a medida para que la joven Jane, una huérfana al servicio de la familia Niven, empiece a construir sin ella saberlo una exitosa carrera como novelista. El domingo del título, día señalado en el que el personal de servicio libraba para visitar a sus madres, será la excusa para que Jane culmine un romance clandestino que mantendrá bajo llave mientras hace carrera como escritora. «Se convierte en contadora de historias, pero hay una que mantiene en secreto», señala Swift, quien se sirve de ese proceso de transformación para reflexionar sobre «la posibilidad y el potencial de llegar a ser».

«La gente tiene en su interior más de lo que dice, muestra e incluso sabe. No lo expresan porque no llega la oportunidad, así que una de las funciones de la ficción es sacar a la luz esas vidas ocultas y darles voz. Contar historias que de otro modo no habrían sido contadas», señala el autor de «Últimos tragos». Así, convencido de que su trabajo consiste en atravesar el plano físico de la realidad para explorar interioridades y explicar «esa historia que nunca se va a contar», el autor británico ha entregado una novela breve y concisa que, asegura, «tiene la capacidad, complejidad, riqueza y profundidad de una novela de pleno de derecho».

Una apuesta por la contención y la economía narrativa -«¿por qué decir algo en cinco páginas si lo puedes decir en una?», se pregunta- tras la que se esconde su peculiar concepción de la literatura. «Al final, no creo que escribir tenga que ver con las palabras, sino con lo que subyace tras las palabras -asegura-. La buena literatura utiliza las palabras para capturar algo que va más allá. No se trata de colocar al lector ante una amalgama de palabras, sino de llevarle de un sitio a otro utilizando la página como conducto». Es así como en «El Domingo de las Madres» recorremos toda la vida de una Jane que hace de Joseph Conrad su modelo de conducta literaria. «Conrad era polaco, y tuvo que cruzar la barrera del lenguaje. En cierto modo, todos los escritores tienen que encontrar su propio lenguaje», sentencia.

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