Ramón Mayrata, autor de «Fantasmagoría»
Ramón Mayrata, autor de «Fantasmagoría» - Óscar del Pozo
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Ramón Mayrata: «El fundamento esencial de la magia es el deseo de lo imposible»

Ramón Mayrata nos ofrece en su útimo ensayo «Fantasmagoría» un documentado y ameno recorrido por el universo de la magia, sus avatares y desarrollo

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Ramón Mayrata (Madrid, 1952) no se dedica profesionalmente a la magia, pero confiesa que de vez en cuando sí ofrece algún espectáculo en privado. Lo que no resulta nada extraño teniendo en cuenta que, sin duda, es una de las personas más versadas en la materia. Escritor, conferenciante, profesor e investigador, el universo de la magia siempre ha estado ligado a su vida y a su obra. Así, en títulos como la novela «El mago manco», un singular «thriller» protagonizado por un no menos singular asesino a sueldo que decide convertirse en mago; los ensayos «Por arte de magia», donde explica una sesión de manipulación; «La sangre del turco», sobre los autómatas, o «Valle-Inclán y el insólito caso del hombre que tenía rayos X en los ojos», en el que enfrenta nada más y nada menos que al creador del esperpento con Harry Houdini.

Ahora en «Fantasmagoría. Magia, terror, mito y ciencia» (La Felguera) -que se presenta el sábado 13 de mayo en la librería madrileña Cervantes y Cía- comparte con los lectores todo su caudal de conocimientos en un libro muy documentado y de apabullante erudición, en la que se entrecruzan varias disciplinas (filosofía, arte, literatura, ciencia... ), pero con la virtud de verter todo ello en un estilo de enorme amenidad. Señala Mayrata que, no obstante, piensa seguir escribiendo sobre magia. Está claro, sin embargo, tras la lectura de «Fantasmagoría», que este trabajo, de interés para especialistas y profanos, está llamado a ser un referente inexcusable.

¿Cómo empezó su relación con la magia?

Es un mundo que siempre me atrajo, y parece que el azar vino a aliarse con esa atracción. Me independicé muy joven, con apenas diecisiete años, con el propósito de ser escritor. Mi primera casa fue una buhardilla, en la que mi compañero de piso era un mago extraordinario, Gabriel Moreno, a quien había conocido en un bar donde realizaba espectáculos de magia. Moreno era un personaje fascinante, que me enseñó y ayudó mucho. Después, he seguido manteniendo relación con numerosos magos. Hay que decir que en España existen grandes profesionales y que está creciendo el interés. Resulta muy significativo que no solo magníficos magos, como por ejemplo Juan Tamariz, actúen en teatros de la Gran Vía madrileña, sino que han ido surgiendo pequeños espacios, teatritos, para esta actividad, especializados en lo que se llama magia de cerca, que están alcanzando gran éxito. Y cada vez hay más sociedades de magia, que son instituciones que revisten algo muy peculiar. En ellas, la pasión compartida por la magia elimina clases sociales y edades, un adolescente y un anciano intercambian secretos, creándose un mundo muy particular. Y no olvidemos que uno de los primeros magos conocidos como tal es español.

«El nexo que a veces se establece entre magia y engaño es torticero. Los auténticos magos son artistas, no mercachifles del fraude»

¿Quién fue esa figura?

El catalán Dalmacio, o Dalmau, el Tortosino, quien tenía una extraordinaria habilidad con las cartas. Hasta tal punto que tuvo que convencer a la Inquisición de que sus prodigios eran producto de su destreza y no de potencias sobrenaturales.

¿En su vínculo con la magia qué papel desempeña su trabajo como antropólogo en el antiguo Sahara español?

Fue una experiencia sorprendente y enriquecedora. Era la época de la descolonización, y para mí supuso el conocer de primera mano una cultura muy distinta, una sociedad en la que perduraba el pensamiento mágico y una visión no secularizada de la magia. Recuerdo que si presenciaban juegos de magia se escandalizaban y no los veían como juego, sino que gritaban «demonio, demonio». Significativamente, iban al médico, pero sin dejar de acudir al santón, al chamán. Fui privilegiado testigo en vivo y en directo del choque entre la mentalidad mágica y la racionalista. Un choque que de alguna manera sigue perviviendo, incluso en las sociedades occidentales. Hasta los seres más racionales tenemos en nuestra psique elementos que se corresponden con la supervivencia de la mentalidad mágica.

«La magia recupera al niño que pervive en nuestro interior. La sensación que produce es parecida a la de los juegos infantiles»

¿Quizá por ello la magia subsistirá siempre?

Por supuesto. La magia se seculariza en el Renacimiento. Hasta ese momento en general no se veía como un arte escénico, con sus técnicas y procedimientos muy elaborados, sino que se creía en ella en conexión con poderes especiales. Aunque ya en la Antigüedad, sobre todo entre las elites, ya algunos la veían como arte y no producto de fuerzas sobrenaturales. En este sentido, es muy curioso el relato que hace Séneca cuando contempla a unos que hoy llamaríamos trileros y dice que sabe que lo que hacen tiene truco. Pero más curioso aún es su comentario al apuntar que no quiere saber ese truco, prefiere quedarse con la maravilla. Porque el fundamento esencial de la magia es el deseo, el arte de crear imposibles, o, dicho también de otra forma, es el arte de pensar que nada es imposible, y el hacer visible lo invisible. Se sabe que, en realidad, los efectos y juegos de la magia son limitados, si bien luego cada mago los sirve con un aire nuevo. La magia conecta con deseos muy profundos, no baladíes. Nos transmite aunque sea solo durante el momento en el que dura el espectáculo una sensación de misterio, de extrañeza. Ciertamente, muchas veces lo que vemos lo vemos porque deseamos verlo.

¿Con deseos como la inmortalidad, la comunicación con el más allá?

Sí. Aunque hay que dejar muy claro que el espiritismo no es magia. El mago hace arte, los espiritistas fraude. En el propio mundo de la magia hay un tipo de espectáculo que se basa en demostrar el engaño espiritista. Uno de los primeros que lo hace es el inglés John Maskelyne que en la época victoriana desenmascara a muchos médiums y escribe un libro sobre los trucos de los espiritistas. También es especialmente relevante la actitud de Houdini frente a los que prometían comunicación con los muertos, y su polémica en este aspecto con Conan Doyle. El padre de Sherlock Holmes fue un convencido espiritista. Houdini y él se conocen y Conan Doyle quiere introducirle en el espiritismo. Al principio, Houdini no deja de darle el beneficio de la duda. Pero muy pronto comprueba que es una estafa. Recordemos que Conan Doyle se casa en segundas nupcias con una médium y le propone a Houdini que asista a una sesión de espiritismo en la que convocarían al espíritu de su madre. Houdini acepta y se celebra la sesión. No dice nada en ese momento, pero dos días después escribe un virulento artículo contra la esposa de Conan Doyle. Entre otras cosas, señala que ese supuesto espíritu de su madre hablaba en un perfecto inglés, cuando su madre nunca aprendió esta lengua. Y que cuando tuvo lugar la sesión era el día de su cumpleaños y ese «espíritu» no le felicitó. A su madre nunca se le habría olvidado eso. Houdini reta a los espiritistas a que hagan algo que él no pueda hacer. No obstante, a veces los magos mentalistas juegan con la ambigüedad, aunque también en muchos casos advierten que todo lo que sucede es producto del ingenio y del arte. Así lo hace por ejemplo Anthony Blake, que explica que en sus adivinaciones no hay ninguna intervención sobrenatural. Sin embargo, es llamativo que al final de sus espectáculos no pocas veces hay alguien que se dirige a él y le dice que ha afirmado eso para tranquilizar al público, pero que no es verdad y le pide que le ponga en contacto con algún familiar fallecido.

«Hasta los seres más racionales tenemos elementos que se corresponden con la mentalidad mágica»

Hablando de Houdini, ¿es el mejor mago?

Es difícil pronunciarse sobre quién sería el mejor mago. A lo largo de la historia hay muchos muy buenos, y la magia, como todo, es fruto de aportaciones varias y de distintas gentes. Pero creo que tuvo tanto predicamento y éxito sobre todo porque encierra un cariz metáforico. Antes me referí al deseo como raíz de la magia. En este aspecto, creo que Houdini representa en grado sumo, y quizá como ningún otro, el deseo de liberación, quitarnos las cadenas que nos oprimen en un sentido simbólico.

Entre las innumerables referencias que aparecen en su libro, se menciona que Walter Benjamin apuntó que «la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que los adultos sean más fuertes, sino su incapacidad de hacer magia» ¿La magia recupera al niño que nunca muere en nosotros? ¿Para disfrutar plenamente de ella es necesario retrotraerse a la infancia?

Sin duda. La magia nos transforma. Extrae al niño que sigue perviviendo en nuestro interior y nos permite ver el mundo como si lo mirásemos por vez primera, con la frescura de la infancia. Me encanta la imagen que acuñó Chesterton al decir que la sensación que producen los espectáculos de magia es parecida a la que siente un niño cuando está jugando. Pensemos que, por ejemplo, un niño toma el palo de una escoba y la percibe como un caballo, cabalgando sobre ella. Pero, después, si su madre le dice «niño, a merendar» la abandona y lo que tira es el palo de la escoba, no un caballo. El niño transita con enorme facilidad desde la realidad a la ficción y viceversa. Aunque, naturalmente, sea por un instante. Y eso, de alguna manera, es lo que los artistas quieren despertar, provocar, en los adultos. Aspiran a conseguirlo los escritores, que nos subsumen en un territorio ficticio pero haciendo que lo sintamos como real. Y también en buena medida los magos.

«Houdini tuvo tanto éxito porque representa, quizá como ningún otro, la idea de liberarnos de las cadenas que nos oprimen en un sentido simbólico»

¿Cuáles serían las características que ha de tener el mago ideal?

Aparte de, por supuesto, una técnica depurada y un trabajo constante, debe ser un gran psicólogo y, muy especialmente, poseer una fuerte capacidad de comunicación. La magia, en verdad, no ocurre en el escenario sino en la cabeza del público. Asimismo, volviendo a lo que comentábamos sobre la infancia, el mago también ha de reactivar al niño oculto, escondido, que hay én él, pues un espectáculo de magia, en definitiva, es un juego.

Decía usted que la magia hace visible lo invisible. ¿Su libro pretende hacer más visible la magia?

Exactamente. Creo que la magia, el ilusionismo, la fantasmagoría, tienen un papel esencial en el desarrollo de la cultura moderna, en el mundo en el que vivimos, en la sociedad del espectáculo, y sobre todo en fenómenos como el cine y la realidad virtual. Pero da la impresión de que es la gran ausente. De alguna forma es el arte sin nombre. Y considero que los magos habrían de ser respetados como grandes artistas. A veces la magia puede tener mala prensa al vincularla en ocasiones con el engaño. Pero el nexo entre magia y engaño es torticero. Los auténticos magos, no, claro está, quienes sean interesados sucedáneos, no son mercachifles del engaño ni del fraude. Ya Paul Philidor, extraordinario mago e ilusionista del siglo XVIII, creador de magníficos espectáculos de fantasmagoría, dijo taxativamente: «No voy a mostrar fantasmas, ya que no existen tales cosas; pero voy a producir representaciones e imágenes que se imaginaban fantasmas en los sueños de la imaginación o en las mentiras de los charlatanes. No quiero engañarte; pero te sorprenderé». Y hoy, como ayer y, sin duda, mañana, la magia nos seguirá sorprendiendo y fascinando.

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