Una de las obras de la serie «Poets» (2016)
Una de las obras de la serie «Poets» (2016)
ARTE

Roig, con la cabeza llena de imágenes

Sin ser una retrospectiva, «Cuidado con la cabeza», en Alcalá 31, es una muy buena exposición a la hora de condensar todos los intereses de Bernardí Roig en las últimas décadas

Madrid Actualizado: Guardar
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Como indica el título, la cabeza es el motivo iconográfico central que guía el recorrido de esta exposición de Bernardí Roig (Palma, 1965), sembrada de calaveras y trofeos de caza, figuras encapuchadas y rostros desfigurados, seres decapitados o gesticulando, desfiguraciones y autorretratos. Pero no es el único eje de lectura, pues la violencia contra el cuerpo, las «Metamorfosis» de Ovidio y sus inopinados tránsitos entre lo humano y lo animal, o el motivo de la ceguera, salpican también este itinerario que ofrece una sucesión de escenas donde pararse a contemplar un mundo anómalo, turbador y, si no estuviera vaciado en moldes de blanco impoluto, bañado en plata o pudorosamente escondido tras alguna cortina de terciopelo, seguramente también insoportable.

Son una veintena de piezas que, sin organizar una retrospectiva formal, sí que componen una suerte de panorámica sobre los intereses del artista a lo largo de las dos últimas décadas, así como del progresivo dominio de otras disciplinas que amplían el alcance de su discurso.

En cualquier caso, se trata de una lograda selección que nos aleja de los tópicos en que la escultura, las instalaciones y el dibujo de Roig han caído con cierta frecuencia en todo ese tiempo, llegando a ser visto en algún momento como la simple suma de George Segal con Juan Muñoz.

Argumentos en contra

Si el propio Roig ha dado ocasión para que esta simplificación se consolidara, la exposición ofrece los mejores argumentos en contra. Es cierto que ambos autores están, y cuando aparecen lo hacen de manera notable, desinhibida, pero también lo es que las citas a la larga tradición moderna y barroca del exceso, el accionismo vienés, el Teatro de la Crueldad o el de Orgías y Misterios, Nitsch, Rainer, incluso Darío Villalba, aparecen condicionando esa ecuación en exceso lineal.

Como se puede comprobar aquí, la obra de Roig construye un poderoso núcleo de alegorías que se encarnan en fragmentos y figuras reconocibles. La carne, el cuerpo, la cabeza, el rostro son los elementos que el arte recrea de manera obsesiva en su caso. Y ahí le tenemos, en una de las piezas centrales de la exposición, rapada la cabeza y afeitado al comienzo de un año, donde día a día el artista se fotografiará en su paso del asceta al eremita, como si de un calendario de carne se tratara: el cuerpo se muere mientras crece el pelo (también el de los muertos lo hace, dice la creencia popular). O la amalgama indistinguible entre el hombre y el animal: desde la zoofilia a la mitología: el sátiro y la ninfa copulando, el centauro, Acteón… La «pequeña muerte» que hace crecer por un instante la vida, que la aumenta y la detiene.

En sintonía

La organización del montaje, sencillo y despejado como hacía tiempo no se veía en esta sala, va a facilitar al visitante la búsqueda de diálogos cruzados entre todas estas escenas. Y así, la propia arquitectura del histórico edificio de Antonio Palacios termina por funcionar como una inmensa cabeza. Con su modelo de planta en tres naves muy diáfanas y pisos abiertos a un patio central, iluminado cenitalmente por el amplio lucernario que lleva la luz desde el tejado, esta fenomenal carcasa es como un cráneo, una caja de resonancia donde se alojan las imágenes y las ideas asociadas a la exposición.

Exposición que se completa en un par de puntos exteriores con sendas piezas. La primera, en las rejillas de ventilación del Metro que cada cual habrá de ir a buscar por las aceras cercanas a la entrada del edificio. Allí, en el subsuelo, permanece castigado el que sobresaltó a Diana, brotando su cabeza en forma de cuernos que crecen hacia la luz. La segunda, justo arriba, en las alturas de la fachada, donde resplandece el título de la exposición en formato de luminoso monumental. «Cuidado con la cabeza», nos advierte; pero, para enterarse, uno tiene que invertir el gesto instintivo de agacharla para protegerla, y no dejarse los cuernos.

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