Andrés Ibáñez - Comunicados de la tortuga celeste

Todos somos mendigos

Seguramente Bob Dylan no sea un gran poeta. Pero el Premio Nobel que le han concedido –por extraño y arbitrario que sea– sirve sin embargo para hablar de la necesidad de un arte que nos toque el corazón

Andrés Ibáñez
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El gran director de orquesta Carlos Kleiber solía decirlo a menudo: «Todos somos mendigos». Uno puede preguntarse qué quería decir con eso cuando dirigía a las mejores orquestas del mundo y a los mejores cantantes del mundo en los mejores teatros de ópera del mundo, pero ¿acaso no es evidente? Porque a pesar del aparente esplendor y de nuestros logros y de nuestro deseo ansioso de mostrarnos triunfantes ante nuestros amigos aun en las cosas más nimias, todos somos en el fondo mendigos, y los grandes y poderosos de la tierra lo son también. Recuerdo ese viejo texto chino en el que un miserable que vive en una cabaña dice que el emperador y él tienen lo mismo: cuando se duermen, ¿acaso no tienen los dos un techo sobre su cabeza? Y cuando llueve, ¿no ven caer la lluvia por la ventana? Y cuando tienen sed, ¿no beben agua los dos? Sí, cuando nos metemos en la cama y cerramos los ojos, ¿acaso no somos todos iguales? Cuando envejecemos sentimos dolor y cuando miramos a nuestros hijos sentimos un amor tan agudo que nos hace llorar, y en eso, en el amor y en el dolor y en las lágrimas, todos somos iguales y todos somos en realidad mendigos como Carlos Kleiber dirigiendo a la Filarmónica de Viena o como el viejo del apólogo chino que se sentía tan afortunado como el emperador.

He de decir que llevo varios días intentando escribir un artículo para defender que Bob Dylan no es en absoluto un buen poeta y que el premio Nobel que le han dado es un disparate, pero todo el tiempo sentía que había algo equivocado en ese artículo, algo vagamente vengativo, algo desenfocado, y aunque lo leía y me parecía que mis argumentos eran irrefutables yo sentía que ese artículo no era en absoluto necesario para el mundo porque en realidad, creo yo, todo el mundo sabe perfectamente que Bob Dylan no es un escritor sino un músico de rock y porque todo el mundo que se moleste en leer sus letras verá que, a pesar de sus ocasionales aciertos y sus indudables toques de belleza, como poemas no valen mucho y que no hay ni una sola de sus letras (con la probable excepción de « Desolation Row») que pueda leerse de principio a final como un poema redondo, pero como esto todo el mundo lo sabe y sin duda los miembros de la Academia sueca lo saben también, la razón para darle el premio Nobel a Bob Dylan debe de haber sido otra muy distinta que reconocer sus méritos literarios.

La nostalgia y la puntada

Al leer los testimonios entusiasmados de tanta gente a raíz del premio me daba cuenta de que en realidad, por mucho que algunos de ellos afirmaban que es «un gran poeta» o incluso uno de los mejores poetas que habían leído, a nadie le importaba mucho nada de eso y que lo que de verdad les importaba eran los recuerdos que Bob Dylan y sus canciones y su época representaban para ellos, la nostalgia y la punzada en el corazón que todas esas canciones les traían, y entonces me ponía yo a pensar que en realidad todos somos mendigos y todos somos muy pobres y todos estamos bajo la lluvia y tenemos miedo y que todos necesitamos sentir que nuestra vida tuvo sentido y todavía lo tiene y que a pesar de todo, de esta desesperanza, de esta preocupación, de esta frustración constante, estamos vivos ,y que todos deseamos un arte que nos toque el corazón, algo que muchas veces el arte no se molesta en hacer. Y ni siquiera sé si esta última frase es correcta, pero así la dejaré porque es muy tarde, estoy muy cansado y no soy más que un mendigo cansado que mira a través de su ventana la negrura infinita de una noche sin luna.

Los mendigos se alimentan de pan y de lluvia, y las flores son sus únicas joyas. Y debe de ser verdad, entonces, que todos somos mendigos porque no hay nada que tenga más luz que las flores, incluso las flores silvestres, nada que tenga colores más intensos que una amapola o que una caléndula, nada más hermoso que «la superficie de cristal» de un río, dice John Clare, otro poeta que no era un millonario mundialmente famoso como Bob Dylan sino un simple peón campesino que escribía con faltas de ortografía los poemas más bellos del mundo y pasó muchos años recluido en asilos para lunáticos, pero eso era en el siglo XIX cuando no existía el premio Nobel y cuando aunque hubiera existido jamás se lo hubieran dado a John Clare.

A nadie le interesa mucho Bob Dylan como poeta, sino los recuerdos que él y sus canciones y su época representan

Las canciones y las letras y el personaje de Bob Dylan no tocan en mí ninguna fibra especial. No es uno de mis ídolos, pero tengo un gran amigo que cuando teníamos veinte años estaba siempre cantando canciones de Bob Dylan y todos estos días, leyendo a Bob Dylan e intentando escribir mi artículo pedante e innecesario, he estado pensando en él, cuando viajábamos por Europa y estábamos en París o en Viena o en Copenhague y él sacaba su guitarra y se ponía a tocar « Mr. Tambourine Man», que parece la canción de un juglar callejero, porque eso es lo que evocan las canciones de Bob Dylan, un arte callejero, espontáneo, joven, siempre joven, como en uno de sus poemas más hermosos.

Quizá este Nobel tan extraño y tan arbitrario lo que intente decirnos es que en este momento de la Historia de la humanidad y de la Historia del planeta no necesitamos más construcciones intelectuales sino más corazón. Y que la literatura, que comenzó en la canción, debería regresar a la canción.

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