Mayakovski en Moscú, obra de Damián Flores
Mayakovski en Moscú, obra de Damián Flores
ABC CULTURAL

El viaje como iluminación

Una cultura constreñida por fronteras no es cultura. Pero ni en los peores momentos de la historia los faros del arte y las letras estuvieron aislados, como nos demuestra la exposición «El viaje y el escritor»

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Vladimir Mayakovski fuma un cigarrillo en una estación de ferrocarril de Moscú. El suelo blanco de nieve, como el tejado del edificio que se adivina al fondo, coronado por chimeneas que se difuminan en el horizonte. El cielo color panza de burro a punto de descargar sobre la escena, sobre el poeta, pintor y dramaturgo revolucionario ruso, sobre el tren cuyos vagones están decorados con figuras de la lucha obrera y eslóganes del agitprop soviético que habría firmado el propio poeta. En segundo plano, un guardia bolchevique, pistolón al cinto, observa al padre del futurismo ruso, ese movimiento que repudiaba el arte estático del pasado, que quería arrojar a Pushkin, Tolstói y Dostoyevski por la borda del barco de la modernidad.

«Es uno de mis cuadros favoritos», reconoce el pintor Damián Flores (Acehúche, Cáceres, 1963). «Me gusta su espontaneidad -en realidad parece un apunte del natural-, la cartelería con caracteres cirílicos, la composición en forma de uve, las chimeneas con punta de flecha...». Flores es uno de los dos protagonistas del abrazo entre la literatura y el arte que supone El viaje y el escritor: Europa 1914-1939, que puede disfrutarse en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid (MAC), en el Cuartel del Conde-Duque, hasta el próximo 15 de octubre. El otro es el ideólogo de la muestra, Fernando Castillo (Madrid, 1953), historiador, escritor y comisario de exposiciones.

El viaje como forma de superar las trincheras de la oscuridad y la intolerancia en los peores momentos de nuestra historia, en mitad de las dos carnicerías que marcaron la primera mitad del siglo XX, de los ismos nacidos con el octubre ruso y la enajenación nacionalista que llevaron a Europa al infierno. El escritor como infiltrado en un territorio hostil, participando en proyectos culturales surgidos en ciudades diferentes, interactuando con otros colegas o, como en el caso de Mayakovski, promocionando la revolución llevando en la maleta sus poemas y afiches.

Un mosaico literario

Ahí están Rafael Alberti, María Teresa León, Franz Kafka, Joseph Roth, James Joyce, Cesare Pavese, Tristán Tzara, Corpus Barga, Paul Valéry, Max Aub, Mijail Bulgakov, Luis Cernuda, Ramón Gómez de la Serna, Julio Camba, Chaves Nogales o Fernando Pessoa, entre otros. «Un mosaico en cuanto a corrientes literarias y nacionalidades», afirma María Ángeles Salvador, directora del MAC, en el excelente (y gratuito) catálogo de la exposición, que incluye un ensayo histórico enriquecido con la obra pictórica. «Late un viaje», dice Salvador, «en el que la historia, geografía y fantasía confluyen en el descubrimiento, la expedición y la exploración: libros de viajes, itinerarios de peregrinos, manifestaciones epistolares, relaciones, diarios, cuadernos de bitácora, novelas (...) El viaje queda felizmente asociado a la figura del escritor».

Cada vez que Fernando Castillo pasea por la sala del museo en compañía interpela a su interlocutor.

-¿Cuáles son tus cuadros favoritos?

Kafka y Max Brod en Praga
Kafka y Max Brod en Praga - D. FLORES

Él suele detenerse en uno ovalado que muestra a Corpus Barga esperando en un andén parisiense, los brazos cruzados sobre el abrigo con las solapas subidas, mientras a su espalda un grupo de viajantes camina hacia el tren. Y también en el de Kafka y Max Brod en Praga que se ha utilizado como portada del catálogo. El amigo y albacea literario de Kafka -bigotillo chaplinesco, sombrero en mano- aparece en un discreto segundo plano. «Para estos personajes tenía pensado un decorado praguense nebuloso», comenta Damián Flores. «Pero al final me decidí por uno que parece sacado de La metamorfosis, con esa locomotora amenazante y un Kafka que se asemeja al Gregor Samsa de su relato».

«La realidad cultural de la Europa de entreguerras es el detonante para montar esta exposición», confiesa Castillo. «Podíamos haberlo hecho con artistas en vez de con escritores, pero habría funcionado peor. Queríamos evidenciar que en la larga guerra civil europea se pudo viajar y establecer relaciones no solo políticas. Tadeusz Peiper, por ejemplo, tuvo estrechos vínculos con España, ya que vivió en Madrid varios años junto con otros creadores polacos».

En tiempos convulsos el ferrocarril concedió a Europa un carácter de tierra de aventura

Según el comisario de la muestra, lo sucedido con la maleta de Peiper en la estación de Viena prueba la comunicación cultural entre ciudades que existía en aquellos tiempos convulsos. En 1921, el poeta, periodista y agitador social regresaba a su Cracovia natal después de siete años de ausencia cargado con libros, manuscritos, revistas, grabados y fotografías. Atravesaba una Europa cuya cartografía había cambiado, con nuevas fronteras y nuevos países.

Años después, para el periplo que habría de inspirar su libro Rumbo a Tartaria -tantas veces el viaje como engrudo de palabras-, Robert D. Kaplan utilizó mapas del siglo XIX, algunos del Estado Mayor del ejército austriaco, más coherentes con la realidad sociocultural de los Balcanes, Oriente Próximo y el Cáucaso.

Peiper llegó a Viena, que había dejado de ser imperial, última etapa antes de enfilar a Cracovia, ahora capital de la nueva Polonia. Y allí, probablemente en la estación de Westbahnhof, perdió su equipaje con toda la colección que había acumulado a lo largo de una peregrinación iniciada una década antes y en una Europa muy diferente. No se sabe si le causó más disgusto el extravío del material vanguardista o de los embutidos ibéricos que, con toda seguridad, formaban parte de la impedimenta.

Una Europa distinta, sí, pero lejana todavía a la globalización que convertiría sus ciudades en gigantescas colecciones de «no lugares» (un centro comercial, una habitación de hotel, una ronda de circunvalación... espacios intercambiables donde el ser humano es anónimo). Según el ensayista Marc Augé, la urbanización del mundo ha creado grandes metrópolis interconectadas por «filamentos urbanos»; juntas, constituyen una especie de «metaciudad virtual». Hace un siglo, a pesar de la hemorragia provocada por los totalitarismos, el filamento que unía a los grandes faros de la cultura europea -París, Berlín, Milán, Viena, Moscú...- era el ferrocarril, que le daba al Viejo Continente un carácter de tierra de aventura.

Mapa ferroviario

«Ningún otro medio de transporte ha tenido tanto atractivo literario y artístico», observa Castillo. «Todos los creadores han sucumbido a su fascinación, incluso en una época en que el avión y el automóvil (símbolos de velocidad y progreso) iban ganando terreno. Hace un siglo el mapa de Europa podía dibujarse a partir de sus vías férreas. Ahora, el mapamundi se dibuja con las conexiones de Facebook, pero está por ver la calidad de esa comunicación. La gente que se educa en internet no tiene criterio. Las viejas generaciones conocemos la textura y el sabor del pescado salvaje, pero eso no estará al alcance de nuestros nietos; el pescado de internet es de piscifactoría. Y, además, estar enganchado a las redes sociales no es viajar».

«La gente que se educa en internet no tiene criterio. Engancharse a Facebook no es viajar»

Y luego están las estaciones, templos de abrazos y adioses, de huidas y tragedias, catedrales de la modernidad, arquitecturas eclécticas cuya innovación viene más por el alarde técnico que por el diseño. «La estación es la única construcción que pone en contacto a todas las clases sociales», concluye Castillo. «Los aeropuertos no funcionan igual; bueno, salvo el de Casablanca, la película de Michael Curtiz, que era más estación que aeropuerto».

Hace tres años, Fernando Castillo propuso a Damián Flores una «conferencia plástica» sobre Gómez de la Serna, y así lo hizo, rodeado de sus cuadros. Allí se plantó la semilla de esta apasionante unión entre escritura y pintura. El artista empezó a finales de junio de 2016 El viaje y el escritor, hasta completar una treintena de óleos. «Hay pocas fotografías de ciertos autores, a veces solo retratos, así que tenía que imaginar los cuerpos y dotarlos de vida, como en el cuadro de la Generación del 27. Algunas estaciones han desaparecido, con lo que el diálogo entre el personaje y su entorno se complicaba».

Desde esos óleos de Damián Flores los escritores viajeros nos animan a hacer el petate y a leer, a sacudirnos el pelo de la dehesa, a no perder el tren de la vida, porque, como escribió el poeta japonés Matsuo Basho, «cada día es viaje, y el viaje en sí mismo es nuestro hogar».

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