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«Röhner», un puñetazo gráfico

El alemán Max Baitinger firma un cómic que apabulla por sus dibujos a la vez esquemáticos y complejísimos

Baitinger muestra los objetos en movimiento con efectos muy interesantes

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Al apartamento de un hombre encantado con su muy rutinaria y ordenada vida llega –casi sin previo aviso– un viejo amigo al que realmente no soporta . Por supuesto, Röhner es un gorrón, parlanchín y desorganizado, que viene dispuesto a quedarse una temporada como huésped. Esto, que podría ser el comienzo de una comedia (o de una película de terror psicológico), es, en realidad, la base de uno de los cómics visualmente más apabullantes de los últimos años , del que Fulgencio Pimentel hace una edición impecable.

En el fondo, « Röhner » sí que es una comedia. Pero el humor que Max Baitinger (Penzberg, Baviera, 1982) pone en las situaciones es soterrado, a veces negro, un tanto incómodo , reflejo de un protagonista neurótico, indeciso y algo mezquino, capaz de pinchar ligeramente el colchón hinchable de su inaguantable huesped para fastidiarle el sueño. Y este humor se resuelve y se apoya en unos dibujos a la vez disparatados y matemáticamente precisos .

Espacios alterados

Los objetos se esquematizan hasta convertirse en signos, mientras los personajes –inicialmente esquemáticos y de pocos rasgos– se deforman hasta lo grotesco . Baitinger juega con los planos, captura el tiempo mediante la repetición de elementos, altera la geometría para que los espacios se adapten a la ansiedad del protagonista y mezcla los desvaríos de este y la realidad. Aunque una descripción mucho mejor de esta novela gráfica la da el propio Röhner en una viñeta de lo más metarreferencial: «Con tan pocos trazos es capaz de hacer... unos dibujos tan... Son... uh... un pepino».

Hay viñetas realmente deslumbrantes, de las que hacen que tengas que quedarte mirándolas un par de minutos antes de dejar el cómic para no marearte. Por ejemplo, la doble página en la que Röhner por fin aparece: en la página izquierda, el protagonista (en calzoncillos y con los zapatos de Röhner puestos como guantes en las manos, larga historia), en medio de una proyección circular perfecta de toda su sala de estar, como mirándonos desde el fondo del pozo en el que se siente atrapado, rodeado de objetos familiares que la presencia del huesped deforma y extraña ; en la derecha, la cara de Röhner llenando toda la página, inhumana, inescapable, aplastante. Todo un puñetazo gráfico que te deja K. O. sin haber llegado siquiera al primer tercio de este cómic. Un auténtico pepino.

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