David Trueba, fotografiado delante de una máquina de escribir Olivetti, en una librería de Madrid
David Trueba, fotografiado delante de una máquina de escribir Olivetti, en una librería de Madrid - EFE

David Trueba: «La gente tiene miedo a ser rechazada de manera brutal por la sociedad»

En «Tierra de campos», su última novela, traza el incierto destino de una generación que lucha por conservar sus valores

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Hace unos años, cuando aún no se había divorciado, David Trueba (Madrid, 1969) planeó un viaje con sus hijos. Era un fin de semana largo. Un puente de esos en los que a media España le da por coger aviones y a la otra media por tirarse a la carretera. El overbooking hizo de las suyas y el grupo se quedó sin plazas en el vuelo. Con un destino incierto, Trueba habló con la azafata de la compañía aérea y, sin saber muy bien cómo, logró billetes para el avión que despegaba en una hora.

Bueno, sí sabe cómo. Fue la fama. Pero no la suya. La de su padre. Y no esa fama a la que nos han acostumbrado los programas que trafican con vidas propias y ajenas, sino la que tiene que ver con la bondad de las personas.

Aquel episodio, que tuvo un final feliz, despertó en el Trueba escritor una historia que, tiempo después, se ha materializado en «Tierra de campos» (Anagrama), su última novela. En ella, Dani Mosca, músico de éxito y padre recién separado, emprende un camino de regreso hacia el pueblo de su padre para enterrarle como su progenitor habría deseado… o no.

La lectura que hago al terminar la novela es que hay una determinada generación en España que no tiene tierra firme que pisar, que no tiene raíces.

Eso es, exactamente. Nosotros no tenemos tierra a la que nos vayan a llevar. Ya sea porque hemos crecido en la ciudad o porque nos la han quitado de debajo. Lo único que hay son las cosas que has hecho, lo que has dejado en el territorio de tu oficio, de tu familia, de tus seres queridos, de tus ideales. Esa es la tierra a la que perteneces. Los ideales tienen la tendencia a ser destruidos por las personas, porque no sabemos encarnarlos. Pero no importa. Los ideales están rotos, son inalcanzables, pero son el motor.

Y, al escribir, ¿descubrió a qué se debe esa falta de sustrato?

Quizás es una pregunta sin respuesta. No lo hemos perdido porque lo hayamos desperdiciado, porque hayamos sido peores que nuestros padres. Lo hemos perdido porque el tiempo que nos ha tocado vivir es así.

Entonces, ¿hacia dónde vamos?

Tenemos que encontrarnos los seres humanos otra vez, dejar de hacer un mundo contra nosotros, contra nuestra biología, contra nuestra moral, contra nuestros principios. No es posible seguir así. Tenemos unos avances increíbles, pero no hemos solucionado los problemas de la Edad Media. Ahí es donde nosotros nos tenemos que sentir humillados.

Lo que pasa es que el destino de nuestros padres era suyo, pero el nuestro… tengo mis dudas.

Ha habido un cambio de paradigma de lo que nuestros padres consideraban éxito y lo que nosotros consideramos éxito. Lo que nosotros nos hemos inventado como éxito es insatisfactorio.

Para usted, ¿qué es el éxito?

Seguir dedicándome a lo que me gusta y seguir feliz de que un día más amanezca.

Es muy difícil llegar a esa conclusión cuando vivimos en un mundo donde todo es efímero y está basado en lo material.

Sí, porque vivimos muy deprisa. Es un mundo que nos ha dado mucho, pero nos ha generado mayor ansiedad. Las cosas se consumen muy rápido y el ser humano inmediatamente quiere la siguiente.

Lo dice el protagonista: «No tienes una carrera, simplemente corres».

Claro, lo ves en mucha gente. Hay una falta de reflexión terrible, que tiene mucho que ver con la equivocación de los valores. El gran error está en no tener vida interior. Por eso cuando me preguntan por las redes sociales digo que no tengo nada en contra de ellas, salvo que alguien crea que esa es su vida.

Y hay mucha gente que ya lo cree.

Eso es. Esa es su vida exterior, porque está basada en una cosmética. ¿La interior dónde está? ¿Adónde quiere llegar el tipo que fotografía el plato que se está comiendo?

¿No le da miedo que esa sea la vida que les espera a sus hijos?

Sí, trato todo el rato de recordarles lo que ha hecho feliz a su padre, entender que el fracaso no es tal, que la vida ofrece un montón de oportunidades para sentirte satisfecho y no permanentemente desgraciado, ninguneado. Yo también aprendo de ellos, les veo y pienso que quizás nosotros nos hemos distraído más que ellos. Del siglo XX es aquel que tenía quince años en el siglo XX. No puedes evitarlo, es que tienes todavía un pie en tus recuerdos.

Yo no creo que haya que evitarlo, es algo bueno.

No, no, claro, lo peor es que traicionemos lo que somos para ser la más moderna. Podemos tener una resistencia, porque hemos conocido otra cosa.

El problema es que si opones resistencia…

Es horroroso.

Te sientes rechazado, estás fuera de la sociedad. Por no mencionar el ámbito laboral. Ahí ya eres un dinosaurio sin oportunidades.

Yo lo he visto claramente con los medios de comunicación. Han querido ser lo que no son.

Y ahora ya no saben lo que son.

Ahora han perdido el cariño hasta de los que estaban dispuestos a seguirles, porque han equivocado absolutamente lo que son. Están totalmente equivocados. Uno no puede negar su naturaleza. La tecnología te hace equivocar la esencia de las cosas, porque tecnológicamente tú tienes acceso a unas cosas, pero la esencialidad de esas cosas es otra.

¿Es vertiginoso el momento en el que dejas de ser hijo para convertirte en padre?

Sí. Es un momento que llega accidentalmente. Cuando nacen tus hijos empiezas a completar lo que te faltaba de la imagen de tu padre, que era el otro prisma, el de cómo él te veía a ti. En el fondo, es una metáfora sobre el mundo de la literatura: ese ejercicio de girar un poco la mirada de la gente para hacerla más poliédrica. Estamos tan metidos en nosotros mismos que hay muy pocas ocasiones para salir.

Volvemos al problema de la tecnología: cada vez nos relacionamos menos en persona.

Claro, claro. Por no hablar de los «followers». Tú te dedicas a un oficio y estás tratando de crear un público permanente que te aprueba; entonces, acabas siendo un adulador del público, que es la peor cosa que un artista puede llegar a ser. Veo mucha adulación, mucho miedo a no ser el más popular. Lo que quieres es lectores, gente con la que te puedas relacionar de tú a tú.

Pero incluso la industria editorial se ha desvirtuado en ese sentido.

Todas, todas las industrias culturales. Cada semana, llegan unas novedades que arrasan con las que hay, sin que haya dado tiempo para que lleguen a la mesa. Para hacer la resistencia necesitamos fabricar lectores.

¿Y cómo se fabrican lectores?

Como escritor, considerándolos a tu mismo nivel, hablándoles como personas inteligentes, no traficando con ellos. Como sociedad, incidiendo en la educación. Estamos dando pasos hacia atrás. Me da igual lo que diga el informe PISA, pero si unos padres se pegan, a puñetazos, en el partido de sus hijos, eso no es un buen síntoma. No existe la democracia con personas no preparadas, es un sistema criminal, cuando está en manos de personas egoístas, que no han tenido la capacidad de conocer, de empatizar.

¿Vamos en ese camino?

Se está deshumanizando la sociedad. Se ha dado una tormenta perfecta, se han desactivado los discursos religiosos, que de alguna manera moderaban los instintos.

La sociedad está cada vez más polarizada.

Claro. Y por ahí no vamos bien. La deshumanización de la sociedad viene porque no se transforma a las personas, se les deja huérfanas. No se pueden depositar sobre el perro los valores que depositabas sobre tu familia. Dejemos de equivocar las prioridades.

Pese al diagnóstico, en su mirada veo que es optimista.

Sí, lo soy. Es el problema eterno de la sociedad. El ser humano tiende a adecuar los instrumentos al uso debido. Lo que ha ocurrido es que ha llegado una revolución y no estábamos preparados para ella. El hombre tiene una capacidad de adaptación increíble. No podemos tirar la toalla, porque entonces tiramos la bomba atómica.

Quizás estemos faltos de modelos.

No, los hay. Lo que hay es un interés por desprestigiarlo todo.

¿Usted tiene modelos?

Sí, los tengo. Yo no creo en las vidas de santos que me hacían leer cuando era pequeño.

Con lo aburrida que es la perfección, para la literatura, para el cine… para la vida.

Totalmente. Además, creo que es lo bonito del ser humano, que no somos perfectos. La vida de un santo no me sirve. Me sirve la vida de una persona que comete errores, pero es capaz de generar esplendor en algún momento. Necesito creer que el señor que está escribiendo un libro se está matando por hacer el mejor libro, que el señor que está haciendo una película está buscando una como las que cree que son imbatibles.

Y le da igual que el IVA esté al 21%...

Le da igual todo. Y lucha contra eso también, si hace falta. Porque otra cosa en la que no creo es que haya que callarse. No estoy de acuerdo con esa idea de «No te metas en problemas».

Pero yo creo que en España no hay esa mentalidad.

Hay un poco de miedo ahora. Hay una especie de unanimidad externa que hace que la gente tenga miedo a ser rechazado de manera brutal por un conjunto de la sociedad. Todo ese control nos ha impuesto terror a equivocarnos, no vaya a ser que lo tengamos que pagar toda la vida. ¡Sal ahí, equivócate, di lo que creas que tengas que decir! Ahí hay cierto conservadurismo del malo. Tenemos que arriesgar. A mí no me sirven de nada los libros anteriores, tengo que hacer nuevos y tengo que matarme por buscar otra cosa. Estoy preparado para no ser el modelo de nadie, porque no lo puedo ser.

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