CINE

«Perdición»: Cuando Billy Wilder descubrió el anticlímax

La mejor película de cine negro de todos los tiempos, que cumple 75 años, consagró el novedoso enfoque de que cualquiera de nosotros puede convertirse en un asesino

Fred MacMurray y Barbara Stanwyck en «Perdición»

Víctor Arribas

Descubrir una obra maestra escondida es labor de los más grandes. Si esa obra se esconde en el cuarto de baño, mayor mérito aún, y si de ella logramos extraer el néctar de una segunda obra maestra incontestable, estamos ante un caso único en la historia del arte. Billy Wilder lo hizo en 1944 al destilar su mejor sabiduría literaria y cinematográfica a partir de un relato criminal publicado en las revistas de misterio que su secretaria se leyó de un tirón escondiéndose en los lavabos del edificio de escritores de la Paramount.

El viejo zorro, que ya por entonces se había lanzado a la dirección al renegar de las películas que otros realizaban sobre sus guiones, pensó con acierto que era imposible encontrar una mala historia en un libro que despertara el interés de la gente de aquel modo. Estaba naciendo el mito de Perdición ( Double Indemnity ), la mejor película de cine negro de todos los tiempos, la quintaesencia del film noir norteamericano que se estrenó el 24 de abril de 1944 y cumple la próxima semana 75 años en plena reivindicación por la crítica y los historiadores del cine. Basada en una novela de James M. Cain , el poeta de los tabloides, consagró un nuevo enfoque de la narración policíaca al situar la autoría del crimen en una pareja anónima que mata al marido de ella para cobrar la indemnización del seguro. Doble indemnización, además.

Wilder decidió eliminar la escena de la ejecución porque restaba eficacia a la resolución del filme

Cain, Wilder y el coguionista Raymond Chandler sostenían que cualquiera de nosotros podría ser el asesino ambicioso, después de muchos años de protagonismo exclusivo en el asesinato para los gánsteres famosos de la pantalla. Para ello usaron elementos narrativos que desde entonces han formado parte del género y los demás han utilizado hasta nuestros días ( los Coen en El hombre que nunca estuvo all í) como herramientas fundamentales: el flash-back , la voz en off del protagonista, la atmósfera de fatalidad y deseo, la mujer ambiciosa que lleva al hombre a la perdición (Fuego en el cuerpo de Lawrence Kasdan ), el inquietante olor a madreselva que se cuela entre los fotogramas y llega a alcanzar al espectador en su butaca...

Escena eliminada por Wilder en la que Fred MacMurray moría en la cámara de gas

A través de una sucesión de golpes de ingenio y talento, la novela que recreaba el crimen real cometido en Nueva York en 1927 se transformó primero en un guion y luego en un film plagado de hallazgos que lo convierten en mítico y único, hasta el punto de que el propio autor del libro reconoció que los cambios mejoraban la historia salida de su imaginación y de los apuntes del natural que tomó del asesinato que conmocionó a la sociedad neoyorkina. Quedaron para la posteridad el «yo también te quiero» de Walter Neff a Barton Keyes, el equivalente al «nadie es perfecto» de Con faldas y a lo loco, la pulsera en el tobilllo de Barbara Stanwyck bajando por la escalera de la casa de estilo español situada en las colinas de Hollywood, o los encuentros furtivos de los amantes en un supermercado, rodeados de potitos para bebés y latas de refrescos para demostrar que el crimen pasional no es algo exclusivo de las élites sino que puede ser cometido por usted o por mí.

Cámara de gas

Wilder se enfrentó al Production Code al adaptar una novela considerada como inmoral por la censura de la industria que exigía un final ejemplar para los asesinos. Y en ese final es donde encontramos la más grande de las genialidades por las que Perdición ha sido admirada durante décadas. Tras rodar la ejecución de Fred MacMurray en la cámara de gas y montar el material tal y como lo situaba el guion en la secuencia final E, decidió eliminarla del montaje final al darse cuenta de que con la despedida del asesino y su jefe, el agente de seguros que interpretaba Edward G. Robinson , quedaba todo dicho y cerrado en la narración. Wilder llegó a declarar que la escena de la ejecución era un anticlímax que restaba eficacia a la resolución de la película y aplicó su prerrogativa del director’s cut a un buen trozo de película. El estudio se había gastado muchos miles de dólares en producirla: se recreó en decorados la sala donde los testigos presenciaban la agonía y muerte de Neff, e incluso una expedición de Paramount había viajado a San Quintín para conocer de primera mano el diseño de la cámara donde el condenado sería asfixiado.

Nadie desde que la escena se eliminó ha vuelto a ver la secuencia E, aunque se conservan un par de fotografías del rodaje , una de ellas usada sorprendentemente para el cartel publicitario español de la película, que recreaba así algo que el público no vería nunca. La coda de esos fotogramas es un misterio que desapareció para siempre en los archivos de la familia Wilder.

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