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Eurovisión 2017Portugal da una lección a España: se puede ganar Eurovisión si realmente se quiere

Salvador Sobral pulveriza todos los récords con una canción en portugués y libre de cualquier elemento escénico. Mientras, TVE sufre un nuevo varapalo que demuestra la desgana de la corporación pública y la necesidad de construir un nuevo proyecto

ENVIADO ESPECIAL A KIEV Actualizado: Guardar
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La victoria de Salvador Sobral en Eurovisión 2017 es histórica. El portugués consiguió anoche en la final celebrada en Kiev el récord de puntos del concurso y ha llevado a su país a la victoria por primera vez tras 48 participaciones. Pero el triunfo del joven lisboeta supone algo mucho más trascendental para el propio festival: libera al certamen de los clichés y prejuicios elevados a mito popular sin fundamento sobre los procesos y límites de un concurso que de nuevo vuelve a sorprender frente a aquellos que se empeñan en verlo como algo predecible, encorsetado y añejo. Salvador Sobral ganó con una canción en portugués, con un único vecino que podía brindarle puntos y con ningún otro recurso escénico que no fuera la delicadeza y brillantez de esa poesía lírica que ayer regaló a toda Europa. Queda demostrado así que en Eurovisión no gana siempre el inglés, ni la apuesta más freak, ni el país con más voto vecinal. Gana el mejor, por mucho que algunos consideren que en el longevo festival todo queda supeditado a cuestiones políticas, geográficas o meramente extravagantes.

El recorrido comercial de "Amar pelos dois" será limitado, aunque hoy se haya colado en los tops musicales de varios países, pero su triunfo es un regalo para la credibilidad de un certamen que goza de buena salud y que cada año obtiene mejor audiencia. Salvador Sobral encarna al antidivo que enamora y contagia por su bella simpleza de hacer llegar al corazón. Su apoyo en el jurado fue absoluto, pero el televoto también estuvo de su lado cuando los pronósticos auguraban lo contrario. Si se canta con el alma y elevas tu actuación a un momento de solemnidad mayúsculo, no hay barreras lingüísticas o culturales que puedan resistir a ese torbellino de emociones que transmite el viejo arte de la música.

Portugal, el país más vilipendiado y olvidado del concurso hasta ayer, ha dado una lección a España. Tras ausentarse del festival de 2016 por cuestiones económicas, la RTP reformuló su tradicional Festival da Cançao y buscó compositores talentosos para romper la histórica racha negativa del país en Eurovisión. El efecto de dicha revolución no ha podido ser más inmediato. El karma, y no precisamente el del italiano Francesco Gabbani, ha hecho que en el año de su primera victoria España haya vuelto al farolillo rojo dieciocho años después de la debacle de Lydia en Jerusalén. El desastroso resultado es la evidencia más absoluta del descrédito de nuestro país en el festival, causado única y exclusivamente por la desgana y el desinterés con el que TVE ha tratado el festival en la última década. Nada justifica este desdén de las altas instancias de una cadena pública que se desangra en audiencia y que no cuida uno de sus productos más exitosos.

Ya no vale decir que Europa no nos quiere, que nunca va a ganar un país mediterráneo o que el idioma castellano es un escollo. El problema de TVE está en TVE y sólo ellos tienen el timón para virar el rumbo. La nueva jefa de delegación, Ana María Bordás, debe asumir Eurovisión como un reto personal y mejorar (no será difícil) el pobre bagaje de su antecesor. Es tiempo de seguir el ejemplo de países como Francia, Bulgaria o la propia Portugal y reformular el proyecto eurovisivo desde mañana mismo. No se nos puede olvidar que Eurovisión es un concurso que siguen cada año más de doscientos millones de espectadores en todo el mundo y los fracasos encadenados dañan nuestra imagen como país. Hay que empezar a romper moldes, ser creativos y buscar una fórmula exitosa que devuelva a España a un lugar noble. Tal vez el efecto de esa revolución no sea tan inmediato como el de Portugal, pero es obligación de TVE comenzar a poner los cimientos de ese futuro ilusionante.

Manel Navarro no tiene la culpa del último puesto de anoche. Su candidatura nació muerta bajo la polvareda de un escándalo mayúsculo en su elección como representante español. Las acusaciones de amaño dilapidaron su credibilidad y los últimos tres meses han sido un viaje a contracorriente donde ha carecido del necesario apoyo eurofán. El famoso gallo en el punto álgido de su actuación marca el horrible final de un representante que ha hecho un gran trabajo de promoción y se ha involucrado como nadie en un proyecto eurovisivo que quizá le quedaba grande.

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