LIBROS

«Los primeros editores», Venecia de libro

Para conocer y entender los orígenes de la edición de libros hay que viajar a la ciudad de los canales en su época más rica y enriquecedora, el siglo XVI, como hace este ensayo

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Lejos de desinteresarnos por ese objeto de tres dimensiones llamado libro-agrupada colección de hojas con texto o imágenes-, cada vez estamos más atraídos por su historia y presente. Como la televisión en relación a la radio, no sólo no la desplazó sino que perfiló sus funciones. También el libro hoy día tiende, y lo hará aún más, a definirse como objeto propicio: qué debe ser impreso en papel y qué es más útil sin perder su sentido editarse en «E-book» u otra forma de soporte electrónico. Los interesados en la historia del libro y su relación con el lector tienen en nuestras librerías a su disposición varias obras notables, de apasionante lectura: «Los primeros libros de la humanidad», de Fernando Báez (Fórcola); «Historia y poderes de lo escrito», de Henri-Jean Martin (Trea, S. L.); «Una historia de la lectura», de Alberto Manguel (Alianza), y «Los contrabandistas de libros y la epopeya para salvar los manuscritos de Tombuctú», de Joshua Hammer (Malpaso) de publicación paralela al libro que comentaremos de Alessandro Marzo, «Los primeros editores» (Malpaso).

Recorrido histórico

Alessandro Marzo Magno (Venecia, 1962) es un historiador y periodista apasionado por la historia de su ciudad natal. «Los primeros editores» es un recorrido histórico de los editores venecianos en el siglo XVI. Aunque hace referencias a las ediciones europeas anteriores o de ese mismo siglo, en realidad lo hace para situar mejor la información sobre esos artesanos y en buena medida inventores de muchas de las características que conformarían la edición. Hay que pensar que la Serenísima República de Venecia fue estado independiente desde el siglo IX hasta finales del XVII y era entonces una potencia comercial, con una vida muy liberal (hasta que Napoleón llegó con determinación, tala y quema) y una vida intelectual y artística de gran riqueza, a pesar de no tener Universidad. La Serenísima abarcaba casi un tercio de la actual Italia, y englobaba también a regiones de Eslovenia, Croacia, Montenegro y Grecia, además de Creta y Chipre.

El primer impresor fue Manuzio, que introdujo la cursiva y el libro de bolsillo

Desde el famoso invento de Gutenberg, cuyas primeras prensas se introducen en 1466, hasta finales del XV se imprimen en Venecia el quince por ciento del total europeo, y durante la primera mitad del siglo XVI producen la mitad de los libros impresos en Europa, y se hacía en lenguas muy variadas y remotas, respondiendo fundamentalmente a una mirada económica apoyada en la exportación: libros en armenio, en glagolítico, en cirílico, en árabe, en hebreo… En total es posible que durante el XVI salieran de las imprentas venecianas unos treinta y cinco millones de ejemplares. Entonces los libros se vendían en pliegos sueltos y el comprador pedía la encuadernación a su gusto.

De todo un poco

Junto a las biblias y comentarios de los padres de la Iglesia y textos teológicos, se imprimían novelas caballerescas, traducciones de clásicos latinos, las obras de Petrarca, Boccaccio y Dante, libros jurídicos y, en no poca cantidad, el libro del ábaco: las cuentas eran importantes. Los ejemplares copiados a mano habían sido siempre carísimos, y aunque al imprimirse con tipos móviles no pasaron a ser muy asequibles, sin duda se abarataron (cada vez más) penetrando en muchos hogares. De hecho aumentan de manera notoria las bibliotecas particulares, algunas con numerosos ejemplares, como la del cardenal Domenico Grimani. Los libros tuvieron dos enemigos: los incendios (1529, 1557) y la Iglesia, por cuya censura (impuesta en 1553) se queman miles de ejemplares, como sucedió en la plaza de San Marcos en 1559. Es una costumbre perversa que ha llegado hasta nuestros días.

Venecia fue el espacio de mucha inmigración, y se vio enriquecida por la diversidad cultural y financiera. Los impresores alemanes, por ejemplo, radicados en Venecia, son los responsables de numerosos incunables. Bien, ya es hora de que mencionemos al gran impresor y hombre de cultura refinada Aldo Manuzio (h. 1450-1515), que no solo innovó en la puntuación sino que introdujo la cursiva en 1500 (en las «Epístolas de Catalina de Siena»), la edición en dos columnas, el libro del bolsillo… Manuzio fue impresor y editor, y a él se debe uno de los libros más valorados (por ejemplo, por George Painter) desde el punto de vista artesanal, la «Hypneromachia Poliphli» (1499). Erasmo, que había llegado a Venecia en 1507 para ocuparse de la edición de sus Adagia, describe la vida cotidiana del taller de Manuzio en su «Opulentia sordida». El primer libro que imprime, en los talleres de quien sería su suegro, Andrea Torresani, es su propia gramática griega, y de hecho, este, enamorado de la lengua, edita en sus primeros años a Aristóteles, con la colaboración de intelectuales como Zaccaria Calliergi y Marco Masuro, y seguirá con los latinos Virgilio, Catulo, Tibulo, Propercio, todos ellos, y por primera vez, en octavo. Imprimió su última obra, «De rerum natura», de Lucrecio, en 1515.

Los judíos apartados

A los judíos se les impedía ser impresores en Venecia, pero se imprimía en hebreo. La primera edición de la «Biblia» rabínica es de 1517, y el impresor Bomberg, entre 1516 y 1548, editó ciento ochenta obras en esta lengua. Los libros en hebrero conocerían controles y hasta quemas, estando en libertad vigilada hasta el siglo XVII. Alessandro Marzo dedica unas páginas al célebre único ejemplar conservado del primer Corán, impreso (en Venecia, naturalmente) y descubierto en la biblioteca franciscana de San Francesco della Vigna, en 1987, por Angela Nuovo, sin que hubiera noticias del mismo desde su impresión. Todo lo demás, las mil y una cosas de los albores de la edición, se halla entre las páginas de este libro.

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