MÚSICA

Sabina, hay canciones que conocen nuestros secretos

Sabina y Benjamín Prado, el autor de este artículo, han escrito juntos muchas canciones. Nadie como él para decir que el cantante tiene lo que Paul Valéry le pedía a un buen poeta

Durante su último concierto en Madrid, el pasado día 6 de junio Isabel Permuy

BENJAMÍN PRADO

Joaquín Sabina es tan de mi familia como de la de ustedes, sean quienes sean, aunque yo lo conozca desde hace treinta y siete años y la mayoría de quienes lean este artículo sólo puedan haberlo visto de lejos, sobre un escenario, en una pantalla de televisión o en una fotografía. Eso ocurre porque aparte de delgado es transparente, es como es y, además, lo parece. El resultado es admirable y muy poco común entre nosotros: e s un héroe nacional, un artista sin partido y compartido , para el que no son un inconveniente los gustos, las edades o las ideologías, un poeta con banda que es de casi todos. No hace falta más que ir a uno de sus conciertos, para comprobarlo.

Además de ser un poeta, e n cuya casa hay infinitamente más libros que discos y donde, por lo general, se habla siempre de literatura y escritores y sólo a veces de música, también sabe la diferencia entre un poema y una canción, porque además de venir de César Vallejo y Pablo Neruda, viene de Georges Brassens, Bob Dylan y José Alfredo Jiménez. Si no lo hubiera sabido, no habría llegado tan lejos y a tanta gente tan distinta.

Pareja de boxeadores

Hemos escrito juntos muchas canciones -«Cuando aprieta el frío», «Esta noche contigo»…- y dos discos enteros, «Vinagre y rosas» y «Lo niego todo», y sé de primera mano de qué manera trabaja, su modo de construir sus letras con una mezcla de paciencia y exigencia, su búsqueda de las mejores palabras en el mejor orden, que es la cualidad que le pedía Paul Valéry a un buen poema. Si se trata de escribir, con él no se hace un dúo, sino una pareja… pero de boxeadores, porque a la hora de construir una estrofa o solucionar una rima, no deja verso sin pelea, ni adjetivo sin combate.

Desde que lo conozco, nada le gusta tanto como estar rodeado de autores que admira, reírse con las anécdotas del mundillo literario y recordar sus textos: tiene una memoria prodigiosa. Al principio, en los años ochenta del otro siglo, el protagonista era Rafael Alberti , y cada vez que lo llamaba para quedar a cenar con el maestro, ese viernes o sábado los marcaba en rojo, como días de fiesta. Salimos infinidad de veces, hicimos algunas lecturas juntos y creo que en esas ocasiones sí que era muy feliz este hombre al que le cuesta tanto serlo.

Luego vino Ángel González , y la amistad con él fue grande, íntima, estuvo llena de momentos inolvidables: nunca se me olvidara el modo en que lo lloraba, en su capilla ardiente. A Gabriel García Márquez lo trató de tan cerca que alguna vez se lo llevó de regalo al cumpleaños de una amiga. Y luego estamos los de siempre, los que veraneamos en Rota: Almudena Grandes, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes… Allí nos reímos, estamos casi todo el tiempo juntos, hacemos poemas a varias manos y tocamos canciones hasta el amanecer. Es nuestro paraíso.

Creo honradamente que Joaquín Sabina ha escrito l as mejores canciones de nuestro idioma, auténticos himnos , y que lo son por su belleza y su destreza, su inteligencia y su ingenio, sin duda, pero sobre todo por su capacidad para contar historias que nos resumen a todos. Sus canciones unas veces son un autorretrato y otras una foto de grupo , pero en los dos casos son una radiografía. Lo que importa de una obra no es lo que cuente de su autor, sino de sus oyentes, y él las escribe disfrazado de ellos, aunque después las cante vestido de sí mismo, con su bombín y el resto del vestuario. Sus canciones más redondas no te hablan, te dan voz; no te dan explicaciones, te dejan explicarte; y eso es algo al alcance nada más que de los mejores.

Admiración verdadera

Hay algo que pienso de quienes admiro de verdad, y es que el mundo sería peor sin ellos. Mucho peor. Si no hubieran existido, tendríamos que habérnoslos inventado, igual que al Quijote, Don Juan Tenorio o el Lazarillo, y aquí me echo a un lado y les dejo que apuesten a qué dos de esos personajes se parece Sabina. Es un juego, todo lo es.

En este mundo lleno de cámaras y redes, que te conozcan es sencillo, tanto como lo es que te olviden o te sustituyan por el siguiente de la lista. Pero que te respeten, no es tan fácil , y sobre todo si es durante cuarenta años, como a él. Te puede gustar más o menos, pero sólo eso. Sus canciones conocen nuestros secretos. De ellas, no te puedes esconder.

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