Carmen Balcells
Carmen Balcells - efe

Una época de la literatura

El escritor chileno escribe sobre la muerte de Carmen Balcells, la agente literaria que hizo posible el «boom»

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Carmen Balcells ( fallecida ayer en Barcelona a los 85 años) fue uno de los grandes personajes que he conocido. Descubrió los mecanismos más delicados, más complejos, de la edición moderna, pero fue mucho más allá. Amó la literatura a su modo, sin prejuicios, sin complejos, y fue una lectora excepcional. La gran ventaja de pertenecer a su agencia consistía en ser leído por ella, en que ella hiciera la primera o una de las primeras lecturas de los manuscritos que uno le entregaba. Entendía el texto de inmediato, de manera sencilla, fuerte, directa, sin complicaciones inútiles, con toda la sutileza y toda la sensibilidad necesarias. Conocía mejor que nadie al personaje complicado, casi siempre disimulado, a menudo defensivo, del escritor, y sabía tratarlo.

Podían ocurrir muchas cosas en una conversación con Carmen, pero lo más importante de todo era que uno salía de su oficina de la Diagonal de Barcelona con ánimo, con más seguridad, con fuerza para seguir escribiendo.

Me encontré con ella en Barcelona, en Madrid, en Lima, en Santiago de Chile. Era una observadora certera y no tenía pelos en la lengua. Había gente que tomaba tranquilizantes antes de reunirse con ella. Pero esa gente se equivocaba. Había que reunirse con ella para adquirir una visión más serena, más equilibrada, más amplia del mundo. Porque Carmen tenía una inteligencia rápida, penetrante, y además de eso una especie de sensatez campesina. Sabía descubrir lo esencial de los problemas y proponer salidas. Era dura, implacable, y negociadora, componedora.

La conocí a mediados de la década de los sesenta en una escalera de la Editorial Seix Barral, en la calle Provenza de Barcelona. Había trabajado en una oficina de comercio internacional y después en la secretaría de Carlos Barral, donde todo el mundo pasaba y donde todo podía ocurrir. Comprendió a fondo a los escritores de la generación española de los años cincuenta, a Barral, a Jaime Gil de Biedma, a Juan Benet, a los Goytisolo, a José María Castellet, a Juan Marsé, a todos ellos, y después entendió el tema de los escritores de América Latina, el de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, el de José Donoso y Pablo Neruda. Y tenía un gusto y hasta un olfato particular por los manuscritos: los manuscritos de Carmen, que no sé dónde han ido a parar, deben ser los mejores, los más completos, de la literatura contemporánea.

No digo sólo española. Es difícil imaginar una pasión más viva, más consecuente y coherente. Carmen sabía darle grandeza, interés, sentido, a su pasión literaria. Una vez me contó que escribiría un solo libro, y que sería un libro sobre los esfuerzos y el dinero que gastan los novelistas para escribir sus novelas. En otras palabras, sabía mirar a sus amigos novelistas como consumidores extravagantes, como derrochadores creativos. En la conversación era capaz de sacar a relucir una risa extraordinaria, una gracia interna. Era, en algún sentido, quijotesca, atrabiliaria, fantasiosa, pero nunca le faltó el gracejo sanchopancesco. Fue una época de la literatura, y lo único que tiene sentido, ahora, en la creación literaria, en la edición, en el manejo cuidadoso y a la vez ambicioso de los libros, es tratar de recuperar ese tiempo, ese clima único. Aunque hoy parezca imposible.

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