Mentiras creíbles, verdades increíbles

García Márquez y la huelga de las bananeras

La versión ficticia de la represión en 1928 ha quedado como historia real a pesar de que Gabo ya reconoció que no fue así

La huelga de 1928 no produjo tres mil muertos como dice la novela, sino apenas una decena

Fernando Rodríguez Lafuente

Nunca la búsqueda de verdad en lo que se cuenta había estado más a la baja. Hoy vale más lo que resulta atractivo, entretenido, misterioso, conspirativo. La idea del director cinematográfico francés Eric Rohmer, «mentiras creíbles, verdades increíbles» se formuló en un momento en el que las «fake news» no sólo estaban lejanas, sino que ni se pasaban por la imaginación del más fantasioso. Incluso, lo que aparecía, tomado de acontecimientos históricos, en libros y películas se consideraba una ficción, en el mejor de los casos, maravillosamente contada. El conflicto verdad histórica/ ficción histórica mantenía unas fronteras bien delimitadas, al menos por parte de los lectores. Esto ahora no es así. El auge de la novela histórica, cuyos medios estilísticos apenas se diferencian de los expresados en la novela decimonónica , como si en la historia literaria autores como Joyce, Proust, Kafka o Mann no hubieran existido, o ni siquiera se les tuviera en consideración a la hora de enfrentarse a la página en blanco, narrar una historia, perfilar unos personajes, crear una atmósfera, lo destaca.

La literatura, como el cine, cuenta mentiras . Algo inventado. Prodigiosamente contado, pero pura ficción. Vargas Llosa lo denominó, brillante como siempre, la verdad de las mentiras. Y era cierto. Porque el lector sentía que había más verdad en la ficción que en muchos manuales o monografías de historia, donde por decirlo con palabras de Cervantes, capítulo IX de la primera parte del Quijote, en el historiador no deben manifestarse «ni el interés, ni el miedo, el rencor ni la afición». Pensábamos que verdad es la historia, que ficción es la literatura, el cine. Pero aquí comienza el lío en tiempos en los que el relativismo, la mentira y la falsedad se apropia de la geografía antes exclusiva de la documentación, el rigor y el compromiso con la libertad de contar los hechos con los documentos y testimonios de que se dispone, y no de la imaginación, portentosa y brillante en tantos casos, del novelista. Sigamos con Cervantes, para quien la Historia es: «testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir».

Ahora prima la invención, lo vemos en el caso de Cataluña, no se cuenta, ni se cuenta lo que sucedió, sino lo que cada uno entiende que sucedió. Un ejemplo luminoso lo acaba de comentar, exhaustiva, profusa, concienzudamente el historiador colombiano, profesor en Oxford, Eduardo Posada-Carbó, respecto a uno de los más grandes libros escritos en español, «Cien años de soledad» (1967) del Nobel colombiano Gabriel García Márquez. En él, lo describe Posada-Carbó en «La novela como historia» (Taurus, Bogotá, 2018), la verdad literaria supera a la verdad histórica. Ya en el excelente prólogo de Ilan Stavans las cartas quedan marcadas, la ficción supera a la realidad porque «está mejor contada».

Realidad y ficción concretas

Queda más asequible la historia como entretenimiento que como compleja reflexión. Porque siempre es posible la refutación de los relatos históricos, pero no los de ficción (Bernard Bailyn). En la novela, el elemento clave es la matanza producida durante la huelga de las bananeras contra la United Fruit Company . Tres, cinco o diecisiete, habrían sido los muertos durante la huelga, cifra significativamente distante de los tres mil muertos que aparecen en «Cien años de soledad», cifra ésta última que hoy figura como verdad histórica en Colombia, La pregunta de Posada-Carbó va a la raíz: «¿hasta qué punto la ficción de “Cien Años de Soledad” ha sido aceptada como historia? La huelga ha sido considerada por uno de los más solventes biógrafos, junto a Dasso Saldívar, de García Márquez, el británico George Martin como «el episodio central que le da forma a toda la novela». Fue el 12 de noviembre 1928. Hacia 1990, García Márquez le reconoció al periodista barranquillero Julio Roca Baena que aquella tragedia no había sido en realidad, «la matanza apocalíptica» que aparece en la formidable novela. Cuando Posada-Carbó, enterado de la cosa le preguntó a Roca Baena sobre la insólita respuesta del Nobel, sus palabras dan comienzo a estas entregas de verano: «¡Ah!, las cosas de Gabo» . Cosas que hoy, sin el libro de Posada-Carbó, serían historia. Y en esas estamos, no sólo en Colombia.

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