Juan Manuel de Prada - Raros como yo

El último pirata del Mediterráneo

Manuel D. Benavides fue un escritor fervorosamente izquierdista y presto al ataque e incluso al libelo

Juan Manuel de Prada
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Detrás de todo revolucionario encontramos siempre un trauma infantil. En Manuel D. Benavides (1895-1947), gallego de Ponteareas, el trauma se lo causaron los «procedimientos pedagógicos de los escolapios», que según nos cuenta –con su querencia irrefrenable hacia el libelo– le procuraron «seis años de violencias y miedos inauditos». Hijo de un médico rural y tercero de siete hermanos, Benavides estudió sin demasiada convicción leyes en la Universidad de Santiago. La miopía galopante lo eximió del servicio militar; y los años de «estúpida bohemia, horas muertas en las tertulias literarias y discusiones baldías» provocaron que sus padres lo abandonasen a sus propios recursos.

Así lo encontramos en Madrid, donde obtiene un puestecito en Hacienda y se casa; pero el exiguo sueldo no le permite vivir, así que tiene que empeñar hasta las gafas y su mujer marcharse a vivir con sus padres, en un pueblecito de Jaén.

Allí Benavides, durante unas vacaciones, la deja preñada, mientras escribe su primera novela, «Lamentación» (1922), sobre las tribulaciones de un escritor primerizo. Luego vendría «En lo más hondo» (1923), una versión ful del «A.M.D.G.» de Pérez de Ayala. Desalentado por el fracaso, se traslada con su mujer a Barcelona, donde se emplea como corrector de estilo y traductor. Su suerte empieza a cambiar cuando consigue colarse como redactor en el semanario « Estampa». En 1928, además, obtiene un segundo premio para autores noveles convocado por ABC (por detrás de José López Rubio y… ¡por delante de Alejandro Casona!), con su comedia «El protagonista de la virtud», de humorismo corrosivo y un tanto escabroso, que sería estrenada en el teatro de la Zarzuela un par de años después.

Amenazas de muerte

En Benavides se está operando, entretanto, una metamorfosis interior que lo hace abominar de la literatura burguesa: «Mi camino no era el de narrador de las vidas de unos hombres que todo lo referían a sus minúsculas personillas». En 1932 se afilia a la Agrupación Socialista Madrileña; y en 1933 publica una de sus obras más valiosas, «Un hombre de treinta años», una especie de reportaje novelado, de claros tintes autobiográficos, en el que narra la evolución de un periodista sobre el telón de fondo del advenimiento de la República. Con ella, Benavides se suma a la moda de la novela-crónica, a la manera de Chaves Nogales o Ramón J. Sender.

Al año siguiente, publicaría la obra que le brindaría mayor celebridad, « El último pirata del Mediterráneo», una biografía sensacionalista del financiero Juan March (recientemente exhumada por Ediciones Espuela de Plata, con prólogo de José Luis García Martín) que habría de provocar gran polvareda, pese a que todos sus protagonistas aparecían bajo nombre ficticio. Además de amenazar de muerte al autor, March se esforzó por hacer desaparecer el libro, comprando todos sus ejemplares, y así una edición tras otra, hasta quince. Sólo en la edición final, que se hizo en Barcelona en 1937, Benavides se atreverá a sustituir los nombres ficticios.

En «El último pirata del Mediterráneo» se nos ofrece un retrato en verdad pavoroso de March, al que Benavides atribuye sin rebozo los crímenes más sórdidos (contrabando y fraudes a la Hacienda, pero también asesinatos de competidores y estupros viles), además de pintarlo como un depredador sexual sifilítico. Aunque, tal vez, los vituperios más atroces los reserve Benavides a Alejandro Lerroux, «un republicano que se vendió a la monarquía». Tampoco resultan ilesos Santiago Alba y el mismísimo Alcalá Zamora, cuyo catolicismo «pompier» resulta concienzudamente vapuleado.

Benavides escribe con pluma biliosa, hasta completar la radiografía de un vitando March que recuerda a los archivillanos del cine expresionista, una suerte de doctor Mabuse homicida y falsario que compra por igual ministros y periódicos, que pone de rodillas lo mismo a Tabacalera que a Campsa y utiliza España entera como finca de sus desmanes.

Galdosiano

Firme partidario de la Revolución de Asturias, Benavides pasará una temporadita en la Cárcel Modelo, antes de exiliarse en París, donde publicará en 1935 «La revolución fue sí (Octubre rojo y negro)». Rehabilitado tras la victoria del Frente Popular, llegaría a ser comisario de la flota republicana durante la contienda civil. En 1938 asistió con Bergamín y Quiroga Pla a la Conferencia Extraordinaria de la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, antes de exiliarse definitivamente en México.

Allí trabajará como secretario de redacción de la revista « Reconquista de España» e iniciaría una serie de novelas sobre la Guerra Civil que se pretendían unos nuevos episodios nacionales a la manera galdosiana; por supuesto, en ellos Benavides no rehúye el tono panfletario y los chafarrinones más tremebundos. Llegaría a publicar en vida «Los nuevos profetas» (1942), «La escuadra la mandan los cabos» (1944) y «Guerra y revolución en Cataluña» (1946). Póstumamente, Renacimiento publicaría su cuarto volumen, « Soy del 5º Regimiento», que nos narra con vigor y electrizante estilo cinematográfico los primeros combates en la sierra de Guadarrama y los fatales titubeos iniciales del gobierno republicano.

Militante socialista durante su exilio mejicano, Benavides terminaría afiliándose al Partido Comunista, tras la definitiva ruptura entre los partidarios de Negrín e Indalecio Prieto. Y es que todo atisbo de moderación le había olido siempre a chamusquina burguesa.

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