Escritores y campo, oda al mundo rural como modo de vida

Autores de diferentes generaciones encuentran en la España vacía (o vaciada) su hábitat para ser felices

La veterinaria y poeta María Sánchez, en su ambiente Fernando Vílchez
Javier Villuendas

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Tras apuñalar a un antidisturbios, el protagonista de la novela se esconde en un pueblo abandonado y descubre que en aquel lugar, en soledad, es más feliz que nunca. Hay quien dice que este libro va de usted. «Tampoco, tampoco. Escribí una del Grapo y del Grapo no soy. Sí que vivo en una aldea pero aprecio mucho el contacto con mis semejantes», cuenta Santiago Lorenzo (1964, Portugalete), autor de «Los Asquerosos» y premio Cálamo al mejor libro de 2018. El escritor aterrizó sin saber conducir, que tiene más mérito, en un minúsculo pueblo de una Castilla hace seis años. Llevaba 30 en Madrid. ¿Por qué? «Creo que la razón es el ansia de cambiar cosas, de probarlas. Lo que sé es que me gusta mucho esta vida. Estando solo se me van las horas y me voy a la cama contento por cómo lo he pasado durante el día».

Dragó, junto a una enorme cabeza de Buda en su casa en Castilfrío Marjorie González

Las grandes ciudades generan estados alterados de conciencia inspiradores por su desolación y borrachera, su «trajineo» cotidiano está repleto de microhistorias. Pero hay escritores que pasan de ellas, que hasta las odian. En el mundo rural, la contaminación (también mental) es mucho menor sin tanto humo, ruido y el propio estrés derivado de la quijotesca lucha por pagar los pisos-habitación. Porque en la «España vacía», como se ha puesto de moda ahora en llamar a la España rural, hay menos gente. «El concepto del vacío (del wuwei) es la clave del taoísmo, y yo soy taoísta. Lo que más me gusta de las Tierras Altas sorianas es su bajo índice demográfico. Menor incluso que el del desierto de Gobi, con menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado», explica Fernando Sánchez Dragó , «hurón» residente de la casi despoblada Castilfrío.

Sin embargo, «¡la España rural no está vacía! Es un territorio muy vivo, hay ganadería extensiva, razas autóctonas, agricultura, semilla, oficio, palabra... Hay una cultura», defiende la poeta María Sánchez (Córdoba, 1989), cansada del «periodismo sepulturero» que solo busca pueblos fantasma. Enraizada a la sierra norte de Sevilla, tanto por vía materna como paterna, representa la tercera generación de veterinarios de la familia. De hecho, se considera veterinaria antes que escritora, aunque este 12 de febrero publica «Tierra de mujeres» , su reivindicativo ensayo «para que seamos las personas del medio rural, sobre todo las mujeres, las que contemos nuestras historias y perdamos la vergüenza. No significa que no todo el mundo pueda escribir de lo que quiera, pero del medio rural siempre han escrito los mismos. Desde las ciudades, siempre hombres y literatura de la contemplación, la desconexión, la idealización, la nostalgia...». A la andaluza, que también lidera un proyecto para rescatar palabras en peligro de extinción llamado «Almáciga», le molesta esa imagen tópica que se ha creado del mundo rural porque «no hay un solo tipo de campo, de pueblo ni de España vacía. El campo es muy diverso».

Más historias. El espigado David Muñoz (1988, Zamora), tras vivir en Estados Unidos e Irlanda durante un lustro, volvió a Puebla de Sanabria ya que su trabajo como traductor se lo permitió. «Es un lugar al que, más o menos, pertenezco. Me cansé de escucharme a mí mismo pensar en el pedazo de tierra en el que había crecido, de ver en su hermosura una complejidad que no tenían (que yo no alcanzaba a ver) las ciudades por las que había pasado y de querer trabajar en él, trabajarlo y cuidarlo. Me cansé de pensar todo eso y no hacerlo». ¿Le preocupa la contaminación? «Para mí es importante no contribuir al daño», dice el autor de «Felipón» . ¿Alguien le envidia por vivir en el campo? «Sí, algo me han comentado».

Santiago Lorenzo vive en un pueblo de 14 habitantes Blackie Books

Sánchez también genera pelusa. «Ahora sí. De pequeña era muy solitaria y mi infancia era mi campo, mis cabras, mi abuelo y mi familia. Y cuando volvía al colegio en Córdoba no les interesaba nada, era como si hablara un lenguaje diferente. Creo que con la edad queremos volver a las raíces, al origen». A Lorenzo también se lo han confesado («habitualmente gente a la que envidio yo») pero cree que «hay gente que lo dice por decir algo. Si se empieza a ver como moderno irse a vivir a un pueblo, me pienso comprar un ático en la Gran Vía». Sánchez Dragó coincide en detestar la modernidad : «En Castilfrío me siento más antiguo, soy casi prehistórico». Y apunta una fecha: «Desde el siglo VI antes de Cristo todo ha ido a peor».

A mediados del s.XIX, el punki místico Henry David Thoreau construyó una cabaña junto al lago Walden para llevar a cabo un experimento espiritual de vida solitaria que duró dos años. Luego lo relató en su famoso «Walden» , en donde realiza un elogio del contacto con la naturaleza y de la rebeldía contra la servidumbre industrial como base para la autorrealización. Un poco Thoreau es el ahora partidario de Vox: «Huí de Soria capital porque se había convertido en una especie de Manhattan», dice Dragó. ¿Qué buscaba? «El beatus ille de Horacio, el huerto de Fray Luis, la descansada vida de la “Epístola moral a Fabio”... Siempre me he considerado hombre de campo, un personaje secundario de película del Oeste. Detesto las ciudades». La autora de «Cuaderno de campo» rechaza «la postal plana con la que asociamos el campo con la cabaña de Walden, de me voy y no va a saber nadie de mí en unos días. Como desaparición, idilio, descanso y oasis. Porque en el campo hay gente que trabaja y que se quiere quedar. La España vacía es la España vaciada, porque los que se fueron no lo hicieron porque quisieran sino porque no les quedaba otra».

David Muñoz se cansó en Galway (Irlanda) de pensar en volver a su Puebla de Sanabria y no hacerlo ABC

Pero lo importante para los lectores: ¿favorece esta vida rural a su labor literaria? «Al revés», sorprende el autor de «Los huerfanitos», que solo escribe cuando «no soportaría la idea de no hacerlo». Para Lorenzo «cuando tú estás en poblado y sales a la calle a comprar unas almejas, te vuelves a casa con tres o cuatro cosas que te apetece escribir. Aquí hay una especie de plenitud vital en la que se resiente lo que escribes . Si escribes novelas sobre personas, es mejor vivir entre personas», reflexiona. Dragó y Muñoz opinan un poco lo contrario, al igual que Sánchez que considera que sin el campo ni escribiría: «El medio rural es mi narrativa invisible. Son las historias que me cuentan, los animales que te cruzas, las palabras, todo lo que sucede en el medio rural hace que yo escriba».

La veterinaria-poeta tiene su campo base en Córdoba, pero suele estar danzando con su furgoneta por las ganaderías de España y Portugal. Sola. ¿Lo disfruta? «Muchísimo, me encanta viajar sola. De hecho, esa soledad de pequeña se volcó en el libro, me volqué en la literatura». Lorenzo también está en el barco de los solitarios: «A mí me gusta mucho. Pero mucho mucho, desde que era pequeño. Y me he pasado la vida rodeado de gente y mi gran patrimonio son los amigos que he hecho. A mí es que estar solo me apasiona. Y luego se te queda una voz muy bonita». A Dragó, la soledad, directamente, es lo que más le gusta del mundo. «Todos mis momentos de soledad han sido felices. Los que he vivido en compañía, según . Conversar me aburre», cuenta. De hecho, en la puerta de su casa soriana tiene una frase grabada de Miguel Hernández insuperable para recibir a las visitas: «Yo sólo soy cuando estoy solo». El joven David Muñoz se desmarca en su respuesta sobre la soledad: «Normalmente, si estoy trabajando, en casa o fuera, no soy consciente de ella. Hay veces en que sí me hago consciente de ella, y entonces supongo que la padezco, pero creo que eso me ha pasado siempre y que le pasa a todo el mundo, en cualquier lugar, al menos si hablamos de una soledad honda». Ahora en invierno, en su Puebla de Sanabria, el problema de la leña es rutina. Y en verano, pasa mucho tiempo nadando en el lago y el río. También, claro, hay días dedicados enteros a traducir o a leer o a escribir, pero otros que pasan en la montaña, en el huerto con el abuelo o en la viña con su padre. Hubo un día que se lo dedicó a un ratón que se había colado en casa.

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