LIBROS

El secreto de Sherlock Holmes

Feliz recuperación de «Los secretos de San Gervasio», novela de Carlos Pujol en la que el célebre detective vive una singular aventura en tierras barcelonesas

Basil Rathbone (en la imagen) dio vida a Sherlock Holmes en catorce películas
Carmen R. Santos

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«La remota queja que venía del Támesis parecía un lamento desgarrador de la ciudad insomne. Londres no aguantaba aquellas temperaturas, el corazón del Imperio solía ser más bien frío». A ese lamento se une el de John H. Watson, inseparable compañero de Sherlock Holmes, en una noche de un tórrido verano de 18 84. Tórrido e inusual en tierras británicas, como lo será la singular aventura del más célebre de los detectives que comienza esa noche.

El escritor, traductor y crítico literario Carlos Pujol (Barcelona, 1936-2012) nos la sirve en «Los secretos de San Gervasio», la deliciosa novela que ahora recupera Menoscuarto, a los veinticinco años de su publicación originaria, con un atractivo prólogo de Andrés Trapiello . En 221 Baker Street, donde se ubica la mítica casa del inmortal personaje creado por Conan Doyle -quien también se asoma a estas páginas- irrumpen a una hora intempestiva las hermanas Vilumara. Han venido desde Barcelona y, cargadas de ansiedad y de súplica, le explican a Holmes que solo él podrá desentrañar la desaparición de su padre , don Pelegrín, un acaudalado fabricante de tejidos.

Elegante ironía

Para la misión viajará a San Gervasio, uno de los distritos más grandes de la Ciudad Condal, donde don Pelegrín parece haberse evaporado, y sus hijas se temen lo peor, sospechando de su tío don Cayetano. Sherlock Holmes no ve claro el asunto, pero acepta el encargo y él y su escudero, el doctor Watson -voz narradora en primera persona de la historia- , parten rápidamente a Barcelona. Allí, en sus pesquisas, entrarán en contacto con un ambiente y unas costumbres que les chocan pero que no dejan de producirles curiosidad e incluso cierta fascinación, y con variopintas y un punto extravagantes figuras. Al final del libro se incluye un «Dramatis Personae», repleto de ironía.

Esa ironía que Carlos Pujol maneja con elegante inteligencia en toda la novela, junto a un dominio de la trama , pues conoce muy bien los resortes de un género que es «un juguete para mayores», al que sobre todo hay que pedirle «que divierta y que funcione bien», confiesa, en su sustancioso ensayo sobre la novela policiaca que cierra el volumen. El autor catalán -que retomará al detective en los cuentos que forman «Fortunas y adversidades de Sherlock Holmes» (Menoscuarto, 2007)- consigue con creces ambas demandas.

Y no solo eso. Además de deleitarnos con un estilo preciso, donde sobresalen descripciones alejadas de tópicos, nos brinda un Sherlock Holmes más humano y más cerca del común de los mortales. Y nos descubre su secreto quizá mejor guardado: «Es la vida la que disparata, Watson, eso es lo triste». Frente a lo imprevisible, sinuoso, caótico de la existencia y del ser humano, Holmes se pertrecha con la fría lógica. Pero no siempre es posible escapar del torrente.

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