Donal Ryan y los escombros humanos de la crisis irlandesa

El escritor ahonda con «Corazón giratorio» en los efectos de la burbuja inmobiliaria

Donal Ryan, fotografiado en un pub de Barcelona SAJALÍN

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Al irlandés Donal Ryan (Nenagh, 1977) le pasó más o menos lo mismo que a muchos de sus compatriotas y, ya puestos, que a la mayoría de los personajes que, a cuestas con sus miserias, se dan la réplica de forma tajante y enfurecida en las páginas de su primera novela: llegó la crisis inmobiliaria de 2008 y el trompazo fue tal que su vida empezó a tambalearse como una gigantesca fuente de gelatina. «Yo mismo, por ejemplo, necesitaba desesperadamente unos 20.000 euros, así que no tuve que buscar muy lejos la idea de alguien ahogándose en un mar de deudas», explica el irlandés ahora que «Corazón giratorio» (Sajalín), su cruda reconstrucción de aquella burbuja que estalló en mil pedazos hace una década en la Isla Esmeralda (y en buena parte de Europa), acaba de llegar a España tras publicarse en inglés en 2012.

En su día, su debut narrativo se coló en la lista de nominaciones al Booker Prize de 2013 y le valió un par de jugosos galardones, pero antes de eso Ryan acumuló 47 (¡47!) cartas de rechazo, una imagen que, sin duda, sintoniza mejor con el tono de un libro hecho de escombros, urbanizaciones fantasma y personajes que parecen salidos dando tumbos de algún capítulo de «De ratones y hombres» o «Las uvas de las ira». «John Steinbeck es mi mayor influencia literaria -reconoce el irlandés-. Sus perdedores están llenos de humanidad».

También los de Ryan rezuman una humanidad a ratos aterradora que va cobrando forma en un pueblo sin nombre mientras unos se beben la granja familiar en el pub, otros van a visitar cada día a su padre para ver si se ha muerto (y cada día salen de ahí decepcionados) y todos acaban descubriendo que la euforia que precedió a la gran recesión no fue más que una gigantesca estafa.

Bolsillos llenos

La resaca, claro, fue atroz. «Mucha gente trabajó durante años y de pronto no tenía nada: ni pensión ni servicios sociales», recuerda. «Le ocurrió a mi mejor amigo: trabajó en la construcción durante 15 años y cuando fue a la oficina de empleo no constaba que hubiese tenido ningún trabajo. El que trabajaba ahí, que también era amigo nuestro, sabía que llevaba años trabajando, pero no constaba en el sistema», explica para ilustrar lo que ocurrió tras una época de bolsillos llenos, trabajo subterráneo y delirios constructivos facturados bajo mano. «Parece que la clase obrera está siendo castigada por los pecados de otros, lo que, en cierto modo, siempre ha sido así», reflexiona.

La estructura de «Corazón giratorio», con una serie de monólogos encadenados como los de «Mientras agonizo» de Faulkner , no hace más que reforzar esa idea de tragedia compartida y acentuada aún más por las disfunciones de una sociedad cerrada en la que el rencor, la envidia y los secretos están a la orden del día. «Es agotador estar metido en una misma cabeza todo el día e intentar imaginar ser otra persona, así que decidí rodearme de muchas voces diferentes», explica. Voces que, por muchas vueltas que den, siempre acaban yendo a parar a un mismo sitio. O, mejor dicho, a una misma persona: Pokey Burke, el contratista que desaparece del mapa dejándolos a todos tirados. «Es curioso, porque cuando escribí la novela mi trabajo era procesar a gente como Pokey, conseguir que acabasen en los juzgados», relata mientras lamenta que, a pesar del costalazo,no se haya aprendido nada. «Los precios están explotando de nuevo y tenemos al frente a un gobierno liberal que insiste en que libre mercado resolverá unos problemas que no hacen más que intensificarse a cada día que pasa».

Un panorama que, algo es algo, ha propiciado que emerjan nuevas voces literarias como la de Colin Barrett o el propio Ryan. «Es triste decirlo, sí, pero el único beneficio es que los escritores tenemos algo sobre lo que escribir. Hubo un momento, entre 2009 y 2010, en que pensamos que todo lo que ocurrió redefiniría el país y nos convertiríamos en una democracia social en la que lo más importante sería la paz y la justicia, y no el libre mercado. Pero no. En Dublín se están construyendo apartamentos para empleados de Apple en vez de pisos sociales. Es de locos», destaca.

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